Mons. José M. Arancedo
Con el inicio de la primavera celebramos el Día de los estudiantes, de los jóvenes. Son muchas las escenas que nos muestran los evangelios a Jesús con los jóvenes.
En todas notamos como una constante la cercanía afectiva, los llama amigos, el llamado a compartir una misión, el respeto a su libertad. Parecería que no busca imponerse como un líder más, sino atraer, despertar su conciencia, entusiasmarlos con un proyecto. Llama la atención, decía, su respeto a la libertad. El encontrarse con él, el descubrirlo en su dimensión más profunda es el comienzo de algo nuevo para el joven. Es un encuentro que no es indiferente para quien le abre su corazón. Podríamos decir que su persona y su evangelio se convierten para los jóvenes que lo reciben en un camino nuevo que da sentido a sus vidas. Su propuesta no es demagógica, todo lo contrario, les habla de tomar la cruz, de renuncia, de ser generosos, de pensar en el otro. Diría que ellos descubren en su propuesta la solidez de la verdad y un camino de amor sincero.
Pienso que la juventud sigue siendo igual a aquella de los tiempos de Jesús, me refiero a su apertura a los ideales nobles, al deseo de solidaridad, a la búsqueda del bien y la verdad. Esto no cambia en el joven, pero me pregunto si la propuesta que hoy recibe o encuentra en la sociedad presenta aquellas notas de un mundo superior. Cuando uno ve el nivel de vida de la sociedad actual, donde el tener y el éxito, incluso a cualquier precio, es presentado como más útil que una vida fundada sobre los valores morales; donde el valor de la vida no es un bien y un límite; donde el flagelo de la droga avanza con el silencio y la complicidad de muchos; donde no hay una sanción social frente a la corrupción y el enriquecimiento ilícito; donde se adormece la conciencia frente al sufrimiento y la pobreza del otro; donde la ejemplaridad está ausente y deja de ser una referencia necesaria en una sociedad de hombres libres, pienso que este contexto socio cultural que se le presenta el joven, debería ser un juicio que nos interpele como sociedad.
Sin embargo, cuando partimos del Evangelio todo comienza a tener un presente y un horizonte distinto para los jóvenes. Ellos lo perciben y pueda dar testimonio de ello. Sus ideales dejan de ser una utopía para convertirse en algo real. A partir del descubrimiento y del encuentro con Jesucristo es posible para ellos mantener viva la esperanza de un mundo a la altura de sus ideales. Saben que Jesucristo no ha venido para sacarlos de su ambiente, de sus familias, de sus proyectos e intereses, sino que ha venido para iluminar y acompañarlos en su ambiente, familia, amistades y proyectos. Descubren que ha venido no sólo para darle sentido a sus vidas, sino comprometerlos en la creación de un mundo nuevo donde reine la verdad y la vida, el amor la paz, la justicia y la solidaridad. ¡Qué importante y cuánta riqueza tiene leer en el evangelio el encuentro de Jesús con los jóvenes! No tengan miedo es la palabra que les diría, pero también rechacen todo aquello que se oponga a la verdad, al bien y a la belleza, que son los valores hacen y sostienen la dignidad de la persona humana. No se conformen con lo pequeño, tengan el corazón abierto a las cosas grandes.
Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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