La visita del Papa Francisco trae a la memoria la histórica visita del Papa polaco en 1993.
El viaje que el Papa Francisco se dispone a realizar a Albania tiene lugar 21 años tras la memorable visita de San Juan Pablo II a tierra albanesa, el 25 de abril de 1993. En esta ocasión, el Papa Wojtyla reconstituyó literalmente la Iglesia del País, tras los años terribles de la persecución anticristiana por parte del régimen ateo-comunista. En la catedral de Scutari, que los comunistas habían transformado en un centro deportivo, el Papa consagró a cuatro obispos albaneses. Después, antes de volver a Roma, se dirigió a la nación albanesa en la plaza Scanderbeg de Tirana. Radio Vaticano rememora este momento:
“El sol se había ya puesto en Tirana cuando Juan Pablo II comienza a hablar. Pero las personas que llenan la plaza Scanderbeg saben que hay una luz más grande que les ilumina. Y que no se puede apagar. Es la luz de la fe el Cristo, que ha resistido en el corazón de los albaneses a los largos y fríos días oscuros del invierno comunista. Karol Wojtyla, el Papa venido de Polonia, que sabe bien qué sufrimientos han atravesado los cristianos albaneses, ha querido estar en Albania para compartir la “alegría por la libertad reencontrada” y para honrar “la fe indestructible del pueblo albanés”.
El futuro Santo tiene en los ojos la conmoción de los nuevos obispos ordenados por la mañana en Scutari y las lágrimas de los fieles que asistían conmovidos a una maravilla que sólo un año antes parecía utopía: la visita de un Papa a un país que había inscrito el ateísmo como fundamento de su Constitución. Por lo demás, es el propio Pontífice el que afirma que Albania “se ha hundido en un abismo del que es un verdadero milagro que haya podido salir”. Para el Papa, cuanto ha sucedido en este remoto rincón de Europa, por otro lado, tiene un significado que va mucho más allá de las fronteras de la pequeña Albania. Es una advertencia para toda la humanidad, y para los ciudadanos europeos en particular:
“Se ha tratado de una dura lucha contra la religión, en línea con un dogma del programa social y político propugnado por la ideología comunista. Parecía casi el medio más necesario para realizar el deseado 'paraíso en la tierra' fuera el de privar al hombre de la fuerza que obtiene de Cristo, fuerza decididamente condenada como debilidad indigna de la persona. En realidad, más que indigna, era más bien incómoda, como los hechos lo demostraron después: el individuo humano, de hecho, fuerte por la energía que le proviene de la fe, no permite fácilmente ser empujado al anonimato colectivo”.
Juan Pablo II reafirma, como hizo ya y hará aún varias veces, que la libertad religiosa “es un don para todos, porque es la garantía básica de cualquier otra expresión de la libertad”. Ésta, subraya, “toca lo íntimo del hombre, en ese sagrario inviolable que es la conciencia, donde el ser humano se encuentra con el Creador y adquiere plena conciencia de su propia dignidad”.
“De esta libertad, cuando es usada correctamente, no hay que temer ningún desorden social. La fe sincera, de hecho, no divide a los hombres, sino que les une, aún en sus diferencias. ¡Nada como la fe nos recuerda que, si tenemos un único Creador, somos todos hermanos! La libertad religiosa es así un baluarte contra los totalitarismos y una contribución decisiva a la fraternidad humana. La verdadera libertad religiosa huye de las tentaciones de la tolerancia y del sectarismo, y promueve actitudes de diálogo respetuoso y constructivo”.
Libertad religiosa y dialogo. Karol Wojtyla puso el acento en la convivencia posible que se experimenta en Albania entre las distintas comunidades religiosas y que es un ejemplo para la atormentada región de los Balcanes. Pidió a los albaneses perseverar en esta actitud, aunque el diálogo “cuesta”. El Papa alentó, además, a la joven democracia albanesa y recuerda, con la Centesimus Annus, que “una democracia sin valores se convierte fácilmente en un totalitarismo abierto o encubierto, como la historia demuestra”. Juan Pablo II sin embargo no sólo señala un peligro, sino que indica también un antídoto: “un verdadero humanismo – afirma – que ponga a la persona humana, vista a la luz de Dios y considerada en todas sus dimensiones, en el centro de todo proyecto económico, social y político”:
“El hombre y Dios no están en oposición, no son competidores. Al contrario, el hombre tiene una dignidad altísima, precisamente en cuanto criatura hecha a imagen de Dios. El reconocer a la persona humana este valor y esta centralidad hará que en la economía se encuentre el equilibrio entre las razones de la eficiencia y las preeminentes de la solidaridad, y hará del compromiso político una búsqueda responsable del bien común, que hay que buscar siempre en el respeto de todas las exigencias éticas y morales”.
Artículo publicado en italiano por Radio Vaticano
sources: RADIO VATICANO
Aleteia (20/9/14)
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