domingo, 22 de febrero de 2015

La labor social de la Iglesia.


por Alfonso Aguiló
       
—Hay gente que considera que la labor social de la Iglesia es poco eficaz.
        Y otros dicen que esa preocupación social es una injerencia indebida. Parece que, si lo hace, hace mal; si no lo hace, se le acusa de pasividad; y si solo da consejos, de ineficacia.
No es fácil agradar a todos, y más cuando muchas veces esas críticas son una simple estrategia para intentar negar a la Iglesia cualquier legitimidad en sus actuaciones.


        Sin embargo, yo pediría a esos críticos que mostraran qué han hecho ellos en esa materia. O que digan qué instituciones han hecho a lo largo de la historia un servicio social como el que ha hecho la Iglesia católica. La preocupación efectiva que a través de sus instituciones ha demostrado la Iglesia en el campo de la educación, del cuidado de enfermos, deficientes, marginados, necesitados, etc., es realmente difícil de igualar.



        Además, lo que la Iglesia hace fundamentalmente es responsabilizar a los cristianos -y a todos los hombres de buena voluntad que quieran escucharla-, para que iluminen con la luz de la fe todas las realidades humanas. La Iglesia como tal no aporta soluciones concretas ni únicas a los problemas políticos o económicos, sino que ofrece unas claves para el desarrollo auténtico del hombre y de la sociedad.



        Y esto es importante porque, aunque hay ciertamente cálculos políticos errados, y decisiones económicas imprudentes, detrás de los principales problemas que aquejan a la humanidad hay siempre una resonancia de carácter ético que se remite a actos concretos de egoísmo en las personas. Todas esas situaciones de crisis se verían muy aliviadas si el mensaje cristiano empapara más profundamente la vida de los hombres.



        El cristianismo -escribe Ignacio Sánchez Cámara- constituye la raíz de los principales valores que sustentan nuestra civilización, incluidos los de quienes, tal vez por ignorancia, lo combaten. Resulta fácil diagnosticar en cada mal que nos agobia la ausencia clamorosa de un valor cristiano despreciado o ausente: el terrorismo, la violencia, la guerra, la corrupción, la insolidaridad, el materialismo... Y si del ámbito de la moral pasamos al de la cultura, habría que recordar no solo la contribución del cristianismo a la supervivencia y difusión de la cultura antigua clásica, sino también su labor de creación de las más elevadas obras, desde las catedrales al gregoriano, desde la mística a Bach. Podría decirse que el olvido de la religiosidad es una de las causas fundamentales de la degradación de la cultura contemporánea, y que el cristianismo constituye un poderoso instrumento para mejorar el mundo. Impedir la difusión social de los principios cristianos es privarnos no solo de una esperanza de salvación, sino también de todo un arsenal de principios que nos permiten ganar en excelencia y en dignidad.



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