Por Gabriela Pousa –
Tantas y tan pocas palabras para un cambio tan crucial como decisivo. Aunque nada ha variado todavía, hoy nada es lo mismo. Se ha votado: Mauricio Macri es el próximo jefe de Estado. La apertura de urnas cierra una etapa que debería dejar tantas enseñanzas como amarguras.
El escenario político admite una lectura fáctica que habla de un estado crítico en lo sucesivo, y al unísono muestra un país decididamente distinto. El hartazgo le ganó al hastío. Y es que el cambio no es político, el cambio es social: ese dato es lo que torna optimista el panorama y hace que la perspectiva se contraponga a lo que hay.
El verdadero fenómeno a considerar es la opción de la sociedad por el futuro aún en detrimento de lo coyuntural. Sumida en un cortoplacismo asfixiante, la gente eligió ir más allá. Ahora está en juego su tolerancia, ahora deberá demostrar, amén de comprar Cambiemos, que se entendió el por qué de la conjugación del verbo.
No será solo el Presidente electo ni su equipo de gobierno el artífice del cambio. El plural no es antojadizo ni casual: los individualismos nos trajeron hasta acá. A la Argentina grande se llega con unión y paciencia. Si alguien cree que el cambio es el resultado de la elección, perdió. No podemos ser como Ícaro desperdiciando la posibilidad de volar por querer hacerlo más alto. Las diferencias en un ballottage nunca fueron siderales.
El escrutinio es el primer paso de un camino largo, ondulante, impreciso. La decisión de comenzar a desandarlo y el final de la inacción es lo que se festeja hoy. Histórica no es la elección, histórico es el compromiso, el deseo de otra cosa, y la capacidad de asumir que no se quiere más de lo mismo. Se ha dejado de lado el miedo, el conformismo, el “más vale malo conocido que bueno por conocer”, y esa liberación de mitos y dogmas obsoletos nos sitúan frente a la posibilidad de construir un país serio. Es un proceso, una construcción. Nadie amaneció tras comprar el terreno, con el edificio hecho.
Mauricio Macri es el Presidente electo es cierto, pero hoy se parece más a uno de los miembros del grupo Halcón entrando en la bóveda del Banco Río, sucursal San Isidro, el 13 de enero del 2006. Una vez abiertas las puertas del Banco Central apenas si hallará una nota similar a la que dejaron los boqueteros tras el fatídico ‘robo del siglo’: “En barrio de ricachones sin armas ni rencores. Es sólo plata, no amores“.
Bien podría ser ese el texto que reciba a los funcionarios de Cambiemos cuando ingresen a la entidad bancaria o a la mismísima Casa Rosada. Esa es la única tristeza que subyace en medio de la algarabía por el final del kirchnerismo, la misma que se experimentó al hallar vivos a los rehenes cuando los delincuentes huyeron. La banda se desarma aunque falte todavía el final feliz de la película: que la impunidad no tenga garantía.
La sociedad ha optado por la mesura, por el riesgo vital de lo nuevo que implica dejar atrás la falsa paz de los cementerios. Es posible que, por vez primera, no haya sido el bolsillo el órgano más sensible de los argentinos. Esa sería una cabal señal de inteligencia y de moral. El número de fiscales voluntarios en el comicio es también un dato de singular trascendencia a la hora de analizar lo que se ha vivido en esta fecha.
El compromiso social es lo que ha de legitimar a Mauricio Macri de aquí en más. Si bien la elección se ganaba con un voto más que el otro, la diferencia marca el límite de acción que tendrá en lo sucesivo el Presidente de los argentinos. Macri empieza ‘empoderado’, con un buen cheque pero no en blanco.
Tiene el poder de una mayoría, la sociedad dividida, y la audacia de haber convertido un partido que el kirchnerismo llamaba “vecinal” en una alianza nacional. Tendrá que sumar consenso en sectores relegados hace años. La ciudadanía tendrá que defender su voto más allá de las urnas para demostrar la continuidad democrática. De otro modo, el cambio habrá sido una mera ilusión óptica, la ficción de un tramo.
De ahora en más, Cambiemos se tiene que transformar en “Cambiando” para aseverar sin refutaciones luego, que cambiamos. Discernir entre lo urgente, lo importante, lo imprescindible y lo necesario es el próximo paso. Macri debe darlo. El titular del PRO experimentó en carne propia la advertencia de Oscar Wilde: “Hay que tener cuidado con lo que se desea. Uno puede llegar a conseguirlo”. Ahora, a cambiar este incordio por normalidad.
Es el fin de un ciclo que duró demasiado. El kirchnerismo será lo que el menemismo es. Con el resultado alcanzado se le ha dicho basta a la barbarie, a las ínfulas de grandeza, a la mentira sistemática, a la crispación crónica, a la fractura social. Basta a las amenazas, a la prepotencia, a las siete plagas, al barrilete cósmico.
Basta al llanto, a la lástima, a lo auto-referencial. Basta al “vamos por todo“, a la corrupción, al robo, al fin que justifica los medios, a la guerra como concepción política, al abuso de poder, a tomarnos por tontos, y sobre todo a ser tontos porque nos conviene, porque es más cómodo. El falso confort tiene costo.
Se está dando la bienvenida no a un predestinado capaz de transformar el barro en oro sino simplemente, a un administrador, un DT que conduzca este equipo y al cual se le dé continuidad según el resultado obtenido. Los “ismos” no han sido eficientes en Argentina, que no sea esta pues una apuesta al macrismo sino a los argentinos.
“La pesada herencia” no es gratuita, recibirla corrobora hasta qué punto nos involucra su historia. El problema de acá en más no es de Macri, ni es del PRO, ni de Elisa Carrió o de Ernesto Sanz. El problema lamentablemente es un bien ganancial y solo lo redime la certera decisión de separarnos. El divorcio puede ser exprés pero la división de bienes recién está comenzando y va para largo.
Al final, Cristina solo se eterniza en el fracaso. Ha llevado al precipicio al peronismo y lo ha empujado. El hito es demasiado vasto para analizarlo minutos después de cerrado el comicio. Queda un escenario de derrota y reestructuración para el peronismo, queda un Congreso sesionando hasta el último día de la dama en Olivos, queda una alianza que definirá cargos, queda la transición, quedan los militantes rentados solapados. El teatro ya no tiene espacio para tanto show.
Mauricio Macri acaba de terminar su discurso tras la elección. Ni una agresión, eso explica también por qué es el Presidente electo de la Nación. El día se cierra, también estas líneas. Mientras, se escucha el ruido de rotas cadenas: ¡Oh juremos con gloria morir vivir! Enhorabuena.
PerspectivasPolíticas.info (22 noviembre, 2015)
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