por Daniel Omar González Céspedes
“Llegará el día en que será preciso, necesario, imprescindible, que cada católico aporte su tributo de dolor, de fatiga, de desgarramiento, para alcanzar la victoria”. Beato Anacleto González Flores
Este 23 de noviembre se cumple el 88º aniversario del martirio del Beato Miguel Agustín Pro, S.J., martirio que anhelaba para la salvación de las almas y de su Patria. Pero para comprender el por qué de su muerte (como la de miles de mexicanos) debemos recordar qué es lo que venía aconteciendo en México.
Derrotado el patriota cabal Agustín de Iturbide (1823) comienza en ese país un agudo proceso de descristianización pergeñado por la satánica Masonería (siempre a través de los distintos agentes que tiene a su servicio: liberalismo, comunismo, etc).
En 1855, la peste liberal, de la mano de Benito Juárez, desata una terrible revolución. En 1856 se sanciona la ley Lerdo o de Desamortización (con ésta se da visos de legalidad a la apropiación de los bienes de la Iglesia, se suprimen las órdenes religiosas, entre otras medidas, todas ellas contrarias al derecho natural).
Al año siguiente se proclama la terrible Constitución, impuesta por la logia norteamericana de Nueva Orleáns. Señala muy bien, al respecto, el P. Armando Díaz, O.P. que “Los revolucionarios, con el fin de desacralizar al cristianismo, eligen, no es casual, para proclamar la Constitución el día 5 de febrero de 1857, que es la fecha que se celebra la fiesta del primer Santo de México, el mártir San Felipe de Jesús Casas Ruiz”[1]. Una nueva experiencia contra el catolicismo y la herencia hispana se ponía en marcha. La Iglesia quedaba excluida de la vida pública.
En el período 1872-1876, con Sebastián Lerdo de Tejada, el odio a la Iglesia de Cristo se acentúa de manera notoria. Durante 1873 y hasta 1876 se produce la guerra de los Religioneros, alzamiento armado católico como reacción a la persecución.
Porfirio Díaz, liberal, no aplica las leyes de la Reforma que eran hostiles a la Iglesia, pero las mantiene vigentes. Sí, fomentó en el ámbito educativo el espíritu laicista, y por tal antirreligioso.
En 1914 con el nombre de “Revolución Mexicana” el liberalismo vuelve con más furia. Los obispos conciben la idea, entonces, de proclamar el señorío de Cristo en México. Primeramente coronaron la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, y más tarde consagraron a la nación a Cristo Rey.
El año de 1917, con Venustiano Carranza, va a ser nefasto. Si la Constitución de 1857 era de por sí terrible, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, proclamada ese año en Querétaro, será mucho peor. Recordemos que S.S. Pío XI condenó el espíritu antirreligioso que la animaba. Durante este período se dictaron leyes tiránicas como que sólo se permitía celebrar la Misa del domingo y con ciertas condiciones, que el bautismo se administrara con agua corriente o que las confesiones a los moribundos se hiciesen en voz alta y delante de un empleado gubernamental.
El gobierno de Obregón (1820-1824) se caracterizará por dar impulso a la antitea Constitución y por los diversos atentados a la Iglesia.
De rodillas, preparándose para morir
Instalado en el gobierno Plutarco Elías Calles, tiene un solo objetivo en mente: destruir por completo al catolicismo. El 2 de julio de 1926 y con el apoyo de masones, comunistas y jacobinos promulga la ley –de 33 artículos- que lleva su nombre animada por un bestial odium fidei. El 31 de julio de ese año entraría en vigencia. Tan alta era la hostilidad hacia la Santa Madre Iglesia que los obispos mexicanos, con la anuencia de Roma, decidieron suspender el culto público a partir del mismo 31 de julio. El Santo Padre Pío XI refiriéndose a esta inicua ley protesta: “Es increíble, Venerables Hermanos, cuánto nos entristece esta grande perversión del ejercicio de la autoridad pública. Cualquiera que venere, como es su obligación, a Dios, Creador y Redentor nuestro amantísimo, cualquiera que desee obedecer a los preceptos de la Santa Iglesia, ¿deberá ser por esto, por esto sólo, decimos, considerado como culpable y malhechor? ¿Merecerá ser por esto privado de los derechos civiles? ¿Deberá ser encarcelado en las prisiones públicas con los criminales? ¡Oh! ¡Cuán justamente se aplican a los autores de tales enormidades, las palabras de Nuestro Señor Jesucristo a los príncipes de los judíos: ‘ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas’!”[2].
Decíamos que el Padre Pro deseaba el martirio; y pedía a sus conocidos y amigos rezasen para obtenerle esta gracia singular. Sobreabundan testimonios al respecto. No podía ser de otra manera, ya que como enseña el P. Alfredo Sáenz, S.J. “El sacerdote que esté dispuesto a todos los sacrificios, las contradicciones, las calumnias y marginaciones, sufridas por ser fiel a Cristo, aunque aparentemente fracase y sea arrollado por el mundo, salvará su vida, llegará a la santidad, a la gloria celestial. Esto significa que el estado de persecución es un estado normal para el sacerdote”[3].
El 23 de septiembre de 1927, exactamente dos meses antes de su muerte, celebra la Santa Misa en Zaragoza y se ofrece junto a Sor Concepción Acevedo, superiora de las Capuchinas Descalzas, como víctima por la salvación de la fe en México, por la paz de la Iglesia y por el alma de Calles. Al finalizar el Santo Sacrificio del Altar, la superiora, la Madre Conchita, dijo “oí claramente como si alguien me hubiera dicho al oído: ‘está aceptado el sacrificio’”[4].
A pesar de la extrema vigilancia por parte de la policía el Padre Pro vive para las almas a él confiadas. El peligro no lo detiene, aunque es de destacar que salía únicamente con permiso de sus superiores. Agudiza su ingenio hasta más no poder para poder cumplir con su ministerio y no ser descubierto.
¡La caridad es creativa! Por eso S.S. Juan Pablo II pudo decir de él: “la raíz más honda de su entrega abnegada a los demás fue su amor apasionado a Jesucristo y su ardiente deseo de configurarse con El, incluso en su muerte. Este amor lo expresó de un modo particular en el culto eucarístico. La celebración diaria de la Santa Misa era el centro de su vida, así como fuente de fortaleza y fervor para los fieles. El P. Pro organizó las llamadas ‘estaciones eucarísticas’ en los domicilios particulares, donde diariamente se podía recibir ocultamente el Cuerpo del Señor durante los años de persecución”[5].
Debido a la gravísima situación que atravesaban los mexicanos el Pontífice Romano tuvo que conceder las siguientes gracias: los sacerdotes podían celebrar la Santa Misa sólo con roquete y estola; y si esto tampoco era posible, tal como se encontrasen. Se podía celebrar sin ara, sin cáliz, con un vaso o copa cualquiera. El Santo Sacrificio se integrara únicamente por el ofertorio, la consagración y la comunión. La Eucaristía podía ser llevada tanto a presos como a enfermos por cualquier hombre, mujer o niño en una caja o en un lienzo, administrándose la Comunión el mismo que la recibía.
El 13 de noviembre de 1927 se llevó a cabo un atentado contra el presidente electo, el general Obregón. Pese a la absoluta inocencia del Padre Miguel Agustín Pro y de sus hermanos (Humberto y Roberto), el sanguinario Calles vio ese hecho como la oportunidad perfecta para saciar su sed de sangre católica. El mismo Obregón dirá después de los fusilamientos que sabían de la inocencia pero “era necesario que un cura pagara” para que sirviese de escarmiento a los demás.
El P. Pro no sabía absolutamente nada del atentado dinamitero. Ese domingo 13 celebró la Santa Misa en la casa de la Sra. Belaunzarán de García; luego en casa de la Sra. Montes de Oca oyó algunas confesiones. Volvió a su casa y junto a sus hermanos almuerzan en familia. Por la tarde, recién, en casa de la familia Valezzi, lo anotician del atentado. “¡Quién sabe cuántas personas van a ser complicadas en este asunto!”, exclamó.
Intensamente buscados, encontrarán refugio en la casa de la Sra. Valdés, que alquilaba habitaciones. El jueves 17 de noviembre celebrará su última Misa. Es altamente conmovedor el testimonio de la señora respecto a este sagrado momento: “A la hora de la elevación, yo lo vi elevarse de la tierra, parecía una silueta blanca. Me sentí muy feliz. Mis criadas me dijeron enseguida y espontáneamente que ellas habían observado el mismo fenómeno y habían recibido con ello gran consuelo”[6].
Al día siguiente fue apresado junto a sus hermanos. Alrededor de las cinco de la mañana llegaron, fuertemente custodiados, a la Inspección General de Policía.
Debemos recordar que tres días antes de su detención el ingeniero Luis Segura Vilchis (jefe del avituallamiento militar del estado de Jalisco) declaró ante el general Cruz que él fue el responsable moral y material del atentado dinamitero; sólo mencionó a Nahum Lamberto Ruiz, Juan Tirado y al chofer como aquellos que lo ayudaron. En absoluto nombró a los Pro.
Durante los cinco días de prisión se mostró confiado en el Todopoderoso, paciente y hasta alegre. Rezaba y cantaba. Al Santo Rosario que rezaba con su hermano Roberto luego se le unieron los demás prisioneros. Dejó escrito en las paredes del sótano la consigna cristera por excelencia: ¡VIVA CRISTO REY! ¡VIVA LA VIRGEN DE GUADALUPE!
Seguramente las palabras del Divino Maestro lo habrán reconfortado: “Seréis mis testigos hasta los confines de la tierra” (Hechos 1,8), “Si el mundo os odia sabed que a Mí me han odiado primero; si a Mí me persiguieron también a vosotros os perseguirán” (San Juan, 15, 18-21).
Ni apariencias de legalidad hubo en tan terrible crimen. Ni siquiera las actas fueron terminadas. La fobia de Calles hacia lo católico hace que no le interesen las formas; ¡quería los fusilamientos!
A las 10 de la mañana del 23, el jefe de las comisiones de seguridad bajó hasta el sótano en el que se encontraba nuestro mártir y lo llamó. Saludó a su hermano Roberto y partió sereno sabiendo qué iba a suceder. El agente Quintana, una vez en el patio, le pide al Padre que lo perdone, a lo que el Padre Pro le respondió: “No solamente lo perdono, sino que le doy las gracias”.
Ya situado de frente al piquete de ejecución, el mayor Torres le pregunta si desea algo; “que me permitan rezar”, fue su respuesta.
Se coloca de rodillas y se santigua de manera lenta; ofrece al Señor su vida, besa con devoción el crucifijo y se levanta.
Con los brazos en cruz en el momento de ser fusilado
Sereno; no quiere que le venden los ojos. Mira a los soldados del pelotón de fusilamiento. Extiende los brazos en cruz. En una mano, el Santo Rosario; en la otra, el pequeño crucifijo.
“¡VIVA CRISTO REY!” fueron sus últimas palabras. Resuena una descarga y cae con los brazos extendidos. Era la hora 10:38.
Vivimos tiempos que se asemejan bastante a aquellos en que vivió el Beato Miguel Pro. El laicismo y la apostasía ganan cada vez más terreno. Hagamos nuestra, pues, la bella plegaria que compuso el Padre Miguel Agustín Pro y pidámosle a la Santísima Virgen María, Reina de los Mártires:
“¡Déjame pasar la vida a tu lado, Madre mía, acompañado de tu soledad amarga y tu dolor profundo…! ¡Déjame sentir en mi alma el triste llanto de tus ojos y el desamparo de tu corazón!
Quiero en mi vida las burlas y mofas del Calvario; quiero la agonía lenta de tu Hijo, el desprecio, la ignominia, la infamia de su Cruz. Quiero estar a tu lado, Virgen dolorosísima, de pie, fortaleciendo mi espíritu con tus lágrimas, consumando mi sacrificio con tu martirio, sosteniendo mi corazón con tu soledad, amando a mi Dios y a tu Dios con la inmolación de mi ser”.
[1] Díaz, Armando,Fr., O.P., “Beato Anacleto González Flores y los falsos héroes”, Asociación Pro-Cultura Occidental, A. C., Guadalajara, Jalisco, México, 2007, pág. 96.
[2] Pío XI, Carta Encíclica “Iniquis afflictisque”, 18 de noviembre de 1926.
[3] Sáenz, Alfredo S.J., “In persona Christi”, Ed. Serviam, Bs. As. 1997, pág. 202 y 203.
[4] P.Dragón, Agustín, S.J., “Vida íntima del P. Pro”, Obra Nacional de la Buena Prensa.,México, 6º Ed., marzo de 1993, pág. 217.
[5] Juan Pablo II, Homilía durante la beatificación del P. Pro, 25 de septiembre de 1988.
[6] Dragón, Antonio,S.J., Ob. cit. pág. 230.
Adelante la Fe (23 noviembre, 2015)
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