Los dos pilares del estado del bienestar son el matrimonio estable y la descendencia. ¿Cómo se puede mantener ese bienestar sin matrimonios, sin hijos y con hogares unipersonales formados por mujeres que no se casan y viven y envejecen solas?
¿Qué futuro espera a las ‘single ladies’, envejecer solas?
Una de las firmes defensoras del concepto ‘single’ como forma de vida en la actual sociedad de la desvinculación, la periodista norteamericana Kate Bolick, acaba de publicar Spinster: Making a Life of One’s Own (Solterona: la construcción de una vida propia), un ensayo basado en su propia experiencia donde ensalza las supuestas ventajas de no casarse.
Bolick, junto a otras destacadas feministas y ‘single ladies’ partidarias de la soltería y la cohabitación, anuncia el fin del matrimonio tradicional como ideal supremo de la sociedad y afirma que “el matrimonio no es un hito ni un premio. No hay ninguna razón para casarse porque sí: vivir sola en este mundo moderno puede ser una experiencia increíble”.
Sin embargo, todas ellas parecen olvidar que los dos pilares del estado del bienestar son el matrimonio estable y la descendencia. Si esto es así, ¿cómo se puede mantener ese bienestar sin matrimonios, sin hijos y con hogares unipersonales formados por mujeres que no se casan y viven y envejecen solas?
Kate Bolick defiende como símbolo de la libertad el vivir toda la vida 'solterona', pero, ¿ayuda así al estado del bienestar?
Vivir como “solterona”
La tesis principal del libro de Bolick es que casarse perjudica la libertad de las mujeres y que lo bueno y recomendable es mantenerse ‘single’, es decir mantenerse toda la vida ‘solterona’, como titula su libro, o como máximo la cohabitación circunstancial, sin compromiso ni voluntad de que sea algo permanente.
Esta autora ya generó polémica en la sociedad estadounidense hace ahora cinco años con un artículo titulado “All the single ladies“, en el que planteaba que la situación socioeconómica del siglo XXI, sobre todo a raíz de la incorporación de la mujer al mercado de trabajo y el control la natalidad, debería permitir reconocer el fin del matrimonio tradicional.
Cinco años después se reafirma en sus tesis y recuerda que ha pasado de ser una joven que soñaba con encontrar al hombre de su vida y casarse a descubrir que, a los 30 años, como “solterona”, hay cosas que le interesan mucho más que el matrimonio.
En una entrevista en la revista Elle, Bolick argumenta que “todavía hay gente que sigue viviendo de acuerdo con nociones pasadas de moda sobre lo que significa una vida feliz. […] Me parece una desgracia que tu autoestima dependa de ello”.
Cabe destacar, como ella misma reivindica, que sus “despertadores” a esta nueva forma de vida son la poeta Edna St. Vincent Millay, la escritora y periodista Maeve Brennan, la novelista Edith Wharton, la escritora Neith Boyce y la socióloga y escritora Charlotte Perkins Gilman. Todas ellas feministas que vivieron durante la primera mitad del siglo XX y que la hicieron llegar a la conclusión de que nadie, más allá de ella misma, es responsable de construir su identidad.
Vivir sola cuando se es joven puede aportar gratificaciones, pero la cosa se complica con el paso del tiempo
Lectura sesgada de las cifras
Al mismo tiempo, uno de sus argumentos es el gran incremento de ‘single ladies’ que se ha dado en los últimos años. Así, según datos del Washington Post, si en 1940 los hogares formados por una sola persona en Estados Unidos eran el 7%, en 2015 ya son más de una cuarta parte del total.
Pero asociar ese más de un 25% de hogares que viven solos a las ‘single’ es una falacia, ya que, aun reconociendo que han aumentado, la mayor parte de esos hogares de una sola persona no están formados por ‘single ladies’ sino por mujeres que han enviudado.
Al mismo tiempo, en las últimas décadas la esperanza de vida ha aumentado considerablemente, con una marcada diferencia entre la tasa de mortalidad masculina y la femenina, a lo que habría que añadir el constante incremento de divorcios.
Así, cuando Bolick habla del incremento de hogares ‘single’ sin referirse a las edades y las circunstancias de esos hogares formados por una sola persona está tergiversando la realidad.
Otro de sus argumentos se ve respaldado por el libro All the single ladies, de la también periodista Rebecca Traister, en el que debió de inspirarse para su artículo, en el que se afirma que actualmente sólo un 20% de las mujeres estadounidenses de entre 18 y 29 años están casadas, en comparación con el 60% que sí lo estaban en 1960, según publicaba el pasado 1 de mayo el diario en catalán Ara.
Esa información también destacaba que, “en el Estado español, según datos del Instituto Nacional de Estadística, un 25% de los hogares son unipersonales, una cifra que ha ido creciendo en los últimos años. Concretamente, el número de mujeres que viven solas ha aumentado casi un 3% en el último año, mientras que el de los hombres se ha reducido casi un 1%”.
Pero también en estos dos datos estadísticos se falsea la realidad ya que, en el primer caso, hay que considerar que la gente se casa más tarde, en muchos casos por encima de esa franja de edad entre los 18 y 29 años; y en el caso español la cuestión es que más que ‘single’ vuelve a tratarse en gran medida de la gente que enviuda o se divorcia.
Por otra parte, habría que recordarle a Bolick que, por ejemplo, en la Unión Europea (UE-27), los ‘singles’ son el grupo social que padece más pobreza tras las familias monoparentales.
Los roles y la dependencia
Las tesis de la autora de Solterona: la construcción de una vida propia son defendidos por Begoña Enguix, antropóloga y directora del grado de antropología de la URV-UOC, que hace mención a los roles masculino y femenino y asegura que “los roles tradicionales establecían que los hombres eran independientes y las mujeres dependientes. Por lo tanto, lo más correcto es que ellas estuvieran en pareja mientras que ellos podían elegir”.
Pero de nuevo esto es una realidad a medias, porque todo ser humano es dependiente cuando es recién nacido y en los primeros años de su vida, del mismo modo que lo es cuando es anciano o cuando, entre medias se ve sometido a una operación o enfermedad grave, sea hombre o mujer.
La antropóloga añade que “en este momento no es realista aspirar a tener la misma pareja desde los 18 años y hasta los 80. Esta opción monogámica y única ya no funciona en nuestro entorno y eso los jóvenes lo saben, tienen muchas más opciones que hace 40 años”.
Y volviendo a Rebecca Traister, agrega que “estamos viviendo la aparición de la mujer soltera como norma, no como excepción”, lo que provoca “la creación de una población completamente nueva: mujeres adultas que no son definidas por el hombre con quien se casan ni dependen de su pareja económica, social, sexual o reproductivamente”.
El matrimonio estable con hijos es lo que da vida al estado del bienestar.
Sin embargo, en el trasfondo de todo ello se esconde un paradigma que se encuadra en la ideología de género, en una línea parecida a la que siguen las acciones del homosexualismo político y la actual oleada transexual, que por ejemplo permite que los transexuales se puedan ‘dopar’ con testosterona.
La realidad es que provenimos de una sociedad basada en el matrimonio y una estabilidad suficiente para engendrar hijos y poder educarlos. Esos son los factores que hacen fuerte el estado del bienestar.
De no ser así, a fuerza de fomentar el concepto ‘single’ como forma de vida ideal, ¿cómo se puede mantener ese sistema del bienestar en una sociedad formada por personas que no se casan, que viven solas y envejecerán solas, y que cuando enferman lo hacen en soledad?
por ForumLibertas.com (6 MAYO, 2016)
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