lunes, 18 de julio de 2016

Agustín Laje para medio español: “La izquierda ya no lucha por las clases sociales sino por la cultura”.




Un investigador afirma que la ideología de género reclama campos de concentración para hombres.

Los investigadores Agustín Laje y Nicolás Márquez acaban de lanzar en Argentina “El libro negro de la nueva izquierda”. En él analizan cómo los movimientos pro LGTB y feministas, entre otros, representan la nueva lucha cultural que encarnó el socialismo del siglo XX.
El manuscrito se sustenta en el estudio de unos 120 libros y otros tantos archivos y documentos de tal manera que nada quede librado al azar. Actuall conversa con uno de sus autores, Agustín Laje, para entender el alcance de esta investigación que próximamente puede ser adquirido próximamente a través de Amazon.
¿Por qué el título del libro?
Hubo un excelente trabajo de investigación sobre la izquierda del siglo XX que terminó materializándose en un libro best-seller titulado “El libro negro del comunismo”. Los autores de este trabajo se propusieron mostrar las miserias y los genocidios de la izquierda del siglo pasado. Pero junto a Nicolás Márquez, interpretamos que de ninguna manera esa izquierda murió con la implosión de la Unión Soviética en 1991 sino que se reconvirtió adoptando nuevos marcos teóricos y novedosos arreglos estratégicos.
¿Entonces hay una nueva izquierda?
Sí, una ”nueva izquierda” que ya no busca movilizar a una clase obrera que entendió que el sistema capitalista da oportunidades para el desarrollo, sino que busca definir a los “sujetos” a partir de criterios culturales.
¿Cuál es el discurso de este nuevo movimiento?
La izquierda antes estructuraba su estrategia en virtud de la lucha de clases, y hoy su lucha es cultural. Dentro de esa lógica, la “ideología de género” es una de las armas culturales más potentes que tiene esta nueva izquierda. Pero hay otras máscaras como son el indigenismo, feminismo, ecologismo, derecho humanismo, homosexualismo ideológico, garanto-abolicionismo. Lo que nos proponemos, en una palabra, es desenmascararla y mostrar sus miserias.


Lesbomarxistas atentando contra el orden público.

¿Cómo se relaciona el movimiento revolucionario de mediados del siglo pasado con la ideología de género en este momento?
El marxismo diría que desde sus orígenes ya estaba mirando la cuestión de la mujer. Al menos desde Engels. No hay que olvidar que éste escribió un librito titulado “El origen de la familia, el Estado y la propiedad privada”, donde concluía que “en la familia el hombre es el burgués y la mujer el proletariado”.
Se creaba una suerte de identidad entre las luchas obreras y las luchas sexuales. Pero con una advertencia importante: la lucha de la mujer debería estar subordinada a la lucha de clases.
Pero con el triunfo de la URSS la mujer no se hizo más independiente…
La revolución rusa y el experimento de la URSS mostró que la cuestión de la mujer era independiente de la cuestión de la clase y que la cultura no era un simple reflejo de las relaciones de producción como pretendían los marxistas ortodoxos. En el libro he investigado las condiciones de vida paupérrimas de la mujer soviética, que lejos de liberarse, estuvo oprimida.

Campos de concentración de la Unión Soviética: mujeres oprimidas y confinadas por el socialismo.


¿En qué momento se da el paso de una lucha de clases a una lucha cultural?

La afamada Simone de Beauvoir es un claro ejemplo de eso. En la conclusión de su célebre libro ‘El segundo sexo’ advierte que los cambios económicos no necesariamente traen cambios culturales y que las feministas deben dar una batalla cultural.
En Occidente es donde la lucha de clases empieza a transformarse en lucha cultural. El socialismo no se construye más expropiando los medios de producción, sino expropiando la forma de pensar, la cultura, los valores. Y aquí el orden se invierte. Una feminista como Sula mith Firestone terminará diciendo que la revolución feminista es condición para la revolución proletaria, invirtiendo a Engels.
¿Es una transformación o una imposición dictatorial, como lo fue el marxismo en su  momento?
Es un proceso gradual; una revolución pasiva, parafraseando a Antonio Gramsci. Empiezan unos pocos desde la academia inventando ideologías y las van derramando a los medios de comunicación. Primero hacen un poco el ridículo, pero ante la falta de reacción y ante la subestimación, ese ridículo se va convirtiendo en opinión políticamente correcta antes de que nos demos cuenta.
Cuando sus postulados pasan a formar parte de nuestro “sentido común” y se vuelven “políticamente correctos”, los aparatos coercitivos del Estado protegen esa hegemonía con reprimendas a quienes la desafían. Ni hablar de las reprimendas no estatales, sino sociales. En el libro comento casos de personas que incluso han terminado presas, por ejemplo en Canadá, por haber discutido por Twitter con feministas.
¿Por qué tan poca oposición a esta ideología?
Porque las ideologías de la nueva izquierda siempre se inscriben en una dimensión de moralidad aparente, que se presenta ante el gran público como “la voz de la bondad”. ¿Quién puede estar en contra de reivindicar los justos derechos para las mujeres? ¿Quién puede estar en contra de que un homosexual viva su intimidad como lo desee? ¿Quién puede estar en contra de respetar el medio ambiente, de salvaguardad los Derechos Humanos, o de garantizar los derechos de los procesados? Pues nadie.
Pero la izquierda hace una distorsión de todas estas justas causas, para hacerlas funcionales a sus propios objetivos: atacar el sistema capitalista y los valores en los que éste se sostiene.
Pero, ¿son acaso todos las causas que defiende esta idea tan dañinas?
El feminismo en sus orígenes demandó derechos políticos y civiles. ¿Quién podría estar en contra de esto? Nadie. Nosotros lo festejamos y lo destacamos en el libro. Pero mucho del feminismo contemporáneo pide excentricidades que atacan incluso las libertades individuales: legalizar la pedofilia (Firestone, Millet, etc.), obligar a los hombres por ley a orinar sentados (Partido de Izquierda Suecia); prohibir el fútbol en los colegios (País Vasco, España); prohibir los mariachis (grupos feministas en Colombia); prohibir video-juegos como Mario Bros (Anita Sarkeesian en Canadá); promover el lesbianismo como forma de “resistir al patriarcado” (Beatriz Gimeno en España); proponer “campos de concentración para hombres” (Julie Bindel en Inglaterra), etcétera. El libro está plagado de ejemplos.
Nuestro objetivo es mostrar la verdadera cara de esta nueva izquierda que, en principio, se nos presenta de forma tan simpática a partir de nuevas máscaras, entre ellas, el feminismo y el homosexualismo ideológico que abordamos en esta primer entrega.

Marcha homosexual en favor de la pedofilia.


¿Tienen un manual de acción?

No diría que tienen un manual. Existe un libro que considero muy importante en esta reconversión estratégica de la izquierda: “Hegemonía y estrategia socialista”, publicado en 1985 por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Aquí ellos explicitan la necesidad de pasar de una “lucha de clases” a una “lucha cultural”, y mencionan de manera reiterada la necesidad que tiene la nueva izquierda de “hegemonizar” a grupos bien específicos: feministas, homosexuales, ambientalistas, indigenistas, etcétera.


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Prensa Republicana  (13 julio, 2016)

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