por Alfonso Aguiló
El Concilio Vaticano II recordó con claridad el esmero que la Iglesia y los católicos han de tener por respetar la libertad religiosa de todos los hombres.
—Algunos se quejan de que la Iglesia parece querer imponer a la sociedad civil sus valores religiosos. Dicen que las creencias son cuestiones que deben quedar reservadas al ámbito personal o familiar.
La Iglesia no trata de imponer a nadie una religión o unas creencias. El Concilio Vaticano II recordó con claridad el esmero que la Iglesia y los católicos han de tener por respetar la libertad religiosa de todos los hombres. La Iglesia católica expresa con libertad su mensaje, dirigido a los fieles católicos y a todos los hombres de buena voluntad que quieran escucharlo. No sería sensato decir que, por el simple hecho de hablar, pretende imponer sus valores a la sociedad civil. Cuando la Iglesia habla, hace uso de la libertad de expresión, a la que, por fortuna, todos tenemos derecho.
Uno de los cometidos de la Iglesia católica es despertar la sensibilidad del hombre hacia la verdad, el sentido de Dios y la conciencia moral. La Iglesia procura infundir coraje y aliento para vivir y actuar con coherencia, para aportar convicciones que puedan representar un fundamento sólido. Y lo hace hablando a las conciencias de todos, aunque muchas veces sea una tarea ingrata y desagradecida, como sucede cuando se dirige a los poderosos que parecen no querer que nadie opine sobre lo que ellos hacen.
El Papa y los obispos están dispuestos a decir la verdad, aunque se enfrenten con una oposición cultural, pequeña o grande. Y lo hacen en sus declaraciones y documentos contra el racismo o la xenofobia; cuando rechazan la cultura del divorcio o defienden el derecho a la vida de los no nacidos, de los minusválidos o los enfermos terminales; cuando cuestionan la laxitud sexual o cuando alientan a las naciones a ser fieles a su compromiso con la libertad y la justicia para todos. La Iglesia protestará cada vez que corra peligro la vida humana, ya sea por el aborto, la explotación de niños, malos tratos a mujeres, injusticias económicas, abandono de enfermos o inmigrantes, o por cualquier forma de abuso o explotación.
—La Iglesia emitirá su juicio si quiere, pero luego sigue siendo la mayoría parlamentaria, elegida democráticamente, quien decide.
Por supuesto. La Iglesia no desea imponer -y menos imponer coactivamente- sus enseñanzas. Pero si la mayoría parlamentaria decide algo injusto, por el hecho de haberse decidido legalmente no se convertirá en justo.
Uno de los principales cometidos de la Iglesia es sensibilizar a los hombres para que alcancen al menos un cierto grado de evidencia común respecto a las verdades fundamentales. Entre otras cosas, porque sabe bien que resultará difícil que un Estado mantenga por mucho tiempo unas leyes que vayan contra la opinión de la mayoría social.
La Iglesia no mantiene opiniones ni posturas propias en cuestiones estrictamente políticas -la Iglesia desconfía de esas confusiones, en esta época más que en ninguna otra-, sino que procura sensibilizar ante los valores morales y denunciar a quien atente contra ellos, sea quien sea, porque ni el Estado ni nadie es soberano absoluto de las conciencias ni de la sociedad.
—¿Pero con qué autoridad se opone la Iglesia al poder político legítimamente constituido?
La Iglesia expresa sencillamente en voz alta un criterio ético o moral. No se presenta como un tribunal o un censor universal, ni trata de ir dando lecciones a nadie. Simplemente considera que ha recibido de Dios una luz sobre el hombre, de la cual se derivan, a su entender, los derechos y deberes humanos. Y expresa su criterio, como cualquier otra persona o institución.
No se trata de que los eclesiásticos controlen el poder. Primero, porque no es su misión, y la Iglesia ha reafirmado la prohibición de que los sacerdotes y los clérigos desempeñen cargos públicos. Y segundo, porque para hacer política no basta con tener buenas intenciones morales, y por eso hay que dejar trabajar a cada uno en su ámbito de aptitudes y competencias. La posición de la Iglesia en materia política consiste en emitir, en una situación determinada, un juicio moral; en denunciar el mal, sacar a la luz el bien y animar a los hombres a buscar soluciones de forma positiva.
La Iglesia se considera responsable no solo de su bien particular, sino del bien de todos, y debe pedir que se respete el derecho de todos.
Para la eficacia de ese testimonio cristiano, es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos de las posiciones de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano. La caridad se convertirá entonces necesariamente en servicio a la cultura, a la política, a la economía, a la familia, para que en todas partes se respeten los principios fundamentales, de los que depende el destino del ser humano y el futuro de la civilización.
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