Medio siglo de resistencia y víctimas católicas.
Los «cristeros» cubanos, «una historia de héroes y mártires» bajo la larga dictadura de Fidel Castro
Armando Valladares, fray Miguel Ángel Loredo, Guillermo Fariñas, Oswaldo Payá: todos ellos católicos fieles, todos ellos víctimas de Fidel Castro.
El fallecimiento de Fidel Castro este 25 de noviembre resucita la memoria de infinidad de personas que fueron víctimas del régimen comunista que implantó en Cuba. Rescatamos para la ocasión el artículo publicado en ReL hace dos años, con ocasión de un encuentro en Miami entre represaliados y exiliados por la dictadura, a quienes se dirigió Gonzalo Altozano con un discurso que reproducimos en su integridad.
Todos los años, los presos políticos cubanos de la primera hora, los que más tiempo llevan exiliados de su país y acumulan historias más terribles de represión, tortura y cárcel en las prisiones del régimen comunista cubano, se reúnen en Miami para celebrar una oración dominical.
¿Por qué una oración dominical, y no una misa? Porque es evocación de cómo pasaban las fiestas de guardar en las prisiones de Fidel Castro, cuando no había un sacerdote. Entonces todos ellos, católicos encarcelados por su oposición al régimen, se reunían y rezaban, a pesar de que los carceleros se lo tenían prohibido.
Este año invitaron para intervenir en el acto al periodista español Gonzalo Altozano, en su día director del semanario Alba y conductor de Los últimos de Filipinas en Radio Intereconomía o de Dando caña o No es bueno que Dios esté solo en Intereconomía TV.
Precisamente le invitaba una de las personas que Altozano ha entrevistado sobre Dios, Ángel de Fana, quien pasó veinte años en la cárcel y es ahora uno de los dirigentes de Plantados hasta la Libertad y la Democracia en Cuba, un equipo de trabajo fundado en 1997 con el objetivo de acabar con el comunismo en el país, y que hace bandera de esa palabra, "plantados", como expresión de la actitud que adoptaron ante el régimen durante sus larguísima estancias carcelarias, de más de dos décadas en casi todos ellos.
Uno de los primeros colaboradores de Plantados fue Miguel Ángel Loredo (1938-2011), sacerdote franciscano que padeció la cárcel entre 1966 y 1976 y fue expulsado de Cuba en 1984. El padre Loredo fue el alma espiritual del grupo, y a él se refiere también Altozano en sus palabras, que por su interés, y por destacar algo que normalmente se oculta (el carácter específicamente anticristiano de la persecución política en Cuba), reproducimos a continuación en su integridad.
Intervención de Gonzalo Altozano en la oración dominical anual de Plantados
Me pide Ángel de Fana que os hable hoy aquí, y cuando Ángel de Fana me pide algo, me pongo en primer tiempo de saludo, como me enseñaron en la marina. Hablar durante las mismas fechas, desde el mismo escenario y ante el mismo público que Miguel Ángel Loredo durante muchos años hace buena la frase de que este es un honor que no me merezco.
Para vosotros, la figura de Loredo es una figura familiar, no para mí, que no llegué a conocerle en persona, y mucho menos para los que no saben quién fue (yo, al menos, sí he leído y oído mucho y muy bueno acerca de Loredo). Cuando tengo que explicar quién fue Loredo, digo que se trató de uno de esos hombres que logran individualizarse no con un artículo indeterminado, sino con un artículo determinado: Loredo no era un cura, Loredo era el cura. Era, además, el tipo de pastor con el que sueña para la Iglesia de hoy el papa Francisco: un pastor con olor a oveja, es decir, uno que no tiene miedo a ir en misión por los caminos fuera de los muros de la ciudad, hasta los suburbios y los extrarradios, incluso más allá.
El periodismo como apostolado
Antes de seguir, quiero aclarar que no soy sacerdote, soy periodista. Un periodista, eso sí, que entiende su vocación como una forma de apostolado. Y no quiero decir con esto que sea experto en periodismo religioso. Es verdad que durante tres años, entre otras tareas, firmé en la contraportada de una revista española -Alba- una entrevista semanal con personajes que hablaban de Dios.
Tras 150 entrevistas, seleccioné 101, las cuales fueron editadas, con cierto éxito de público y de ventas, en un libro. De los 20.000 ejemplares que se vendieron, me consta que uno cayó en manos del cardenal Ortega, arzobispo de La Habana. Me consta también que el cardenal Ortega disfrutó mucho con todas las entrevistas, con todas menos con una: la de Ángel de Fana. Si alguna vez Ángel dudó de si el camino iniciado hace ya tantos años era el correcto -y yo creo que nunca ha dudado- las palabras de Ortega debieron de confirmarle que sí, que era el correcto.
Con lo de entender mi profesión como una misión quiero decir que no me metí en la cosa esta del periodismo para encerrarme en una redacción a cortar y pegar teletipos, despachos de agencia, ni, en el mejor de los casos, para colarme en el camerino de las estrellas de Hollywood. Me metí en esto del periodismo para contar las cosas de otra manera o, al menos, intentarlo.
Desde niño, siempre me sublevó la tendencia de narrar la Historia con los burócratas, los canallas y los tiranos como protagonistas y los disidentes, los héroes y los mártires como personajes secundarios. Consciente de mis muchas y enormes limitaciones, mi propósito no era revertir esta tendencia, pero sí, al menos, salirme del carril, ir en dirección contraria si fuera preciso.
Por eso, cuando hace ya unos años me hablaron por primera vez de vuestra epopeya, pensé que merecería la pena dedicar el tiempo y el dinero que fueran precisos a contar aquella historia de disidentes, héroes y mártires. Porque la vuestra es, ante todo, una historia de disidentes, de héroes y de mártires.
Ángel de Fana, veinte años de cárcel a sus espaldas.
Auténtica persecución religiosa
Cuando Ángel me pidió que hablara hoy aquí, me lo planteó en términos de predicación, lo cual me alegra, porque la predicación no ha de ser privilegio de curas, sino también obligación de laicos. Así que dejaré en un segundo plano el lado disidente y heroico del presidio político cubano, que conocéis mejor que nadie, y me centraré en lo que tuvo de martirio, que también conocéis bien. Quien dude de que en Cuba ha habido persecución religiosa, solo tiene que preguntar a Ricardo Toledo, que pasó diez años en la cárcel solo por asistir a una procesión, la de la Caridad. Luego a Ricardo le fabricarían pruebas y le imputarían delitos que nunca existieron, pero todos sabéis que, como se lo propongan, los comunistas son capaces de acusar y condenar a uno por ser el toro que mató a Manolete.
Pero el caso de Toledo no solo ilustra el uso castrista y, por tanto, arbitrario del Derecho, sino que Dios escribe derecho con renglones torcidos, que sus designios son inescrutables y que de un mal es capaz de sacar un bien mayor. En el fragor de aquella accidentada procesión (accidentada porque así lo quisieron los comunistas), Ricardo conoció a Neida, una linda muchachita que, cincuenta años después, se sienta a su lado hoy aquí. Para que luego digan que el amor no es para siempre.
La persecución religiosa en Cuba se encuadra en un marco general de persecuciones que tuvieron lugar en todo el mundo a lo largo del siglo XX. En España, mi país, por ejemplo, el odium fidei, el odio a la fe desatado por la izquierda en los años treinta le costó la vida a no pocos obispos, cantidad de sacerdotes e incontables católicos de a pie, dejando chiquita la persecución del emperador Diocleciano en el siglo IV. Y, sin embargo, Roma, a través de numerosos procesos de beatificación y canonización, no solo elevó a los altares a tantísimos mártires, sino que reconoció una evidencia histórica y, no menos importante, ayudó a sanar unas heridas abiertas en lo más hondo de un tiempo y de un país. Y lo mismo hizo en otros lugares, como México o los países del Este, escenarios también de sangrientas persecuciones.
En Cuba, sin embargo, hasta donde yo sé -y digo “hasta donde yo sé” pues no querría pecar de falta de rigor- la Iglesia no ha llevado a cabo esa labor de señalamiento y reparación, es más, la diplomacia vaticana parece empeñada en la ostpolitik, la política de la no confrontación con los países comunistas que tan pocos frutos dio bajo los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI.
Al grito de ¡Viva Cristo Rey!
De la posibilidad -¿o debería decir de la certeza?- de que en Cuba haya habido mártires y confesores de la fe podéis dar testimonio vosotros, testigos de tantos compañeros que en el paredón de fusilamiento encararon la muerte al grito de “¡Viva Cristo Rey!”. Al contrario que vosotros, y a Dios gracias, yo nunca he tenido que hacer frente a una situación de tanto peligro que pudiera irme la vida en ella. Pero es que no hace falta haberle visto la cara a la parca para saber que las últimas palabras de un hombre pueden resumir una vida entera. De aquellos caídos cabe decir no solo que afirmaron a Cristo hasta en el último momento, sino que hicieron buena la frase del Evangelio de que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, pues muchos fueron condenados a muerte por negarse a echar para adelante a sus compañeros de causa, esto es, por negarse a delatarles, de igual manera que vosotros estabais dispuestos a dar la vida por los amigos cada vez que, con tremendo riesgo, salíais en defensa de un preso al que la guarnición caía a golpes.
Decía antes que la vuestra es una historia de disidentes, héroes y mártires, a lo que podría añadir que es también una historia de amor. De amor a los amigos, de amor a la patria (amor que encuentra acomodo en el cuarto mandamiento, Amarás a tu padre y a tu madre) y de amor a unas ideas que cuando son amadas se convierten en principios; principios que sobrepasaban todo entendimiento y toda ciencia, pues mientras los manuales de Medicina dicen que un hombre no puede resistir más de veinte días sin ingerir alimentos, muchos de vosotros estuvisteis casi cuarenta en huelga, en virtud, insisto, de esos principios.
Identificados con Cristo
Decía antes que la vuestra es una historia de disidentes, héroes y mártires, pero bien podría haberlo resumido con que es una historia de hombres y no de ángeles, ya que los ángeles -en palabras de un viejo jesuita, el padre Suárez- “agotan la perfección de la especie”, mientras los hombres estamos erizados de defectos, característica de la que no escapáis ni siquiera los titanes, algo que he podido comprobar a lo largo de muchos años de investigación, cuatro viajes a Miami, la lectura de todo -o casi todo- lo que se ha escrito de presidio político histórico y medio centenar de entrevistas a supervivientes de tanta hazaña.
Y está bien que así sea, pues cuando Dios envió a su Hijo no lo revistió de ángel sino que lo encarnó en un hombre, lo que me permite decir que de la misma manera que Cristo se identifica con los hombres, vosotros os identificasteis con Cristo, y me vais a permitir que esto que suena aventurado lo sostenga Biblia en mano.
Del Evangelio según San Mateo: “Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y acompañado de todos los ángeles, se sentará entonces en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las gentes; y separará a los unos de los otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha, los cabritos en cambio a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces le responderán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos desnudo y te vestimos?, o ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte?”. Y el Rey, en respuesta, les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis””.
¿Acaso vosotros no tuvisteis hambre? ¿Acaso, Mayita, no patentasteis -medio en broma pero medio en serio- una consigna alimenticia según la cual todo lo que vuela, repta o camina se come? ¿Y sed? ¿No tuviste sed, Servando, durante aquella huelga de hambre en la que te cortaron el agua durante nueve días, y los labios se te cuartearon, y la lengua no te cabía en la boca, y la garganta la sentías abrasada por carbones al rojo vivo, y tu aliento era como el de uno que tiene un perro muerto en el estómago? ¿Y desnudos? ¿Cuántos años pasaste, Perdomo, en calzoncillos por negarte a vestir el uniforme de los comunes? ¿Veinte, veintiuno, veintidós? Veintitrés. ¿Y tú, Pardito? ¿Y Pichi? ¿Y Maqueca? ¿Y Argüelles? ¿Y Martín?... ¿Y enfermos? ¿Cómo aguanta uno, Grau, veintitantos años de cólicos nefríticos sin que te vea un médico? ¿Y en la cárcel sin visitas? ¿Cómo no volverse loco, Napoleoncito, enterrado vivo durante meses, incluso años, en una celda de castigo, sin noticias de tu gente, mientras el mundo miraba para otro lado y nadie escuchaba?
Un trabajo en preparación
Hay quien me reprocha que, estando las cosas como están en mi país, cómo se me ocurre marcharme a Miami a documentar una historia de viejos guerreros cubanos que me es ajena. Lo primero, decir que he volado hasta aquí con billete de vuelta, con lo que, tras casi tres meses en Miami, estaré de regreso en España el 23 de diciembre (y ya lo siento, pues no hay nada más saludable que el invierno en el sur de la Florida, con una temperatura media de veintiséis grados, pero lo siento más aún por los buenos amigos que dejo aquí).
Y en cuanto a lo de que vuestra historia me es ajena, según y cómo. Dejadme decir con el clásico que “hombre soy y como tal nada de lo humano me es indiferente”. Porque mi empeño por contar la aventura que vivisteis -o a la que sobrevivisteis- no responde a una despreocupación por lo que pasa en mi país, sino que tiene una intencionalidad política, y con esto vuelvo a lo del periodismo con fundamento.
El comunismo y la literatura
Mirad, de todos los presos a los que he entrevistado, y he entrevistado a unos cuantos, ninguno era diplomado en altos estudios políticos por la Universidad de Harvard, lo que no les impidió -lo que no os impidió- de jóvenes tener una idea acabada de qué cosa era el comunismo, bien por conversaciones en familia, bien por sufrir en vuestras carnes y en las carnes de los vuestros la diabólica praxis del marxismo, bien -y aquí es adonde quería llegar- por la lectura de la revista americana Selecciones, que cada mes traía uno o dos reportajes de denuncia de los totalitarismos y sus demonios, en la línea de grandes novelas como Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn, La hora 25 de Constantin Virgil Gheorghiu o La noche quedó atrás de Jan Valtin, que muchos devorasteis. Con esto subrayo la importancia del relato, de la narración, en la construcción del compromiso y del discurso político.
Supongo que no me costará encontrar editor en España para el libro, el cual me gustará ver publicado también en Miami. Lo que no sé es si venderé mucho o poco. Yo espero que venda mucho, por razones obvias, pero también por que a mayores ventas, mayor número de lectores y mayores posibilidades de que vuestra historia inspire a alguien, más en estos tiempos, más en mi país, tan necesitado de ejemplos. Pero nada de esto depende de mí, únicamente poner punto final al libro, a lo que no me atrevo a poner fecha. Sí me comprometo, en cambio, a componer una oración, la oración del preso, la oración del plantado, la cual someteré a vuestros nihil obstat, y todo antes de subirme en el avión de vuelta.
Reina de los plantados
De momento, ya he introducido una letanía en las letanías del Rosario, una letanía que dice “Reina de los plantados”, y a la que respondo “ruega por nosotros”, o mejor, ruega por ellos, ruega por vosotros, los presos, los plantados, para que podáis regresar como libertadores a una patria en la que los cubanos no sean ciudadanos de segunda, y si Dios no lo dispone así -sus tiempos no son los nuestros-, que os conceda resucitar en una Cuba que, entonces sí, ya será libre por los siglos de los siglos. Amén.
Artículo publicado en Religión en Libertad el 16 de diciembre de 2014.
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