El P. Teztel, dominico enviado a predicar el verdadero sentido de las indulgencias, decía respecto de Lutero ya en su época:
“Los artículos de Lutero están destinados a promover un gran escándalo, pues por su causa muchos despreciarán el poder de su Santidad el Papa y de la santa Sede Romana. También se abandonarán las obras de penitencia sacramental, y no se volverá a creer a los predicadores y doctores, queriendo cada cual interpretar la escritura a su antojo, por donde la santa y universal Cristiandad habrá de incurrir en gran peligro de las almas, pues cada cual no creerá sino en aquello que bien le pareciere”[1].
Y Lutero, en esto, daba el ejemplo con su propia vida:
“Yo no quiero ser juez ni un asno papa, ni una mula. No quiero responder nada a tales asnos ni a sus berridos inútiles sobre la palabra ‘sola’ (sola scriptura). Ya basta. Lutero lo quiere, Lutero habla así. Lutero es un doctor por encima de todos los doctores de todo el papismo (…)[2]. El cristianismo no es más que el ejercicio continuo de sentir que no tienes pecado aunque peques y que tus pecados son echados sobre Cristo (…). Aunque hiciéramos mil fornicaciones y cometiéramos otros tantos homicidios en un día… basta con recibir el Cordero que quita los pecados del mundo”[3].
“Aunque los santos Cipriano, Ambrosio y Agustín; aunque San Pedro, San Pablo y San Juan; aunque los ángeles del cielo te enseñen otra cosa, esto es lo que sé de cierto: que no enseño cosas humanas, sino divinas; o sea que todo lo atribuyo a Dios, a los hombres nada (…). Los Santos Padres, los doctores, los concilios, la misma Virgen María y San José y todos los santos juntos pueden equivocarse” (él no, claro)[4].
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
[1] Alfredo Sáenz, La Nave y las tempestades. La Reforma Protestante, Gladius, Buenos Aires 2005, 124.
[2] Ídem, 171.
[3] Ídem, 164-165.
[4] Ídem, 145.
Que no te la cuenten (noviembre 2 de 2016)
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