La Argentina vive un clima de desorden. Basta mirar alrededor. Cortes, piquetes, marchas, protestas, tomas, acampes. Todas las formas posibles de provocar el desorden.
Con el centro de gravedad puesto en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Porque esa es la vidriera del país. La que tiene más repercusión mediática. Nada hay improvisado. Todo forma parte de un plan. Un plan urdido para jaquear al gobierno, para arrinconarlo y si es posible para deponerlo. “Helicóptero para Macri”, “Macri sos De la Rúa”, son algunas de las consignas que tienen el objetivo claro de provocar el caos, disfrazado todo de “protesta social”. Frente a este plan de agitación para desestabilizar un gobierno constitucional, la respuesta gubernamental es nula. No hay un plan del gobierno para contrarrestar lo que técnicamente se llama “la pre-insurgencia”. Un planteo básico del poder es controlar la calle. La izquierda lo sabe. Por eso lleva a cabo su plan de agitación. Porque el gobierno se muestra incapaz de controlar la calle. La calle es de los agitadores.
Veinte encapuchados armados con palos cortan la avenida 9 de Julio. ¿El motivo? No importa. Puede ser cualquiera. Desde la libertad de Milagro Sala a mayores subsidios para no trabajar. El Ministerio de Ciencia y Técnica, por ejemplo, está tomado. Y nadie hace nada. Las respuestas de los funcionarios al requerimiento periodístico son ingenuas, anodinas. Es que el gobierno de Macri está demostrando una debilidad que fortalece a los violentos.
La ley y el orden
Cualquiera que haya leído los manuales de la izquierda sabe que para estos grupos organizados hay que violentar “revolucionariamente” la ley y el orden “de la burguesía”, hay que atacar a la Policía porque es “el brazo armado del Estado burgués” y hay que demostrarle al proletariado que hay una “vanguardia” que sale a enfrentar al “gobierno de los patrones y el imperialismo”. Al parecer, Macri y muchos de sus asesores y funcionarios no han leído esos manuales. No conocen lo que es la “gimnasia pre-revolucionaria”, que llegó a provocar hechos como el Cordobazo de 1969. Hay una suerte de temor, de miedo a aplicar la ley.
Veamos algunos ejemplos.
La Policía puede y debe actuar, sin orden judicial previa, ante cualquier delito perseguible de oficio sorprendido in fraganti. Tal el caso de los piquetes, de las marchas que impiden la libre circulación de personas y vehículos, las tomas de edificios públicos, y los acampes en lugares públicos. Se trata de delitos de acción pública, que no dependen de instancia privada, que no requieren denuncia previa. Y la Policía debe actuar de inmediato para hacer que cese el delito. Empleando, obviamente, la fuerza pública que la ley le otorga. Porque el gobierno no termina de entender que el Estado tiene el monopolio de la fuerza. Y que proceder en estos casos es garantizar los derechos constitucionales de los ciudadanos: a transitar libremente, a concurrir a su trabajo, a ejercer su comercio, etc.
El gobierno tiene miedo.
Miedo a que “le tiren un muerto”. Recuerdan con temor los casos de Santillán y Costeki, y los muertos en los disturbios del final de la gestión De la Rúa. Pero no se puede gobernar con miedo. El poder se tiene y se ejerce, en su totalidad. Gobernar con miedo es gobernar asustado. Miedo a los piqueteros violentos, a que vayan a la cárcel los autores del saqueo al país, miedo a las encuestas. ¿Todo asusta? Gobernar es ejercer el poder en plenitud. Es poner orden en todos los órdenes. Es cumplir y hacer cumplir la ley. Es restaurar el principio de autoridad. Sepa el gobierno donde está parado y a quienes tiene enfrente. Y sepa también ejercer el poder del Estado, sin vacilaciones.
El Director nuevarg@fibertel.com.ar
Nueva Argentina n° 309. diciembre de 2016.
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