Por Jorge Martínez
El biógrafo del padre Castellani explica el destino singular del olvidado sacerdote y escritor.
Sebastián Randle sostiene que el autor de "El Evangelio de Jesucristo" era un tipo difícil al que le tocó denunciar la Gran Apostasía. Ni entonces ni ahora se le prestó la debida atención.
Hace tiempo que no se habla del padre Leonardo Castellani. Un olvido injusto por donde se lo mire, que a la vez pasa por alto la profundidad de una de las grandes mentes del catolicismo de habla hispana en el siglo XX, y soslaya el talento literario de sus numerosos escritos repartidos en libros, artículos, conferencias y homilías.
Políglota, teólogo y exégeta, pero también periodista, crítico literario, poeta y novelista: Castellani (1899-1981) dejó una obra tan vasta -al menos 60 volúmenes- como rica por la agudeza de sus reflexiones y el encanto de su estilo, una marca inconfundible del autor. Ese estilo personalísimo que nunca perdía el humor ni la campechanía aunque hablara del Reino de los Cielos, el Fin de los Tiempos o la Parusía y que era como el destilado accesible al lector corriente de una honda sabiduría acumulada en decenios de estudio y oración.
Era ese uno de los muchos rasgos que lo acercaban a G.K. Chesterton, escritor al que admiraba y al que tanto se parece pese a las diferencias de temperamentos y peripecias vitales.
Castellani fue un personaje a todas luces extraordinario que hace algo más de un decenio encontró al biógrafo digno de su estatura. El doctor Sebastián Randle, hombre de la Justicia, aficionado a las letras y católico combativo, acometió la empresa en sus ratos libres como trabajo de amor y de reparación. El resultado fue Castellani, 1899-1949, biografía monumental publicada en 2003 por la editorial Vórtice, que recorre la mitad de la vida y la obra del sacerdote nacido en Reconquista, provincia de Santa Fe. Y que lo hace con las adecuadas dosis de fe, cultura y buen humor para mejor retratar a semejante biografiado. En marzo próximo saldrá la continuación de esa obra insustituible.
Mientras aguarda esa nueva publicación, Randle accedió a responder por correo electrónico algunas consultas de este diario sobre el hombre al que dedicó toda una vida de lecturas y -al menos- dos decenios de investigación y escritura.
-A pesar del olvido ominoso en que cayó, el padre Castellani fue, como autor, muy leído e influyente, al menos dentro de ciertos sectores. ¿Cómo podemos medir hoy la influencia cultural, política y hasta teológica que tuvo en su tiempo?
-Yo creo que es una pregunta imposible de responder, a menos que distingamos y digamos con toda claridad qué cosa queremos decir con "influencia". Si de números de personas se trata, puede que el grupo de "influenciados" sea relativamente importante. Pero si la "influencia" refiere a la gente que realmente lo entendió, que le fueron fieles luego, que se hicieron (de una u otra manera) discípulos de él, me parece que son pocos, muy pocos. De entre mis amigos, los que realmente entendieron a Castellani, son poquísimos. Eso a él lo tenía sin cuidado y a mí, ¿qué quiere que le diga?, también.
-Hay en la obra de Castellani un estilo característico, rápidamente identificable, un encanto muy personal. Usted lo define como propio de un "gran comunicador". ¿Cómo cree que lograba esa comunicación tan eficaz?
-Su poder de comunicación no tiene ningún secreto: había hecho los deberes, sabía su castellano (y seis lenguas más), sabía hablar muy bien (óiganse sus sermones que están en Internet) y escribía como los dioses. Tenía un inmenso sentido del humor y era original en extremo. Así cualquiera.
-¿Cuál es a su juicio el mejor libro? ¿Y por dónde recomendaría empezar a leerlo a quienes no lo conocen?
-Su mejor libro, a mi juicio, es El Evangelio de Jesucristo. Yo empezaría por ahí. O quizás, por algunas de las antologías de sus escritos, como la realizada entre nosotros por el P. Biestro o en España por Juan Manuel de Prada.
-En varios pasajes habla usted de un lado sombrío, "maldito", de Castellani. ¿A qué se debían esas aflicciones íntimas en una persona que por otra parte parecía ser tan creativa y enérgica?
-Vea, si a usted le pasa la mitad de lo que le pasó a Castellani en los primeros cinco años de su existencia, vaya si no va a tener "aspectos sombríos" y "lados oscuros" en su personalidad. En eso es obvio que Freud estaba en lo cierto. Pero además, si nos llegara a pasar la mitad de las cosas que le pasaron a él... pues... Pero, en fin, para contestar enteramente a su pregunta, no puedo sino referir, una vez más, a mi libro.
-Recuerdo que en alguna reseña Castellani definió al escritor inglés Hilaire Belloc como un "profeta". ¿Lo fue también el propio Castellani?
-Alguna vez hablé sobre este asunto de Castellani y sus dotes de profeta. Recurriendo a una categoría kierkegordiana, Castellani se reconocía un "singular" y en esa medida su voz resonaba con aires proféticos, malgré lui. Y no que fuera un caprichoso, como se lo ha acusado tantas inicuas veces, ni que quería hacerse el enfant terrible, ni que estaba loco. Castellani, como cualquier profeta, no tenía vocación ninguna por el martirio: no era un suicida y sabía que decir lo que tenía que decir le costaría carísimo. Pero como Jonás, quiso huir, refugiarse en una vida académica, en una tranquila studiositas de biblioteca, pipa y ocio intelectual. Pero Dios no lo dejó.
El profeta confrontará las potestades seculares si falta hace, pero habitualmente no es ésa su principal incumbencia, sino el confronto con las autoridades religiosas por esconder verdades que Dios quiere luminosas, la denuncia por permitir que la doctrina se corrompa o la acusación por vivir en colisión con el mundo mientras se degradan las costumbres. Por eso el profeta -a imagen de Cristo-, a la larga o la corta, se encontrará de topada con la jerarquía religiosa. Y la historia siempre se repite. Es cuando el pueblo cae en la apostasía que Dios envía al profeta para "chillar", para corregir el rumbo. Sólo que a Castellani le tocó venir a denunciar la Gran Apostasía, posiblemente la última. Era un tipo difícil, creía inminente el fin de los tiempos y nos previno de la Gran Calamidad por venir, a nosotros, los fieles de los países del Plata, desde su ignominia, noche oscura y destierro. Y es parte no pequeña de la Gran Calamidad, que todavía, cincuenta, sesenta años después, aún no se le preste la debida atención.
-La Iglesia parece vivir hoy días de particular zozobra, que tal vez sólo puedan entenderse a la luz del Apocalipsis, libro que Castellani estudió y comentó toda su vida. ¿Se anima a conjeturar qué opinaría el padre a ese respecto? ¿O es que ya lo expresó en algunos de sus libros?
-En efecto, nos tocan vivir días tan oscuros que, por mi parte, no alcanzo a ver casi nada. Y no, ni siquiera Castellani anticipó un Papa como el que tenemos, aparte de contar con un Papa emérito. No señor. Yo me he pasado la vida leyendo a Castellani pero confieso que todo eso me sirve de poco cuando contemplo lo que está sucediendo en la Iglesia. Claro que los fenómenos antiguos que persisten, eso sí, Castellani ayuda a verlos, cosas como el fariseísmo por ejemplo, o la onda anti-parusíaca, se ven con toda claridad. Pero hay cosas nuevas como el plebeyismo y la nadeidad de Bergoglio que a uno lo dejan completamente perplejo. Porque a él, a Bergoglio, digo, ni para Anticristo le da, no señor, no le da el cuero. Y luego, él es el perfecto anti-Castellani ¿no? El jesuita que no estudió nada, que no sabe nada de nada, el progre-peronista diletante y falsificador, el amado del mundo, el irreverente y adulador del mundo al que le fue tan, pero tan bien, que llegó a Papa. ¿Qué le parece? Sí señor, es el anti-Castellani, perfecto. Y ¡sandiez! también es argentino.
Diario La Prensa (24/1/17)
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