por Paul F. Crawford
El presente artículo desmiente
detalladamente cuatro mitos sobre Las Cruzadas *
En el año 2001 el Expresidente Bill
Clinton dio un discurso en la Universidad de Georgetown en el que habló sobre
la respuesta de Occidente a los entonces recientes ataques terroristas del 11
de septiembre. El discurso contiene unas cuantas, pero relevantes, referencias
a las cruzadas.
El Sr. Clinton afirmó que “cuando
los soldados cristianos tomaron Jerusalén (en 1099), procedieron a matar a
todas las mujeres y a todos los niños musulmanes en el templo del Monte”. Citó
las “descripciones contemporáneas del evento” como fuentes en las que se afirma
“que los soldados que caminaban allí lo hacían con sangre hasta las rodillas”.
Esta historia, dijo el Sr. Clinton enfáticamente, “aún se narra en Medio
Oriente y todavía estamos pagando por ello”.
Esta perspectiva de las cruzadas no
es inusual. Pervierte libros de textos así como literatura popular. Otro libro
que suele ser confiable alega que “la cruzadas fusionaron tres características
medievales impulsivas: la piedad, la pugna y la codicia. Esenciales las tres”.
La película Kingdom of Heaven (“El
Reino de los Cielos” o “Cruzada”, de 2005) muestra a los cruzados como
fanáticos groseros, los mejores de los cuales se debaten entre el remordimiento
por sus excesos y la lujuria para seguir con ellos.
Incluso la información histórica
para los juegos de rol –que se supone se basan en fuentes más confiables–
contienen afirmaciones como esta: “los soldados de la Primera Cruzada
aparecieron, básicamente, sin advertencias, inundando Tierra Santa con la
misión declarada –literalmente– de matar a los no creyentes”, “las cruzadas
eran una temprana forma de imperialismo”, y “la confrontación con el Islam dio
inicio a un periodo de fanatismo religioso que generó la Inquisición y las
guerras religiosas en la desolada Europa durante la era Isabelina”.
El más famoso historiador
semi-popular de las cruzadas, Sir Steven Runciman, termina sus tres volúmenes
de magnífica prosa con el juicio de que las cruzadas eran “nada más que un
largo acto de intolerancia en el nombre de Dios, que es el pecado contra el Espíritu
Santo”.
El veredicto parece unánime. Desde
los discursos presidenciales hasta los juegos de rol, las cruzadas son
mostradas como un episodio deplorablemente violento en el que libertinos
occidentales, que no habían sido provocados, asesinaban y robaban a musulmanes
sofisticados y amantes de la paz, dejando patrones de opresión escandalosa que
se repetirían en la historia subsecuente. En muchos lugares de la civilización
occidental actual, esta perspectiva es demasiado común y demasiado obvia como
para ser rebatida.
Pero la unanimidad no es garantía de
precisión. Lo que todo el mundo “sabe” sobre las cruzadas podría, de hecho, no
ser cierto. Veamos las nociones populares sobre los cruzados y tomemos cuatro
para ver si pasan un examen más certero.
Mito 1: Las cruzadas representaron
un ataque no provocado de cristianos occidentales contra el mundo musulmán
Nada podría estar más lejos de la
verdad, e incluso una revisión cronológica aclararía eso. En el año 632, Egipto,
Palestina, Siria, Asia Menor, el norte de África, España, Francia, Italia y las
islas de Sicilia, Cerdeña y Córcega eran todos territorios cristianos. Dentro
de los límites del Imperio Romano, que todavía era completamente funcional en
el Mediterráneo oriental, el cristianismo ortodoxo era la religión oficial y
claramente mayoritaria.
Fuera de los límites estaban otras
grandes comunidades cristianas: no necesariamente ortodoxas o católicas, pero
aún cristianas. La mayoría de la población cristiana de Persia, por ejemplo,
era nestoriana. Ciertamente habían muchas más comunidades cristianas en la
región árabe.
Hacia el año 732, un siglo después,
los cristianos habían perdido Egipto, Palestina, Siria, el norte de África,
España, gran parte de Asia Menor, y la parte sur de Francia. Italia y sus islas
estaban bajo amenaza, y caerían bajo el dominio musulmán en el siglo siguiente.
Las comunidades cristianas de Arabia fueron destruidas completamente en o poco
después del 633, cuando los judíos y los cristianos por igual fueron expulsados
de la península. Aquellos en Persia estuvieron bajo severa presión. Dos tercios
del territorio que había sido del mundo cristiano eran ahora regidos por
musulmanes.
¿Qué había pasado? La mayoría de la
gente sí sabe la respuesta, si es que se les precisa un poco, pero por alguna
razón no conectan usualmente la respuesta a las cruzadas. La respuesta es el
avance del Islam. Cada una de las regiones mencionadas fue sacada, en el
transcurso de cien años, del control cristiano por medio de la violencia, a
través de campañas militares deliberadamente diseñadas para expandir el
territorio musulmán a expensas de sus vecinos. Pero esto no dio por concluido
el programa de conquistas del Islam.
Los ataques continuaron,
focalizándose de tiempo en tiempo en los intentos cristianos por repelerlos.
CarloMagno bloqueó el avance musulmán en Europa occidental cerca al 800 pero
las fuerzas islámicas simplemente cambiaron su objetivo y comenzaron por las
islas del norte de África hasta las costas francesas e italianas, atacando el
territorio principal italiano en el 837.
Una confusa lucha por el control de
la zona centro y sur de Italia prosiguió el resto del siglo IX y el décimo. En
cien años entre el 850 y el 950, los monjes benedictinos fueron expulsados de
sus antiguos monasterios, los estados papales fueron arrasados y se
establecieron bases piratas musulmanas en toda la costa norte de Italia y en el
sur de Francia, desde donde se lanzaron los ataques en lo más profundo del
territorio. Desesperados por proteger a las víctimas cristianas, los Papas se
involucraron en los siglos XI y XII dirigiendo la defensa de los territorios a
su alrededor.
La autoridad secular sobreviviente
del mundo cristiano en este tiempo fue el Imperio Romano de Oriente o
Bizantino. Habiendo perdido mucho de su territorio en los siglos VII y VIII por
la repentina amputación provocada por los musulmanes, los bizantinos tomaron un
largo periodo para renovar fuerzas y contraatacar.
A mediados del siglo IX, iniciaron
el contraataque en Egipto, la primera vez desde el 645 en que osaron ir tan
lejos al sur. Entre las décadas del 940s’ y el 970s’, los bizantinos lograron
un gran avance al recuperar territorios perdidos. El emperador Juan Tzimiskes
recuperó buena parte de Siria y un sector de Palestina, llegando hasta Nazaret,
pero sus ejércitos se extendieron demasiado y tuvo que concluir su campaña en
el 975 sin haber recuperado Jerusalén misma. El contraataque musulmán no se
hizo esperar y los bizantinos pudieron retener, a duras penas, Alepo (Siria) y
Antioquía.
La lucha continuó sin cesar en el
siglo XI. En 1009, un trastornado gobernante musulmán destruyó la Iglesia del
Santo Sepulcro en Jerusalén e inició una gran persecución de cristianos y
judíos. Pronto fue depuesto y hacia el año 1038 los bizantinos habían negociado
el derecho a tratar de reconstruir la estructura. Sin embargo otros eventos
hacían difícil la vida para los cristianos en el área, especialmente el
desplazamiento de los gobernantes árabes musulmanes por los turcos Seljuk,
quienes desde el 1055 comenzaron a tomar el control de Medio Oriente.
Esto desestabilizó el territorio e
introdujo nuevos gobernantes (los turcos) que no estaban familiarizados ni
siquiera con el mosaico y modus vivendi que había existido entre la mayoría de
los gobernantes árabes musulmanes y sus súbditos cristianos. Las
peregrinaciones comenzaron a hacerse cada vez más difíciles y peligrosas, y los
peregrinos occidentales comenzaron a unirse y a portar armas para defenderse
mientras trataban de llegar a los santos lugares en Palestina: son destacables
las peregrinaciones armadas que se dieron entre 1064 y 1065; y entre 1087 y
1091.
En el Mediterráneo occidental y
central, el balance de poder se inclinaba hacia los cristianos y se le iba de las
manos a los musulmanes. En el 1034, los pisanos saquearon una base musulmana en
África del Norte y finalmente extendieron sus contraataques a todo el
Mediterráneo. También ellos generaron contraataques hacia Sicilia entre 1062 y
1063. En 1087, una gran fuerza aliada saqueó Mahdia, actualmente Túnez, en una
campaña patrocinada por el Papa Víctor III y la condesa de Toscana. Claramente
los cristianos italianos estaban tomando la delantera.
Pero mientras el poder cristiano en
el Mediterráneo central y occidental crecía, estaba en problemas en la parte
oriental. El alza de los turcos musulmanes varió el peso del poder militar
contra los bizantinos, quienes perdieron una considerable extensión de terreno
nuevamente en la década del ‘1060s. Intentando encabezar otras incursiones en
el lejano oriente de Asia Menor en 1071, los bizantinos sufrieron una
devastadora derrota a manos de los turcos en la batalla de Manzikert. Como
resultado de esta batalla, los cristianos perdieron el control de casi toda
Asia Menor, con sus recursos agrarios y sus territorios de reclutamiento
militar, y un sultán musulmán estableció una capital en Nicea, lugar de la
creación del Credo Niceno Constantinopolitano en el 325, a 125 millas de
Constantinopla.
Desesperados, los bizantinos
pidieron ayuda a occidente, dirigiendo estos llamados primeramente a la persona
que veían como autoridad allá: el Papa, que, como hemos visto, ya había estado
dirigiendo la resistencia cristiana contra los ataques musulmanes.
En los primeros años de la década
del ‘1070s, el Papa era Gregorio VII, e inmediatamente comenzó los planes para
liderar una expedición en ayuda de los bizantinos. Debido a su participación en
un conflicto con los emperadores alemanes (lo que los historiadores llaman la
‘controversia de investidura’), no pudo ofrecer una ayuda significativa. Sin
embargo los bizantinos persistieron en su pedido de ayuda, y finalmente, en el
año 1095, el Papa Urbano II hizo realidad el deseo de Gregorio VII, poniéndolo
en práctica en lo que sería la Primera Cruzada.
Si una cruzada era lo que Urbano o
los bizantinos tenían en mente es cuestión de cierta controversia. Pero la
articulada progresión de eventos que llevaron a ella no lo es.
Lejos de no haber sido provocadas,
entonces, las cruzadas realmente representan el primer gran contraataque del
Occidente cristiano contra los ataques musulmanes que se habían dado
continuamente desde el inicio del Islam hasta el siglo XI, y que siguieron
luego casi sin cesar.
Tres de las cinco sedes episcopales
de la cristiandad (Jerusalén, Antioquía y Alejandría) habían sido capturadas en
el siglo VII antes de las cruzadas. La cuarta sería capturada en 1453, dejando
solo una de las cinco (Roma) en manos cristianas hacia el año 1500. Roma fue amenazada
nuevamente en el siglo XVI. Esto no significa entonces la ausencia de
provocación, en vez de ello se aprecia una amenaza mortal y persistente, una a
la que tenía que responderse con una defensa vigorosa si la Cristiandad quería
sobrevivir. Las cruzadas fueron simplemente una herramienta en las opciones
defensivas ejercidas por los cristianos.
Para poner el asunto en perspectiva,
basta con preguntarse cuántas veces fuerzas cristianas han atacado la Meca. La
respuesta, por supuesto, es nunca.
Mito 2: Los cristianos occidentales
fueron a las cruzadas porque su avaricia los motivó a saquear a los musulmanes
para hacerse ricos
Nuevamente, no es verdad. Una
versión del discurso del Papa Urbano II en Clermont en 1095 en la que alienta a
los guerreros franceses a embarcarse en lo que sería conocido como la Primera
Cruzada sí hace referencia a que podrían “echar a perder los tesoros (del
enemigo)”, pero esto era nada más que una observación sobre la usual manera de
financiar la guerra en la sociedad antigua y medieval.
Fulcher de Chartres sí escribió en
los inicios del siglo XII que aquellos que habían sido pobres en Occidente se
harían ricos en Oriente como resultado de sus esfuerzos en las Primeras
Cruzadas, sugiriendo obviamente que otros podrían hacer lo mismo. Es necesario
leer esto en contexto, que en ese momento era una falta crónica y fatal de mano
de obra para la defensa de los estados cruzados. Fulcher no era del todo
engañoso cuando decía que alguien podría volverse rico como resultado de las cruzadas,
pero no estaba siendo del todo honesto tampoco, porque para muchos
participantes, las cruzadas fueron increíblemente caras.
Como Fred Cazel señala, “pocos
cruzados tenían suficiente dinero para pagar sus obligaciones en casa y
mantenerse decentemente en las cruzadas”. Desde el principio mismo, las
consideraciones financieras fueron importantes en la planeación de la cruzada.
Los primeros cruzados vendieron tantas de sus posesiones para financiar sus
expediciones que generaron una extendida inflación.
Aunque los siguientes cruzados
tomaron esta consideración en cuenta y comenzaron a ahorrar mucho antes de
embarcarse en esta empresa, el gasto seguía estando muy cerca de lo
prohibitivo. Pese al hecho de que el dinero no jugó un rol esencial en las economías
europeas en el siglo XI, había un “consistente y persistente flujo de dinero”
de Occidente a Oriente como resultado de las cruzadas y las demandas
financieras de las mismas causaron “profundos cambios económicos y monetarios
en Europa y en el Levante”.
Una de las principales razones para
el financiamiento de la Cuarta Cruzada, y su desvío a Constantinopla, fue el
hecho de que se quedaron sin dinero antes de que se iniciara adecuadamente, y
estaban tan endeudados con los venecianos que no pudieron controlar su propio
destino. La Séptima Cruzada de Luis IX a mediados del siglo XIII costó seis
veces más que el ingreso anual de la corona.
Los Papas recurrieron a tácticas
incluso más desesperadas para recaudar dinero y financiar las cruzadas, desde
la institución del primer impuesto a los ingresos en la primera parte del siglo
XIII hasta hacer una serie de ajustes en la manera en que las indulgencias eran
manejadas, lo que eventualmente llevó a ciertos abusos condenados por Martín
Lutero. Incluso en el siglo XIII, muchos de quienes planeaban las cruzadas
asumían que sería imposible atraer una suficiente cantidad de voluntarios para
realizarlas, y participar de las cruzadas se convirtió en una especie de
provincia de reyes y Papas, perdiendo su carácter popular original.
Cuando el Hospitaller Master Fulk de
Villaret escribió sobre las cruzadas al Papa Clemente V cerca al 1305, subrayó
que “sería una buena idea si el Señor Papa dispusiera algunas medidas para
reunir un gran tesoro, sin el que esta misión (la cruzada) sería imposible”.
Algunos años después, Marino Sanudo estimó que costaría cinco millones de
florines en más de dos años efectuar la conquista de Egipto. Aunque no lo dijo,
y tal vez no se dio cuenta de ello, la suma necesaria simplemente era una meta
imposible de lograr.
En ese tiempo, las autoridades más
responsables en Occidente habían llegado a la misma conclusión, lo que explica
por qué se lanzaron cada vez menos cruzadas desde el inicio del siglo XIV.
En breve: muy pocos se hicieron
ricos con las cruzadas, y sus números fueron empequeñecidos sobremanera por
quienes quebraron. Muchos en el medioevo eran muy conscientes de eso y no
consideraron a las cruzadas como una manera de mejorar su situación financiera.
(continúa)
*Fue publicado originalmente en http://www.firstprinciplesjournal.com/articles.aspx?article=1483, texto que aparece en la edición de Primavera de 2011 del Intercollegiate Review. La traducción al español es de ACI Prensa.
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