Si tuviera que destacar un tema de la presente crisis de la Iglesia, diría que es el ‘modernismo’, y el modo en que la Iglesia aprecia con entusiasmo el ‘modernismo’ y lo sigue a toda costa.
por Anna M. Silvas
Conferencia pronunciada en el Congreso «A un año de Amoris Laetitia. Para poner claridad», celebrado en Roma.
‘Vi las trampas que el enemigo esparce por todo lo ancho del mundo y me dije gimiendo: ¿Qué podrá pasar a través de tanta trampa? Entonces, escuché una voz que decía: ‘la humildad’. Esto dijo san Antonio Abad, el Grande, Padre de los monjes.
Y esto también me ocurre a mí, al aceptar hablar ahora, un año después de ‘Amoris Laetitia’ (AL). Por favor, discúlpenme, porque me parece que muchos fieles laicos más cualificados deberían hablar antes que yo. El actual campo de la Iglesia está tan cubierto de trampas, canónicas, teológicas, eclesiales, que para cualquiera es un atrevimiento decir cualquier cosa, tan extraño es el actual momento de la Iglesia.
Si tuviera que destacar un tema de la presente crisis de la Iglesia, diría que es el ‘modernismo’, y el modo en que la Iglesia aprecia con entusiasmo el ‘modernismo’ y lo sigue a toda costa. La teóloga Tracey Rowland señala que ‘lo moderno’ a lo que se nos urge a adaptarnos, nunca fue definido en los documentos del Vaticano II, lo cual es una laguna extraordinaria. Y continúa: «La ausencia de una examen teológico de este fenómeno cultural llamado ‘modernidad/modernismo’ o el ‘mundo moderno’, por parte de los Padres conciliares en 1962-65, es quizás una de las características más llamativas de los documentos del Concilio Vaticano II (1).
La palabra latina ‘moderna’, significa: «justo ahora», «lo último», «lo más reciente». El culto a la modernidad se produce cuando convertimos a esta en un objeto de deseo absoluto, para así conseguir la aprobación de la élite, de las clases superiores, de los capitanes de los medios y de los árbitros de la cultura. Si tuviera que señalar con el dedo un diagnóstico, sería precisamente a este deseo de emulación.
Hace dos años, más o menos, una joven amiga mía, que es profesora y está comprometida apasionadamente con su fe católica, cambió a un nuevo trabajo en una escuela católica nueva. Un día, algunos de sus alumnos del 8º año, hicieron un ejercicio práctico sobre ‘política’. Sus estudiantes estaban en el segundo año del instituto, por lo que habían estado recibiendo enseñanza católica durante ocho años, así como el ‘programa’ sacramental completo (programa: terrible palabra. ¿Qué significa su uso?). En el ejercicio, ella les planteó que si fueran candidatos en unas próximas elecciones, cuáles deberían ser sus políticas. Para su sorpresa, todos y cada uno de ellos, excepto un chico, nombraron el matrimonio homosexual y los temas de la agenda LGBTI. Por ello, comenzó a desarrollar con ellos una conversación curativa, reparadora. Esto me demostró cuánto valen hoy para muchos ‘católicos’ los valores de la modernidad secular que los valores de una vida en Cristo y de acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia. La inmersión en la práctica de la modernidad ha conducido a una situación de hecho en la que los mitos de la modernidad rezuman hasta los tuétanos y por las venas de los católicos. Implícitamente, penetra en su forma de pensar y de actuar. Miro alrededor y me maravillo, horrorizada, por lo mucho que este ambiente influye en los líderes de la Iglesia, quizás, más aún, entre los mejores de ella. ¿Cuántos son, en su propio ser, profundamente, más tributarios del programa del mundo moderno que obedientes a los llamadas de Cristo en lo más profundo de nuestra mente y de nuestros corazones?
En tiempos de san Juan Pablo II sentimos que teníamos un respaldo, un empuje, al menos en ciertas áreas, especialmente su intensa explicación del misterio nupcial de la nuestra primera creación, en apoyo de la «Humanae vitae». Esto continuó con Benedicto XVI, intentando redirigir la decadente liturgia y la suciedad moral de los abusos sexuales de los clérigos. Habíamos confiado en que algunos remedios, por fin, se estaban poniendo. Ahora, en el corto pontificado del Papa Francisco, el decaído y mohoso espíritu de los setenta ha resurgido, trayendo con él otros siete demonios. Y si tuviéramos alguna duda sobre ello antes, con ‘Amoris laetitia’ y sus repercusiones en el año transcurrido, dejan bien a las claras que esta es nuestra crisis.
Que este espíritu ajeno parece haberse tragado por completo la Silla de Pedro, incluyendo en su red amplias cohortes de sumisos líderes de alto rango eclesial, es de lo más desalentador y, sinceramente, un asunto chocante para nosotros los fieles laicos católicos. Yo busco en un gran número de altos prelados, obispos y teólogos, y no puedo encontrar en ellos, para todo lo que es santo, el más mínimo nivel del ‘sensus fidelium’, y me pregunto: ¿Y estos son los soportes de la enseñanza de la Iglesia? ¿Quién arriesgaría la salvación de su alma al juicio moral de estos hombres en la confesión?
Al preparar este escrito, leí y releí con el mayor interés ‘Amoris latitia’ después de casi un año. Mientras vadeaba las oscuras aguas del capítulo octavo, se me confirmó de manera agobiante cuanto había pensado de ella el año anterior. De hecho, me pareció que era un documento mucho peor de lo que, inicialmente, había pensado que era, después de mi primera lectura; y ya lo había considerado malo.
No es necesario ahora ofrecer un análisis detallado, llevado a cabo por tantos comentaristas muy formados, durante el año transcurrido, como los primeros héroes: Robert Spaeman, Roberto Mattei, obispo Schneider, los «45 teólogos», Finis y Grisez, y tantos otros. Los nombres de todos ellos, cuando se escriba la historia de estos tiempos que corren, serán recordados con honor.
Hay un grupo, sin embargo, cuya aproximación al tema encuentro extraña: los intencionadamente ortodoxos, altos prelados, teólogos, que tratan la tempestad levantada por ‘AL’ como un problema de interpretación errónea. Ponen el foco tan solo en el texto, haciendo abstracción de cualquiera de los conocidos antecedentes en las palabras y acciones del mismo Papa Francisco o de su más amplio contexto histórico. Es como si se colocaran un abismo que nunca puede ser cruzado, entre la persona del Papa por un lado, que fue quien firmó el documento, y el texto del documento mismo por otro lado. Con el Santo Padre puesto a resguardo en una ‘cuarentena’ fuera de toda consideración, ellos se consideran libres para tratar el problema que ellos consideran es simplemente el mal uso del texto. Expresan la piadosa disculpa de que el Papa corregirá estos errores.
No hay duda de que esta confusa piedad hacia el sucesor de Pedro justifica estas retorcidas maniobras. ¡Yo sé, yo sé! Nos hemos enfrentado a esta adivinanza durante un año o más. Pero para cualquier lector sensato y atento, quien en palabras de las ’45 censuras de los teólogos’, «no trata de retorcer las palabras del documento en ninguna dirección, pero… toma la impresión natural o inmediata de las palabras del documento para ser correcto», esto prueba una artificiosidad altamente elaborada.
La ‘intención’ del Papa Francisco en este texto es perfectamente recuperable desde el propio texto, leyéndolo con normalidad y naturalidad y sin filtros. Pongamos algunos ejemplos.
La primera de las Cinco Dudas de los Cardenales concluye:
«¿La expresión ‘en ciertos casos’ de la nota 351 de la exhortación’ Amoris Laetitia’, puede ser aplicada a personas divorciadas que están en una nueva unión y que continúan viviendo ‘modo uxorio’ (como marido y esposa)?»
Sin lugar a dudas, una aclaración papal de la intención de esta nota a pie de página es de urgente necesidad para la Iglesia.
Sin embargo, lo que el Papa intentaba es claro desde el principio de esta misma sección n. 301. Su frase típica es: ‘aquellos que viven en situación irregular». Todo esto se dice unas líneas más tarde sobre aquellos que están en situaciones objetivas de pecado, creciendo en gracia, caridad y santificación, quizás con la ayuda de los sacramentos, en particular la Sagrada Comunión, y todo se coloca bajo el epígrafe ‘situaciones irregulares’.
Que aquellos en supuestas situaciones irregulares ‘santificadoras’ que son admitidos a la Eucaristía, incluye a los divorciados y re-casados civilmente, que no tienen la menor intención de prescindir de sus relaciones sexuales, es una señal en el nº. 298, donde en nota a pie de página 329, se cita un pasaje de «Gaudium et spes» (nº 51) que trata de la continencia temporal en el matrimonio, como enseñó san Pablo, es escandalosamente transpuesto para esos que no están casados por la Iglesia, esto es, en ‘situaciones irregulares’, como un argumento a su favor para que no vivan como hermanos. La intención papal, precedida por una equivocada interpretación de san Juan Pablo II y con una mentira a cara descubierta sobre el significado del nº 51 de la «Gaudium et spes», es clara. Por ello, ¿dónde está la dificultad de comprender lo que el Papa pretende?
En el nº 299, el Papa Francisco nos pide discernir ‘cuál de las varias formas de exclusión habitualmente practicadas, en lo litúrgico, pastoral, educación e institucionalmente, pueden ser superadas’. Este muestra claramente su propósito: ¿cómo vamos a desmontar estas ‘exclusiones’, primero de todo, las litúrgicas, practicadas hasta ahora? Por ello, ¿dónde está la dificultad en captar las intenciones del Papa Francisco?
Hay muchos otros ejemplos como estos. Es justo en la introducción que nos alerta a todos para que ‘cada uno se sienta interpelado por el capítulo octavo’ y, más tarde, en ese capítulo, nº 308, admite indirectamente que su tratamiento puede llevar a alguna confusión. Creámosle: esta es su intención, que no tiene dificultad alguna para entenderse.
Hemos tratado hasta aquí, con el foco concentrado sobre sólo el texto que, puntillosamente, excluye los actos y la persona del Papa Francisco de toda otra consideración sobre la intención del documento. También, excluidos estrictamente, como una forma de aseverar la mente del Papa, están los amplios antecedentes históricos.
Vamos a tomar algunos de toda la galaxia de incidentes. Estos incluyen al Arzobispo Bergoglio, bien conocido en su Archidiócesis por su práctica de admitir a la Sagrada Comunión a cualquiera que se acercara: los en concubinato, lo mismo que los divorciados y civilmente re-casados (2). Otro caso sería la elección del Cardenal Kasper para el discurso de apertura del Sínodo de 2014. Nosotros tendríamos la obligación de, educadamente, cerrar los ojos a los precedentes históricos de Kasper en estos temas. Otro, la forma en que se manipuló el Sínodo en su dos sesiones y cómo el Papa impuso que una resolución rechazada por los obispos en 2014, sobre la negativa de la Comunión a los divorciados y re-casados civilmente, fuera incluida en la relación final como aprobada (3). Otra, su mordaz condena de los fariseos y otras personas ‘rigurosas’, en su discurso de clausura del Sínodo. Más recientemente, su cálido homenaje a Bernard Häring, CM, el decano de los teólogos moralistas disidentes durante los años 1970 y 80, cuyo libro (1989) en el que admitía a los católicos divorciados y re-casados civilmente a la Eucaristía, basándose en que la iglesia ortodoxa lo admite. Todo esto era munición aprovechable por Kasper. Finalmente, fue el propio Papa Francisco quien dio su visto bueno a la interpretación dada por los obispos argentinos, precisamente en la forma que el pretende: «No hay otras interpretaciones» (5). Ustedes conocen todos estos incidentes y hay muchos, muchos más, prácticamente, cada día, por lo que no hay gran dificultad en entender lo que el Papa pretende.
Creo que el Papa, estoy segura, entiende muy bien la doctrina sobre la infalibilidad pontificia. Sabe la importancia de las previsiones para el uso de esa infalibilidad, pero es lo suficientemente astuto para no poner en funcionamiento este procedimiento. El prestigio principal del Papado en la Iglesia Católica, junto con el afecto práctico al papalismo de muchos católicos, que son activos importantes, sin embargo, él los utilizará hasta el extremo. Porque para Francisco, y tenemos que entenderlo, la infalibilidad no le preocupa; no le preocupa para nada, si él puede continuar su camino como el agente del cambio que él quiere en la Iglesia. Esto es lo que aprendemos de AL nº 3, su espíritu, cuando dice:
«Como el tiempo es mayor que el espacio, quiero dejar claro que no todas las discusiones sobre doctrina, moral o pastoral necesitan ser fijadas por intervenciones del magisterio. La unidad de enseñanza y práctica es ciertamente necesaria en la Iglesia, pero esto no prejuzga que haya varias formas de interpretar algunos aspectos de la enseñanza o sacar otras conclusiones de ella. Este será siempre el caso, según el Espíritu nos guíe hacia la verdad completa (Jn XVI, 13), hasta que nos lleve plenamente al misterio de Cristo y nos permita ver todas las cosas como él hace» (5).
Pero yo pienso que el espíritu al que Francisco alude tan tranquilamente, tiene más que ver con el de Hegel que con el Espíritu Santo del que Nuestro Señor habla, el Espíritu de la Verdad, que el mundo no puede recibir, porque ni lo ve ni lo conoce (Jn XIV, 17).
El espíritu hegeliano, por el contrario, se manifiesta a sí mismo en la niebla de las contradicciones y oposiciones, remontándolas a una nueva síntesis, sin eliminar las polaridades o reduciendo una a la otra. Es el espíritu gnóstico del culto a la modernidad.
Por todo ello, Francisco continuará su agenda sin la infalibilidad papal, y sin preocuparse por un pronunciamiento magisterial. Él nos dice en el tercer párrafo de ‘AL’: «El tiempo es mayor que el espacio, quiero dejar claro que no todas las discusiones sobre doctrina, moral o pastoral necesitan ser fijadas por intervenciones del magisterio. Quiero dejar claro que no todas las discusiones sobre doctrina, moral o pastoral, necesitan ser resueltas por intervenciones del magisterio.» Aquí (en la Iglesia) no estamos en un mundo de fluidez dinámica, para empezar procesos abiertos, de siembra de semillas de cambios deseados que triunfarían con el tiempo. Otros teóricos –en Italia tenéis a Gramsci y su manifiesto sobre el marxismo cultural- que manifiesta cómo conseguir la revolución a hurtadillas. Así, en la Iglesia, Francisco y sus colaboradores tratan los temas de doctrina, no con confrontaciones frontales, porque si lo hicieran así serían derrotados, sino por medio de un incremento de los cambios en la práctica pastoral, como si fuera un canto de sirena, con persuasión tranquilizadora, hasta que esa práctica este suficientemente aceptada en tiempo y lugar para que no haya posibilidad de retorno. Esta táctica, esta forma de hacer bajo mano, es una aplicación práctica y sibilina de la dialéctica de Hegel. Que este es el ‘modus operandi’ del Papa Francisco nos lo prueba algo que ocurrió detrás de las cortinas en el Sínodo de 2015: «Si hablamos claramente sobre la comunión para los divorciados y re-casados civilmente», dijo el arzobispo Forte, relatando un chiste del Papa Francisco, «no sabe en qué lío nos meteríamos. Por ello, no diremos nada a las claras, pero las premisas están ahí, luego yo haré las conclusiones.» ‘Típico de un jesuita’, río el arzobispo Forte (6).
Así, despacio, región por región, los obispos de todo el mundo, empiezan a interpretar ‘AL’ con el significado de que la Iglesia ha ‘desarrollado’ su nueva pastoral para admitir a los católicos divorciados y re-casados civilmente a la Eucaristía, dejando a un lado la solemnidad de las previsiones sacramentales que regían hasta ahora, considerando –desde luego- que se añade una sonora nota de ‘acompañamiento’.
Y cuando el Papa Francisco ve esto, ¿cuál es su respuesta? Él se alegra al darse cuenta de que ellos han comprendido exactamente sus ideas de "AL". Ya he mencionado sus famosas palabras a los obispos argentinos: «No hay otras interpretaciones». Lo ultimísimo es su carta a los obispos de Malta sobre su interpretación de ‘AL’.
Creo que es una injusticia reprochar a estos obispos por su equivocada interpretación de AL. No, ellos han sacado las conclusiones patentes a cualquier lector atento y sin anteojeras de este documento papal. El reproche, sin embargo, y la tragedia para la Iglesia está en el intento escondido y bien articulado en la misma A’, y en la papalatría «ingenua» de parte de los obispos, que tienen en tan poco valor la imperecedera obediencia a la fe de la Iglesia que no se dan cuenta cuando está sometida al mayor peligro, incluso desde el más alto poder.
En este juego de subterfugio e incremento de las intenciones, el elaborado producto del ‘discernimiento’ y el ‘acompañamiento’ cuidadosos, en difíciles situaciones morales tiene una función muy clara: es un pretexto temporal para conseguir el objetivo final. ¿No hemos visto ya las malas artes del trabajo de la política secular, utilizándolas como apoyo para la próxima acción de reingeniería social? Y esto ahora en la política de la Iglesia.
El resultado final será, precisamente, siguiendo lo practicado durante años por el arzobispo Bergoglio en su archidiócesis de Buenos Aires: no cometer errores. El final del juego es, más o menos, una indiferencia permisiva total para que reciba la Sagrada Comunión cualquiera que se acerque al altar. Y así se ha conseguido llegar al puerto del todo incluido y de la misericordia y con ello, la trivialización de la Eucaristía, del pecado, del arrepentimiento, del sacramento del matrimonio, de cualquier creencia en una verdad objetiva y trascendente, la destrucción del lenguaje, de cualquier postura de compunción ante Dios, el Dios de la Santidad y de la Verdad. Me gustaría añadir unas palabras de santo Tomás de Aquino: «La misericordia sin verdad, es la madre de la disolución» (7).
El Papa Francisco no tiene la menor intención de seguir las reglas, cualesquiera que estas sean. Ni las mías ni las de ustedes, ni siquiera las del papado. Ya saben lo que piensa sobre las reglas. ¡Nos lo dice tantas veces! Es uno de los más suaves desprecios de su conocido arsenal de insultos. Cuando escucho a los que nos adoctrinan que el Papa Francisco es la voz del Espíritu Santo hoy en la Iglesia, no sé si reir ante la estupidez, o llorar por el daño que se está haciendo a las almas inmortales. Yo diría que sí, Francisco es el agente de un espíritu, precisamente del hegeliano de la ‘modernidad’, que está trabajando profundamente en la Iglesia. Es, como ya he dicho, un rancio y mohoso espíritu, un viejo espíritu que no tiene vida en él; es una fuerza privativa que solo sabe alimentarse parasitando lo que ahora existe. Estoy segura de que Newman (Bto. John Henry) en su ‘Ensayo sobre el desarrollo de la Doctrina’ nos dio todo lo que necesitamos para hacer frente a la presente crisis. En sus siete notas o criterios para discernir el genuino desarrollo de la doctrina de su corrupción, Newman nos facilitó la necesaria respuesta a la agobiante teoría dialéctica de la praxis hegeliana.
La séptima nota o criterio, es ‘el vigor crónico’. Con el tiempo, una corrupción se muestra a sí misma como excesivamente vigorosa- pero solo al comienzo de la infección, ya que no tiene la fuerza suficiente en sí misma para mantenerse de cara al futuro. Correrá su camino pero morirá al final. La vida de la Gracia, sin embargo, posee la Vida Divina en sí misma y, por consiguiente, con el correr del tiempo irá expulsando todo lo que contra ella milite. La Verdad perdura. Puede haber momentos de gran dolor, pero, al final, ella –la Verdad- necesariamente prevalecerá. Es así como la Gracia actúa en el desarrollo orgánico de la naturaleza. Es justo el reverso del gnóstico «el tiempo es mayor que el espacio».
Mis queridos hermanos, creyentes en Cristo Jesús, nuestro Señor, este falso espíritu no prevalecerá. En el siglo XVI los Protestantes negaron el sacramento del Matrimonio y pusieron en marcha el tren de la secularización del matrimonio en Occidente. Constantinopla comenzó a perder valor en su comprensión del matrimonio evangélico con el emperador Justiniano y su ley de divorcio civil estilo romano. El ejemplo escandaloso de los emperadores y emperatrices, con sus adulterios, re-casamientos en vida de los cónyuges, debilitaron la iglesia y llegó a ser una costumbre. Así se creó una teología aparente de administración del problema (oikonomía), para tratar de cerrar esta grave brecha con la Santa Tradición.
Esto es lo que Häring, Kasper y compañía, en su ignorante desatino, han estado invocando como el ejemplo que debemos seguir nosotros. Hasta ahora solo la Iglesia Católica en comunión con Roma mantuvo firme la enseñanza del Señor y de los Apóstoles sobre la sacramentalidad e indisolubilidad del matrimonio cristiano. Digo más aún: debemos estudiar la historia reciente de la Iglesia Copta sobre este tema: es muy inspiradora y animosa. Tomemos a los coptos por aliados, en este y en otros temas.
¿Existe todavía la posibilidad de una corrección fraterna de los Cardenales al Papa?
Escuchamos algo sobre esto en noviembre pasado y seguramente reanimó nuestros decaídos espíritus. Pero ahora estamos a finales de abril y nada se sabe. No pudo ayudar, pero recuerdo un pasaje de Shakespeare: «Existe una marea en los asuntos de los hombres…, y me pregunto si la marea ha llegado y se ha ido, y nosotros, los fieles hemos quedado de nuevo en la playa».
Aun así, el Cardenal Burke ha dicho recientemente: «Hasta que estas preguntas se contesten, continúa esparciéndose un confusión dañina en la Iglesia. Y una de las cuestiones fundamentales es sobre la verdad de que existen siempre y en todo lugar actos intrínsecamente malos, y por eso, nosotros los cardenales continuaremos insistiendo hasta que consigamos una respuesta a nuestra honradas preguntas» (8).
Bien, así lo espero, queridos Cardenales, así lo espero. Nosotros, los simples fieles, esto les pedimos: olvídense de cálculos prudenciales. La prudencia real les dirá a ustedes cuándo es el momento adecuado para convertirse en testigos vigorosos, o con otro nombre, en mártires.
¿No necesitará el Papa Francisco una corrección fraterna, como le ocurrió a Juan XXII (1336-1334)? ¿Pero saben una cosa? No importará mucho si él llega a publicar algo sobre esas líneas. Dejemos que pasen otras 24 horas y no nos preocupemos de si lo que dice amplia o cambia lo que antes había dicho. Si no hemos aprendido de sus formas de actuar hasta ahora, es que somos, verdaderamente, las más estúpidas de las ovejas (o de los pastores, según los casos). Disculpen si me aventuro a lo que voy a decir, pero me hago responsable: el papado no está funcionando actualmente en la Iglesia. Hasta que no reconozcamos esta situación, por muy increíble que parezca, seguiremos en intimidación e ilusiones y la salida que el Señor nos abrirá se retrasará. ¿A qué profeta prefieren para que les muestre el devenir de los tiempos? ¿A Ananías? ¿A Jeremías? (Jer XXVIII) Elijan.
¿Cuál es, pues, nuestra situación, la de los fieles laicos en estos días de prueba grave en la Iglesia? Creo que lo mejor es ofrecerles el siguiente comentario, a un artículo del honorable y animoso luchador Steve Skojec, de 1P5 (recen por Steve y su familia). El autor del comentario es Roderick Halvorsen, de Santa, Idaho, Estados Unidos. El pasó a la Iglesia Católica desde el Protestantismo hace varios años y no tiene intención de dejarla, pero ve las historias del liberalismo protestante en metástasis dentro de la Iglesia Católica. Él habla de nosotros, los simples fieles laicos:
«En realidad, Dios nos está probando. Él nos está pidiendo que permanezcamos en relación con Él, sí, relación personal, íntima y verdadera. Él ha quitado todos los ‘apoyos’ del catolicismo: el poder, la gloria, el respeto del mundo, la confianza en los líderes y modelos; en breve, todo aquello que podía servir de apoyo a la fe, pero que no es necesario para creer. Y así como la riqueza o el aprecio del mundo pueden debilitar nuestra fe, cuando comenzamos a pasar nuestra confianza a la ‘cultura’ de la fe, en vez de a la persona en la que creemos, Cristo» (9).
Jesús respondió y le dijo: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada» (Jn XIV, 23). «Estáis muertos y vuestra vida escondida en Cristo en Dios» (Col III, 3), por consiguiente, debemos marchar.
En medio del colapso social, cultural y eclesial hay una cosa maravillosa, pero veo los signos de una causa común entre lo monacal y los fieles laicos que está buscando la vida interior con Cristo. La opción benedictina de Rod Dreher que apareció hace unas semanas, prueba este movimiento. Pero no con eficientes programas políticos, sino ‘por debajo del radar’ si se me permite la expresión, en la humilde vida de comunidad ordenada hacia Cristo, comunidades monásticas establecidas pacíficamente, adelantan un mundo de nuevas formas litúrgicas entre los escombros del imperio romano de Occidente.
Con otras formas también, los fieles laicos, y tengo en mente principalmente a las iglesias domésticas familiares, siento las desastrosas crisis de estos tiempos, e intuyo que para ellas el camino de prueba espiritual es en la comunidad local, en lo pequeño, en lo escondido, a lo ignorado por los ojos del mundo. Ellas tienen muy poco o nada que ver con el mundo eclesiástico, ni siquiera en el éxito en el mundo moderno. Estos buscadores tienen hambre de una vida litúrgica y comunitaria alternativa: oración y trabajo, y algunos están sintiendo que el mundo monástico tiene mucho que decirles.
Un amigo del Instituto Juan Pablo II de Melbourne, que tristemente cerrará muy pronto, Connor Sweeney, tiene predilección por los ‘hobbits’ de la mitología de Tolkien y los utiliza como una analogía para esta escondida alternativa de vida cristiana. Para él, los ‘hobbits’ unas insignificantes personitas, que no tienen parte en los consejos de los poderosos, que contra todas las desigualdades tienen el decisivo papel de vencer a las poderosas fuerzas del señor de las tinieblas que trabaja de convertir la Tierra Media en un reino de maldad.
Tengo otro amigo, Michael Ryan, casado y padre, cuya luz iluminadora entre los santos es san Bruno. ¿Se lo imaginan? El fundador de la vida monástica más contemplativa, intencionadamente, de la Iglesia occidental, los cartujos, ¿puede ser el faro de esperanza para los fieles laicos? Porque todo el monasticismo se basa en vivir con Dios, para Dios, en Dios, esperando y vigilando con una fe plena de esperanza, tan útiles como el profeta Habacuc permaneciendo de pie en vigilante espera sobre su torre de vigía; tan útiles como Simeón y Ana, frecuentando el templo y esperando toda su vida por la luz del amanecer de la salvación y reconociéndole cuando llegó; tan útiles como las mujeres que se sentaron distantes junto a la tumba del Señor, para esperar el primer día de la semana; tan útiles como nuestra Señora, la toda santa, María, estando al pie de la cruz.
Quizás, la oración, la oración de esta clase, sea el acto político más radical de todos y el núcleo, el corazón del cristianismo. ¿Dónde han estado los católicos?
Nuestro Señor mismo tenía por costumbre levantarse al amanecer y quedarse en vela en las horas nocturnas, aun en los días de su más ocupado ministerio. Los discípulos, asombrados un día por el misterio de su oración, sintieron una profunda atracción: Señor, enséñanos a orar.
Este es el deseo que necesitamos copiar: Jesús, el único modelo que nos podemos dedicar a imitar completamente y que no nos defraudará. ¿Podemos aprender de los sentimientos que llenaron su mente y corazón humanos en relación con su Padre? Sí, podemos. Porque por su gran compasión el compartió con nosotros esos sentimientos en forma de palabras: sagradas, santas palabras, totalmente fiables y llenas de poder y verdad:
«Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre…»
Traducido por Laudetus Iesus Christus, del equipo de traductores de InfoCatólica
NOTAS:
(1) Tracey Rowland, Culture and Thomist Tradition (London, Routledge, 2003, 13.
(2) Sobre todo, él animó a sus sacerdotes a no negar la comunión a nadie, ya estuviesen casados, cohabitando, divorciados, re-casados. Sin alboroto y sin hacer declaraciones públicas, el entonces arzobispo de Buenos Aires, estuvo haciendo lo que los papas de su tiempo prohibían, pero que luego el permitiría siendo papa. Sandro Magister, El hombre que tenía que ser elegido Papa. http://www.onepeterfive.com/man-elected… Leído el miércoles, 5 de Abril de 2017.
(3) Relación del Sínodo 2014, nº 52.
(4) http://www.lifesitenews.com/news/pope-n...
(5)Ver Diácono Jim Russell, Papa Francisco: el Tiempo es mayor que el espacio, ¿Qué significa?, http://aleteia.org/2016/05/24/pope-francis-time-is-greater-than-space-what-does-it-mean/
(6) http://onepeterfive.com/pope-speakin… Leído viernes, 7 de Abril de 2017.
(7) Sobre el evangelio de san Mateo, Cap. V, I, 2 El original dice: Misericordia sin justicia es madre de la disolución.
(8) De http://cruznow.com/vatican/2017/03/27/b...
(9) ‘RTHEVR’ de los comentarios a ¿El arzobispo de Malta proclama su fidelidad a la Exhortación papal, Syeve Skojec, Febrero 20, 2017. http://www.onepeterfive.com/archbishop-o... Leído el miércoles 22 de Febrero de 2017
InfoCatólica (26/4/17)
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