sábado, 6 de enero de 2018

Una comparación....exigencias éticas del Estado (aborto, tortura etc).

por Alfonso Aguiló

    Si el Estado se inhibiera ante el aborto, atentaría gravemente contra la exigencia ética de protección de la vida e integridad de los individuos, como lo haría -por poner otro ejemplo- si se inhibiera ante el uso impune de la tortura por parte de la policía.

    La tortura es abominable, y nadie podría justificarla aduciendo que los torturadores piensan que se trata de un asunto que pertenece a su propia conciencia y por tanto son libres de practicarla si lo consideran oportuno.

        —¿Y por qué crees que se comprende tan claramente en el caso de la tortura, y sin embargo no ocurre así con el aborto?

        La tortura nos la podemos imaginar fácilmente en toda su crudeza y todo su horror, pero, en cambio, hay que hacer un esfuerzo para imaginar la realidad cruda y horrible de un aborto provocado.

        Pero si una madre, antes de decidirse a abortar, viera en vídeo lo que va a suceder con su hijo, me temo que muy pocas madres llegarían a abortar.

        —Antes hablabas de exigencias éticas del Estado. ¿Quieres decir que el Estado tiene que sancionar todo lo que la moral prohíbe?

        No. Por ejemplo, el Estado no puede sancionar las conductas inmorales que permanezcan en el terreno de la intimidad de las personas.

        Tampoco castiga algunas otras, aunque se produzcan en el fuero externo, porque es preferible tolerarlas, para evitar así males mayores. Por ejemplo, no persigue algunas cosas porque hacerlo lesionaría sensiblemente algunas libertades. Así sucede con la mentira, por lo que la mayoría de los Estados solo penalizan la mentira "cualificada", como el perjurio o la falsedad en documento público. Pero con la legalización del aborto, la autoridad civil legitima esa bárbara libertad que se toma el fuerte sobre el débil, y omite uno de sus deberes más primarios: la defensa de la vida inocente.

        El Estado ha de poner los medios necesarios para defender la vida de los no nacidos, del mismo modo que ha de velar para que no se asesine, se viole o se robe. Legalizar el atentado contra el derecho a la vida, e incluso financiarlo, es una de las formas más radicales de intolerancia: la que no tolera el desarrollo normal de vidas humanas incipientes.

        —De todas formas, de poco sirve declararlo ilegal, pues si en su país no pueden abortar, lo harán viajando a otro lugar donde esté permitido.

        Con esa lógica, siempre habría que armonizar internacionalmente las leyes al nivel ético más bajo, adaptándolas a las del país en el que hubiera mayor relajación en ese punto.

        Acabaríamos, por ejemplo, teniendo que legalizar la venta de órganos de personas vivas con la excusa de que hay países en que se trata de una práctica tolerada y hay pobres dispuestos a viajar allí para vender uno de sus riñones.

        —¿Y no te parece que se presentan en ocasiones algunos "casos límite" en los que el aborto debía estar permitido?

        Es indudable que se dan casos especialmente dolorosos y conmovedores. Casos que incluso parecen justificar el recurso a procedimientos extremos. Pero nunca puede admitirse como solución matar a un ser humano inocente. Otra cosa es la comprensión con la persona que se ha podido ver inducida física o psíquicamente a cometer cualquier error, por grave que sea, pero la comprensión con las situaciones difíciles no implica que lo equivocado deje de serlo.

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