Por Jorge Raventos
Su pasión por el ajedrez suele inducir a Eduardo Duhalde, también en sus movimientos políticos, a conjeturar escenarios anticipados y a calcular estrategias destinadas a neutralizar las amenazas que sospecha dos o tres jugadas más adelante.
Los ajedrecistas -los mejores y también los regulares- incurren casi fatalmente en esa "hermosa monomanía'', como la consideró medio siglo atrás George Steiner en un artículo para The New Yorker (`Anuncia mate en seis porque la posición final victoriosa está de alguna forma ahí afuera en la gráfica e inexplicablemente clara visión de su mente; el mecanismo cerebral-nervioso da un verdadero salto adelante a un espacio subsiguiente'). Puede fallar. A veces la visión equivoca el escenario; a veces la estrategia pensada no funciona. Y a veces el salto adelante termina en una caída.
Esta semana Duhalde sintió la pulsión de transmitir con elocuencia una visión que tuvo sobre el año próximo: "Es ridículo pensar que el año que viene va haber elecciones (...) tengo una convicción de que no va haber elecciones''.
Aunque dos días después de sus primeros dichos y tras insistir en ellos otras 24 horas, el ex presidente los atribuyó a su "miedo profundísimo a los golpes militares'' y a un "desenganche de la realidad'', sus palabras no parecían una opinión liviana, al menos en el sentido de que procuró fundamentarlas con varios argumentos, como quien anota desprolijamente los movimientos que en el tablero preceden al momento decisivo.
"Nadie puede ignorar que el militarismo se está poniendo de pie nuevamente en América latina''- dijo, por ejemplo. "Esto es un desastre y la gente se va a rebelar con todo esto'', señaló. "Se puede generar un peor clima al que se vayan todos, vamos a un escenario evidentemente peor que el 2001, ya que puede terminar en una especie de guerra civil''.
"Por supuesto que la Argentina puede tener un golpe'', agregó. "La Argentina es la campeona de la dictaduras militares''.
Las verdades de Duahalde.
Es probable que se trate de un listado de impresiones sin ilación, de un razonamiento que salta taquigráficamente a sus conclusiones, es evidente que de la valoración social de los militares no se deduce una dictadura. Pero el arrepentimiento posterior de Duhalde ("fue un comportamiento psicótico'', llegó a decir) seguramente reeducado por el unánime vade retro de sus pares políticos y de la cadena de valor del pensamiento correcto, no debería impedir que se oigan algunas verdades de sus discurso. Viene al caso una ironía de Michel Foucault: "Los unicos que dicen la verdad son los locos y los niños. Por eso a los locos se les encierra y a los niños se les educa''.
Es cierto, por empezar, que las instituciones militares han recuperado una imagen positiva en la sociedad. Es cierto que esa tendencia se verifica en todo el continente y tiene como contrapartida el deterioro de la confianza en la política y en las instituciones. Hace muy pocas semanas un estudio de Latinobarómetro que abarcó toda la región latinoamericana registró que la confianza en las instituciones militares es mayor a la que inspira cualquier otro poder del Estado. El promedio de confianza en los militares es del 44 por ciento, el del Poder Judicial, 24 por ciento, el del Poder Ejecutivo 22 por ciento, el Poder Legislativo, 21 por ciento y los partidos políticos, 13 por ciento. Las palabras de Duhalde pueden interpretarse como una señal de alarma dirigida a alertar al conjunto de la corporación política.
También es cierto que, junto con la imagen en ascenso, también se observa un mayor protagonismo político de los militares en el continente, más allá de fronteras ideológicas: son columna vertebral del gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil y también del régimen que preside Nicolás Maduro en Venezuela así como del gobierno de Bolivia surgido del desplazamiento de Evo Morales. Dato interesante: la mayoría de los gobiernos democráticos del continente (y buena parte de las elites políticas) admitieron sin protestas la entronización del gobierno de la señora Añez en ese país, y hasta se negaron a considerar que la caída de Morales había sido fruto de un golpe que capitalizó los errores y desvíos políticos del caído.
En fin, también es cierto que la situación social es grave: lo vienen advirtiendo intendentes del conurbano tanto del oficialismo como de la oposición. Antes que Duhalde, Mario Ishi dijo hace dos meses que la situación ``a partir de agosto'' podía volverse peor a la del 2001. Duhalde conversa seguido con intendentes del conurbano y recibe de ellos una radiografía inquietante.
Forma parte de esa radiografía la preocupación por la inseguridad y la constatación de que en los barrios populares se requiere la presencia de las fuerzas federales y se valora la acción de los militares que colaboran en la lucha contra la pandemia y en la alimentación de las barriadas pobres. Los observadores reportan que la simpatía tiende a ser mutua.
Duhalde, en fin, convocó al consenso. No es el único. Carlos Ruckauf -excanciller, exgobernador bonaerense, como Duhalde- pidió, desde Clarín "que se posterguen rencores antiguos, conflictos presentes y ambiciones futuras. Y le demos prioridad a una unidad dentro de la diversidad, que permita encarar los retos de la realidad con mejores posibilidades''. Están en eso también muchos políticos en actividad, capaces de dialogar y acordar sin perder sus respectivas identidades, y aun a riesgo de ser impactados por una atmósfera de enfrentamiento que no sólo responde a la grieta de la política, sino también a la de los intereses.
Las elecciones que si vienen
En lo que hace a los escarceos internos de las dos coaliciones mayores, ellos van prefigurando el escenario político y, si se quiere, también la escena electoral de 2021 y 2023. Es preciso tomar en cuenta no sólo el balance entre ellas, sino los equilibrios o desequilibrios que se producen en cada una.
La elección de medio término de 2021 -esa que el ajedrecista equivocado anunció que no se produciría- renueva la mitad de los diputados (los que ganaron sus bancas en 2017) y un tercio de los miembros de la Cámara Alta (renuevan aquellas provincias que eligieron senadores en 2015). Los dos comicios de referencia para la renovación parlamentaria de 2021 son, pues, ocasiones en las que triunfó la coalición Cambiemos/Juntos por el Cambio (que en varios distritos sumó otros aliados locales). Por ese motivo, esos bloques son los que más legisladores arriesgan en esta ocasión.
En 2017, por caso, las alianzas con eje en Cambiemos alcanzaron juntas un 41.75 por ciento de los sufragios con lo que se acreditaron 61 diputados. Ese es el capital que la coalición pondrá en juego el año próximo.
Cuatro años atrás, el peronismo congregó un número considerable de votos, pero esos no se sumaban en un solo cesto, sino en canastas separadas. El kirchnerismo ortodoxo hizo campaña como Frente para la Victoria y alcanzó 31 diputados, distintas versiones provincianas del peronismo federal se quedaron con 22 bancas y el massismo obtuvo 4. Eso hizo un total de 57 diputaciones, la casi totalidad de las cuales se congregaría más tarde en el Frente de Todos, mientras algunos pocos tomaron el camino de opciones autónomas, de cercanía no automática con el actual oficialismo.
Así, el año próximo el Frente de Todos pone en juego 51 de las 119 bancas que constituyen su capital en la Cámara de diputados. La cifra que se requiere para tener quorum propio (y así, ejercer un dominio desahogado de la Cámara) es 129 bancas, un número que el presidente de la Cámara, Sergio Massa, se arregla muchas veces para alcanzar con la ayuda de bloques independientes, pero que en temas controvertidos, como la reforma de la Justicia, se vuelve más inaccesible.
La victoria alcanzada por el Frente de Todos en 2019 tuvo dos componentes: por una parte, la capacidad para reunir a todas las fracciones de origen peronista y a sus aliados en una oferta única y, junto con eso, el paso atrás de la señora de Kirchner, y la candidatura de Alberto Fernández, como señal de que, en caso de triunfo, la nueva experiencia no sería una reedición del kirchnerismo de la década anterior y de que no se repetirían políticas hegemónicas.
Una paradójica condición para que una victoria de dimensión análoga se reitere el año próxima (algo que podría permitir al Frente de Todos conseguir quorum propio en Diputados y mayoría de dos tercios en Senadores) residiría en que aquella señal del año último no se evapore, sino que, por el contrario, se confirme con claridad. Esto es lo que estará en juego en la puja interna del oficialismo.
El juego de la dureza
En cuanto a la oposición, sus alternativas ya empiezan a estar a la vista: de un lado, un sector duro y confrontativo, que cree que fortalecerá electoralmente a la coalición adaptándose a las actitudes más recalcitrantes de un sector intenso de sus electorados urbanos, y otro sector -moderado y de mirada más estratégica- que sabe que se ganan elecciones (y se puede gobernar) escuchando y dando respuesta no sólo a los puros propios, sino a quienes están en el medio y también a un sector constructivo que está del otro lado. Parece claro que en Juntos por el Cambio las figuras electoralmente más atractivas (Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Martín Lousteau) y varias de las más estratégicas (Rogelio Frigerio, Emilio Monzó) se inclinan por la moderación, mientras Patricia Bullrich, Elisa Carrió y hasta Mauricio Macri, juegan a la intransigencia, aunque sus tendencias solistas les dificulten cantar en conjunto.
Olfateando el sentido profundo de los variopintos sectores que se movilizan con ayuda de las redes, Patricia Bullrich y Elisa Carrió buscan ponerse a la cabeza. Después del "banderazo" del 17 de agosto, Bullrich, interpretó que había tenido un acierto e hizo una proyección electoral quizás precipitada: "Podemos volver a gobernar", dijo. Todavía falta mucho para que se discuta el gobierno en las urnas; y una algarabía callejera -las ha habido mucho más numerosas que las de este mes- no se traduce necesariamente en victorias electorales.
Es posible, por lo demás, que el ala dura de Juntos por el Cambio encuentre en 2021 un competidor: los sectores liberales más ortodoxos (Ricardo López Murphy, José Luis Espert, el pintoresco Javier Milei) pretenden correr el año próximo por la derecha del macrismo, preparándose para negociar dos años más tarde una alianza con Juntos por el Cambio para enfrentar al peronismo, según la táctica de "marchar separados, golpear juntos". Eso dividiría -no se sabe aún en cuál medida- el flujo opositor, aunque después sus resultantes legislativas eventualmente se reagrupen en el Congreso. Los votos que puedan ganar los ultraliberales saldrían del caudal al que aspira la coalición que dejó el gobierno hace menos de un año, razón por la cual algunos malpensados imaginan que quienes alientan la jugada ultraliberal son operadores del oficialismo. Es la manía del pensamiento conspirativo, que se empeña en descubrir intenciones en el simple maquiavelismo de las cosas.
La Prensa 27 8 20
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