Hace poco publicamos un comentario al excelente libro titulado «El Pacto». Ahora, reproducimos un excelente artículo del periodista Agustín de Beitía, publicado en el diario «La Prensa».
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
El pacto que transformó el país
Un libro reciente explora los alcances inusitados de la relación que ató al kirchnerismo con el periodista Horacio Verbitsky. La revisión sesgada de la historia y el control de la Justicia fueron los ejes de una ambiciosa ingeniería social y cultural.
Por Agustín de Beitía
No caben dudas de que la Argentina sufre ya desde hace décadas un proceso de transformación cultural que va alejando a la sociedad de sus tradiciones, sus costumbres y su fe. Es algo que distintos gobiernos han favorecido, cuando no lisa y llanamente estimulado. Lo notable es cómo ese proceso, hasta ahora más o menos gradual, avanzó con la llegada del kirchnerismo como un torrente arrollador, rompiendo todo dique de contención.
Vista desde la actualidad, esa embestida resulta más asombrosa al considerar que ni siquiera estaba en los planes de Néstor Kirchner cuando llegó a la presidencia con apenas el 22% de los votos. Hoy cuesta ya negar que esa acometida impetuosa fue el cumplimiento de un pacto sellado con el periodista y ex número dos de inteligencia montonero Horacio Verbitsky, a poco de iniciar su andadura como presidente.
Un trato de mutua conveniencia, de reparto del poder, pero establecido con una disparidad de fuerzas reveladora. Porque quien ejercía ya el Ejecutivo fue quien concedió al otro llevar adelante su proyecto, a cambio de asegurarse el apoyo y el consenso que las urnas le habían retaceado.
Verbitsky, temido por su capacidad de intimidación, denuncias y carpetazos, había escrito ya un mordaz artículo sobre el nuevo mandatario el 12 de enero de 2003 en el que se burlaba de su pasado por haber sido «perejil de la Juventud Peronista» y lo criticaba por haber sido después «vocero de Repsol. Pero a partir de aquel contacto, el periodista pasaría de ser un demoledor fiscal del poder a un consejero en las sombras.
El pacto Kirchner-Verbitsky significó la puesta en marcha de un proyecto ideológico intolerante que arrasó las instituciones sin oposición. Por su alcance, bien justifica considerarlo como una piedra miliar de aquel proceso iniciado hace décadas, como lo presenta con acierto el libro El Pacto, de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia (J&C). Pero la primera pregunta que suscita ese acuerdo es ¿dónde estaba el poder real?
El doctor Carlos Bosch, ex camarista federal en lo civil y comercial y ahora secretario de J&C, no vacila en responder a La Prensa que «el poder real lo tenía Verbitsky. Todo esa fuerza de la izquierda, y la fuerza internacional, la tenía él».
«No hay que olvidar -dice Bosch- que este pacto, como lo relata el libro, tiene dos partes: una parte era el poder para Kirchner, el poder para hacer todo lo que hizo. Desde la corrupción hasta ganar un poder ilimitado con las diversas elecciones. Y la otra parte era la destrucción de las Fuerzas Armadas, el juicio a los militares, y todo el dominio de los derechos humanos para cambiar la idiosincrasia de nuestro país en el aspecto cultural. Eso lo consiguió maravillosamente».
«Verbitsky sirvió el apoyo internacional de la izquierda a cambio de tener las manos libres en el plano cultural», añade este abogado y docente, que fue profesor en los Colegios San Pablo y Champagnat y también en la facultad de Derecho de la UBA.
EL PLAN MAESTRO
«El proyecto, el plan maestro que siguió Kirchner en materia cultural, está explicitado en el decreto 1086/2005 que también está referido en el libro», apunta por su parte el doctor Alberto Solanet, que es presidente de J&C y antes presidió en dos períodos la Corporación de Abogados Católicos (1987-91 y 2005-9).
«El decreto se titulaba Hacia un plan nacional contra la discriminación. La discriminación en la Argentina. Diagnóstico y propuestas pero constaba curiosamente solo de dos o tres artículos y remitía a un anexo que no apareció en el Boletín Oficial», cuenta.
«Preguntamos en el Boletín Oficial y no quisieron darnos ese anexo. Al final lo conseguimos -rememora Solanet-. Es un librito de 250 páginas. Ahí está todo. Figuraban estrategias para el corto, mediano y largo plazo. Entre las primeras estaba el tratar de introducir por ejemplo, la unión civil, el aborto, y otra serie de cuestiones importantes. No se hablaba todavía de matrimonio homosexual, porque querían empezar de a poco».
«El pacto estaba ahí formalizado y se cumplió», enfatiza Solanet. «El gobierno kirchnerista, tanto el de él como el de ella después, lo fueron cumpliendo paso a paso, con la complicidad de la clase política. Porque en el Congreso, en uno u otro gobierno, se aceptó todo lo que se proponía desde el Poder Ejecutivo. El resultado hoy podemos verlo. Hay instituciones que han desaparecido… el matrimonio homosexual ya es una realidad…».
«Hoy existe, incluso, la obligación de reservar un cupo para transexuales. Hace poco tiempo salió como una resolución del Banco Nación y del Banco Central. Pero ahora resulta que hay un decreto de Alberto Fernández que obliga a todos los estamentos del Estado a tener un cupo para transexuales. Es decir: estamos concretando todavía todo ese proyecto, ese plan maestro, que se trazó en ese momento para transformar la sociedad argentina», insiste Solanet, quien lo describe como un programa gramsciano para infiltrar la Iglesia, las Fuerzas Armadas, la cultura, etc.
Nada de esto puede sorprender por completo. La mirada romántica sobre la guerrilla se había ido cimentando con los años, igual que la persecución a los militares. Solanet lo confirma: en realidad, al derogar el código de justicia militar con Alfonsín se terminan las Fuerzas Armadas. Porque eso es lo que permitió que hoy sean juzgados los hechos de guerra de los años 70 por jueces civiles.
También el emblema de los derechos humanos había creado un consenso social. Y lo mismo vale para el reclamo por los «derechos individuales», que empezó hace décadas y que hermana a liberales e izquierdistas. Las raíces de esto último pueden rastrearse en corrientes progresistas y secularizadoras que son mundiales y vienen desde hace más de un siglo.
Pero nunca se había visto una avanzada tan impetuosa y en tantos frentes simultáneos: la derogación de leyes para condenar a los militares, la destrucción de la Defensa nacional, el garantismo en materia de seguridad, la persecución por hechos de los años «70 extendida a empresarios y a la jerarquía eclesiástica, el matrimonio homosexual, el aborto, el adoctrinamiento en los colegios, así como el conflicto con la Iglesia por el Te Deum y por la existencia de los vicariatos castrenses, son solo algunos ejemplos.
Verbitsky tuvo un gran peso en todo esto, como se desprende de su trayectoria reconstruida por Gabriel Levinas. Es una figura clave. La más visible y poderosa, cuya influencia creció de la mano de su respaldo económico y sus denuncias, que han tenido como fuentes hasta a la embajada de Estados Unidos.
En su libro Doble agente, Levinas trata de contestar la pregunta que alguna vez le lanzara en Página 12 el escritor David Viñas: ¿quién es usted, Verbitsky? Aunque quizás, debido a su capacidad para conseguir contactos y dinero para el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), habría que preguntar más bien ¿quiénes son Verbitsky? Porque con él se cuadruplicaron los fondos que recibe esa entidad, ya sea desde la Fundación Ford (a la que se señala como parte de una red de ONG que trabaja con la CIA), otros organismos y hasta desde Estados como el Reino Unido y Holanda.
FIEL EJECUTOR
Alberto Solanet asiente: «Acá, los organismos de derechos humanos, las Naciones Unidas, la Unicef, Planned Parenthood, Soros, encontraron en Verbitsky un fiel ejecutor de sus planes. Evidentemente, esto es mucho más amplio que Verbitsky».
Para Carlos Bosch, «el aspecto más representativo de todo el relativismo y la ola destructiva que a partir de los Kirchner se engrandeció de una manera notable es la ideología de género» y es internacional.
«Este veneno, mezclado con la nueva religión de los derechos humanos, sirve para todo y abarca todos los ámbitos: políticos, militares, eclesiásticos, familiares, sociales», añade. «Cuando empezamos a meternos en los juicios a los militares nos fuimos dando cuenta de que esto es un gran paquete que se nos ha venido encima».
«Bajo este nombre del género -continúa- se quiere borrar la diferencia sexual entre hombre y mujer, borrar a Dios como creador del hombre y la mujer, suprimir la idea de mujer como madre, propugnando todo el libertinaje sexual y el aborto, para así eliminar a la familia, los matrimonios, la paternidad y los hijos. Se les quita autoridad a los padres, y se educa en la mentira, en la inexistencia de la verdad, en la inexistencia de la realidad visible. Lo que importa es lo que yo quiero. No lo que es. Y mucho menos lo que debe ser. Y el juez no debe juzgar las cosas con objetividad. Debe ser militante».
«La persecución a la Iglesia es un objetivo fundamental», acota Solanet, quien recuerda que «inmediatamente después del decreto vino la destitución de monseñor Baseotto».
«Si bien esta revolución es mundial, con los Kirchner se aceleró muchísimo, a fondo. Y con Macri no se revirtió. Esta gente ha sido astuta en la ejecución de este programa disolvente», añade.
«Hoy la partida destinada a ideología de género en el presupuesto supera con creces la de Defensa o Educación», pone como ejemplo Solanet. «Estamos presenciando la revolución más profunda en los tiempos modernos sin que se haya disparado un solo tiro», comenta, para luego enumerar: «Tenemos instituciones ausentes, criminalidad crecida en forma impresionante, los vicios transformados en virtudes, la mentira exhibida sin descaro. Y, además, exhibida sabiendo que la población no cree lo que se le dice. Hay una destrucción total del Estado en sus tres poderes. No estamos cerca del abismo. Estamos en el abismo».
La primera gran reforma encarada por Néstor Kirchner fue la de la Justicia, y su primer asalto fue a la Corte Suprema, a la que Verbitsky ya había desprestigiado durante la década anterior. A esa ofensiva le seguiría la ocupación de otras colinas judiciales, como la Cámara Federal de Casación Penal, el Consejo de la Magistratura y el Ministerio Público Fiscal, como cuenta en detalle el libro El Pacto.
Sobre por qué le asignaron tanta importancia a colonizar la Justicia, Bosch responde que «el pacto aseguraba a cada uno las prestaciones que le convenía, y contemplaba un medio indispensable. Es la famosa frase de Kirchner: «Si no empezamos por la Justicia, nada de todo esto puede marchar». Porque la Justicia, mala o buena, y es mala desde hace tiempo, es la que puede frenar estas cosas».
Solanet lo grafica así: «Sin Justicia no hay República. Si quiero transformar la República y que se cumplan mis planes, lo primero que debo hacer es tener jueces genuflexos. Que tengan la suficiente elasticidad para moverse en la dirección que nosotros queramos. La Justicia es fundamental para llevar adelante un proyecto tan siniestro como este que estamos viviendo».
La importancia de esto puede apreciarse también en el hecho de que a la Corte Suprema se la ha usado además como atajo para legislar sobre cuestiones rechazadas por el Congreso, como el aborto, una función que le es impropia.
No puede ignorarse tampoco su valor simbólico. Cuando la Justicia se ocupa de los hechos de los años 70, de algún modo juzga también el pasado en un sentido más amplio, y ha terminado por convalidar una versión de la Historia. El norte es la premisa orweliana: «quien controla el presente, controla el pasado; quien controla el pasado, controla el futuro».
«Efectivamente van creando la Historia y es lo que se ha llevado a los colegios», ratifica Bosch. «Es necesario meter presos, ya no a los generales, sino a los oficiales que tenían 22 o 23 años. Y hay que meterlos presos de cualquier manera, porque son un símbolo. Los militares deben estar encarcelados y los que están libres deben agachar la cabeza».
«Este asunto no va a terminar nunca», asegura Solanet. «Porque inventan causas en forma permanente. Y ahora han agregado también el tema de Malvinas».
En última instancia, la colonización ideológica de la Justicia, tan bien retratada en el libro El Pacto, ha servido para desplazar a familias judiciales tradicionales y, en muchos casos, también para eliminar una visión que todavía podía ser más o menos católica sobre los hechos. Bosch, con su trayectoria de 24 años en la Justicia, lo confirma: «la eliminación de esas familias judiciales, que favoreció toda esta ola destructiva de iniquidad, lo que persigue en última instancia es la destrucción del cristianismo. La destrucción de cualquier atisbo de cultura cristiana. Esta es la gran guerra».
Agustín de Beitía
octubre 6, 2020 Que No Te La Cuenten
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