Actualidad del mensaje del entonces Arzobispo de Santa Fe, Mons. Vicente F. Zazpe (año 1983).
Fe y política no se identifican, pero se relacionan estrechamente: si confundirlas es una aberración, separarlas completamente también lo es.
Las próximas elecciones deben por lo tanto afrontarse con sentido cristiano no sólo por los ciudadanos electores, sino también y de manera especial por las agrupaciones políticas, sus ideólogos y candidatos.
Cualquier actitud de indiferencia, abstención, ignorancia, fraude o improvisación por parte de los electores, candidatos y propuestas, constituirá una falta seria al plan de Dios, que quiere desde hace años una Argentina más justa y fraterna, realizada por todos los ciudadanos, pero especialmente por los cristianos que constituyen la mayoría del país de y de los partidos.
No es el momento de reiterar la diversidad de causas que nos han llevado a la actual situación, pero conviene volver a destacar, una advertencia formulada en la anterior elección y en charlas anteriores.
Me refiero a la valoración principal y casi exclusiva por parte de las agrupaciones de los medios y no de los fines de la actividad política.
Todo el énfasis se pone en la superación de las cuestiones internas, en desconcertantes combinaciones interpartidarias, se sospecha de acuerdos ocultos y se tiene la impresión de querer llegar al poder sin manifestar lo que se hará con el poder.
Parece importar más la elaboración de estrategias que la presentación de propuestas concretas, coherentes y meditadas.
Los cristianos pueden votar por el partido que juzguen conveniente, después de cotejar el pensamiento de la Iglesia, las plataformas políticas, la historia de los candidatos y la concreta factibilidad de las plataformas.
La libertad del cristiano ante los diversos partidos, no legitima una neutralidad absoluta para la emisión del voto.
Es inmoral votar indiferentemente por cualquier opción política.
Ningún cristiano tiene derecho a dar su voto a partidos que acepten, recomienden, engendren o consoliden lo que Dios reprueba; como tampoco a los que rechacen, contraríen o soslayen lo que Dios manda.
El voto no puede decidirse por simpatía personal, por la imagen televisiva, por la promesa de puestos, por intereses de grupos o clases, por temor o miedo y tampoco por la afiliación partidaria, porque ésta no puede ser norma suprema para proceder éticamente.
El criterio evangélico es quien confiere al voto su sentido cristiano.
Será necesario conocer la concepción que se tiene de la persona, de la sociedad, de la justicia, de la libertad, de la economía, del trabajo, de la participación, del desarrollo y de la tecnocracia.
El cristiano debe tener lucidez también para conocer la ideología que subyace a las propuestas, ya que en muchos casos inspiran y animan.
Por otra parte el país necesita superar su postración y lograr de una vez por todas una auténtica renovación y no quedarse en meros retoques parciales.
Pablo VI dijo en l965 al Episcopado Latinoamericano: “es necesario reformar a fondo el sistema social vigente, por la insuficiencia intrínseca de algunas estructuras fundamentales que están en desacuerdo con el Evangelio”.
La amenaza de propuestas perimidas, es un riesgo que debe superarse porque el futuro reclama una recreación del país.
¿Presidirá la cordura en los electores, la capacidad en los candidatos y la seriedad en los partidos?
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