Habiendo leído la revista denominada “Educación Sexual Integral. Para charlar en familia”, elaborada por el Ministerio de Educación de la Nación, con una tirada que se cuenta por millones, con destino directo a todos los hogares de la Patria, no quiero dejar de manifestarme al respecto. ¿Por qué y con qué autoridad?
Primero, porque aún en medio de continuos ataques a nuestra fe, al orden natural y al sentido común, es preciso no rendirse. Y no rendirse significa un acto firme de la voluntad, pero en primer lugar significa no concederle nada al error, y menos aún en temas de tamaña gravedad. Si la verdad no se escucha –a veces porque directamente no se habla- es preciso levantar la voz. Una vez más el silencio de los buenos aparece como un fantasma por el cual ya tanto hemos perdido.
Segundo, porque es necesario alertar incansablemente a las familias honradas, al padre sencillo, a la madre abnegada, al argentino bien nacido que aún guarda en su corazón, además del sentido común, el anhelo por la cotidiana crianza, hecha de plegaria y de sacrificio, de cuidados y de correcciones. Alertar, porque ya ni siquiera son categorías teológicas o cristianas las que se han visto violadas y combatidas, sino que son los mismos principios de orden natural los avasallados, son las básicas afirmaciones que brotan de una esencial lógica educativa las contradichas.
Tercero, porque es urgente e impostergable la reacción. Como se deba y como se pueda. El límite del diálogo es la verdad. La verdad tiene todos los derechos; el error, ninguno. El antagonismo y la confrontación son inevitables cuando los agraviados son el honor y la familia. Sólo un pacifismo ridículo puede creer que todo se arregla con compartir opiniones. ¡Claro que tenemos motivos para reaccionar!: el bien de la Patria, la salud moral de nuestros hijos, la fidelidad al legado de nuestros padres y abuelos.
Cuarto, porque como es público y masivo el error y el perjuicio, clara y frontal deben ser la defensa y el repudio.
¿Con qué autoridad? Con la autoridad que me da el solo hecho de ser católico, argentino y padre de familia, todos títulos que me honran y comprometen. Vayan estos párrafos a todos aquellos que quieren criar sana y santamente a sus hijos, a los que entienden la educación como una conducción al estado de virtud. A las familias que han buscado en los santos los modelos de inspiración, y tienen un sano desprecio por las modas, por la ordinariez y por la impudicia.
El tema es grave, porque quien habla de educación habla en última instancia de felicidad. Lo que aquí está en juego es la felicidad de nuestros hijos. Ese espíritu liberal que carcome la cultura y el ambiente entero, ha hecho que permanezcamos inactivos frente a las causas –cuando no ingenuos colaboradores- pero que nos quejemos y escandalicemos de sus consecuencias.
Esquemáticamente, conciso, ahorrando las citas textuales o la alusión a la página en cuestión, sin referencias bibliográficas (aunque podrían abundar, comenzando por el maternal magisterio de la Santa Iglesia) y en lenguaje sencillo, ¿cuáles son las principales falacias, los yerros más peligrosos, las mentiras más dañinas plasmadas en estas páginas y que es necesario denunciar a los cuatro vientos?
1- Cuanto más sepan, mejor. El lema, a modo de slogan, es peligrosamente ambiguo y difuso. Las preguntas se imponen por sí mismas. Sepan ¿qué?, ¿con qué objetivo?, ¿por medio de quién?, ¿cuándo? No resiste el menor rigor evaluativo utilizar tal lema sin acudir inmediatamente a criterios educativos (en primer lugar) y evolutivos (en segundo lugar).
2- Educación sexual integral: ¿sin mención a la virtud, sin aludir al alma ni a la voluntad?, ¿sin acudir a la dimensión sobrenatural de la gracia, sin la cual nada podemos hacer? ¿Qué entienden por “integral”?
3- Conversemos con naturalidad. ¿Qué es naturalidad? ¿Caminar desnudo por la calle es naturalidad o impudicia? ¿Qué han entendido del pudor en el lenguaje, en la vestimenta o en la vivienda? ¿Hace falta aclarar que no se defeca en el comedor y frente a la ventana que da a la calle; que hay cosas que no se hablan más que en cierto ámbito de confianza o familiar; qué hay partes del cuerpo que deben quedar a salvo de la mirada de los otros? ¿Qué piensan del pudor, del resguardo y de la intimidad? ¿Qué idea tienen de naturalidad?
4- Tocarse no es malo. Claro, y dar un beso tampoco. Ni llevarse algo a la boca, ni hablar ni respirar. Porque en realidad no se está diciendo nada. ¿Quién tendría el desquicio mental de plantarse frente al mundo y levantar una bandera que diga tocarme = cosa mala? Tocarse es una acción general que, podríamos decir, en sí misma es amoral. Ahora bien, (y en esto incluímos –aunque merecería una consideración aparte- a la masturbación) procurarse un placer desordenado, utilizar el cuerpo –propio o ajeno- como un mero objeto de satisfacción pasional, es una falta moral, es decir, un pecado. Evitar la masturbación ni enferma, ni frustra, ni reprime. La masturbación no es parte del proceso “normal” del crecimiento. Sí lo es aprender a encausar los impulsos, ordenar los placeres según la recta razón, y ver el cuerpo como templo del Espíritu Santo.
5- Métodos anticonceptivos: ¿cuándo van a decir la verdad entera? No pedimos siquiera veracidad en las conclusiones sino al menos en las premisas. ¿Son métodos anticonceptivos o abortivos?, ¿no está científicamente probado el carácter abortivo de muchos de los métodos propuestos abierta e impunemente? Lo mismo sucede con el preservativo. No le pedimos al sistema ideológico que públicamente acepte que existe la voz de la Iglesia y que expongan con realismo y honestidad los fundamentos que da el Santo Magisterio. No pedimos que haga la necesaria distinción entre matrimonio, relaciones prematrimoniales y simple libertinaje o promiscuidad ocasional. Ni siquiera ya le pedimos que vele por la rectitud moral de los ciudadanos. Pero aunque sea suplicamos que empiece por lo menos advirtiendo al joven que la propuesta de pecar sin arriesgar la salud física es falaz, porque laboratorios de fama mundial han demostrado su ineficacia para detener el virus del sida. ¿Será que la ideología no sólo va contra la fe sino también contra la evidencia científica?
6- Qué decir de la legitimación de la sodomía y de la perversión, puesto como una oferta más en la góndola de los placeres. O del planteo general de las relaciones sexuales con la misma superficialidad con que se ofrece una vuelta en calesita. Y del sentido equívoco y engañoso del término discriminar.
7- Y finalmente –cómo no decirlo- el agravio al buen gusto y la afrenta directa al pudor en las imágenes contenidas, en particular la que indica el modo de colocación del preservativo. Como si fuera el manual de uso de un televisor, y en lugar del control remoto publican un pene. Y para conversar en familia.
En síntesis, la revista es un jalón más del totalitarismo ideológico de turno, donde no hay institución natural que se salve de alguna falsificación, omisión esencial o mentira. Abunda en falacias de orden teórico y de orden práctico. Porque miente en los criterios antropológicos arrasando con las categorías clásicas de la sana educación (el relativismo a ultranza en todos los órdenes, el hedonismo como ideal de vida), pero falsifica también datos elementales de la vida cotidiana, con presupuestos falsos de nuestra niñez y juventud (al respecto, alguna vez les contaremos a los ideólogos del sexo cuáles son las preocupaciones reales de los niños de cuatro o cinco años).
Parece mentira pero la revista exhorta enfáticamente a que a los chicos les hablemos con la verdad.
Chicos, jóvenes, querida herencia de esta Patria, ¿saben cuál es la verdad?:
- Que hay un poder mundial anticristiano que planifica fríamente qué debemos hacer y cómo debemos pensar. Que hay intereses económicos muy fuertes, por los cuales una gran cantidad de argentinos con poder han resignado sus principios y sus amores –los que alguna vez los tuvieron-, y han traicionado su palabra y su obligación.
- Que en toda esta propuesta de educación sexual integral hay una ideología de fondo, demostrada prolijamente con documentos y testimonios, y que en términos generales se llama revolución anticristiana.
- Que el camino de la virtud es empinado, pero es el único por el cual se llega a ser un hombre de bien.
- Que la felicidad es ser fiel a la verdad y vivir en ella. Y que es preferible la verdad en soledad al error en compañía.
- Que la Patria los necesita castos y fuertes.
- Que la juventud no está hecha para el placer sino para el heroísmo.
- Y en especial, la verdad es que Nuestro Señor Jesucristo nos dijo: En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: Yo he vencido al mundo.
Después de haber leído este material me pregunto: ¿cuándo van a enviar el pasquín para seres humanos, y no para chimpancés? Y la referencia al chimpancé no es tanto simpática cuanto penosa y preocupante. Porque en el chimpancé pensamos cuando -lejos de hablarle de virtud- sólo hemos de mirarlo como un cúmulo de instintos sin más meta que alguna discreta domesticación conductista. Pero también pensamos en este fauno que en su jaula no ha encontrado mayor ocupación que la de masturbarse compulsivamente, buscando a la vez el placer animal (como le cabe por serlo) y la fugaz atención del visitante. ¿Eso quieren para nuestros jóvenes? En el contexto propuesto parece ser el tipo deseado, la categoría ideal buscada para el joven: la de un superficial e instintivo onanista.
Y a los ideólogos de tamaña subversión sepan lo siguiente: este ideario lleva a la ruina de nuestra niñez y de nuestra juventud. La corrompe, la hace inepta para los bienes superiores. Son ustedes los responsables. Entre esto que han enviado y las violaciones, las perversiones de toda laya, una juventud superficial y floja, un sociedad destruida y capaz de nada, hay un paso. Es el paso de la práctica, del sólo dejar correr el tiempo sumisos al programa establecido.
Tanto, pero tanto, se ha acudido demagógicamente y hasta el hartazgo a los derechos de todos, sin distinciones, salvedades ni jerarquías. Pues yo también me referiré a los derechos:
Primero, exijo que se atienda al derecho de ejercer nuestra paternidad con honradez y decencia. Exijo que se atienda a la identidad católica de las familias. Exijo que se respete al hombre de bien.
Y exijo que el Estado hable de los siguientes derechos a nuestros hijos y los propicie: a poder practicar la virtud, a comenzar la jornada con una oración, a que entiendan mientras van creciendo de la vinculación entre castidad y contemplación, entre pureza y amor, a que ejerciten el sacrificio y la renuncia porque la Patria así lo exige.
No voy a plebiscitar la fe, ni el sentido común. No estoy dispuesto a negociar el pudor de mis hijos ni el legado de mis padres. No me interesa aquí ser mayoría o minoría.
Acá no defendemos nuestras propias miserias, que abundan; ni posamos de puritanos. Lo que está en juego es algo mucho mayor, y que por tanto nos excede. Vendrán las acusaciones de siempre, en particular a la Santa Madre Iglesia: que no nos adaptamos, que somos pacatos, que somos reprimidos, que estamos en contra de la modernidad. Serán las difamaciones de siempre, fruto de la maldad, cuando no de la ignorancia. Pero en algo estamos de acuerdo: no nos adaptamos. Queremos estar en el mundo sin ser del mundo, según lo pide el mandato evangélico.
Atentos a la propuesta metodológica de participación y autoevaluación permanente del desempeño, propongo tres preguntas a modo de guía, tanto para docentes como para padres. Responderlas prolijamente y a tiempo no dará puntaje para concursar mejor posicionado pero asegura otros beneficios:
1- ¿Qué hemos entendido del mandato de ser luz del mundo y sal de la tierra?
2- ¿Qué diríamos si Alguien nos reprochara que hemos dejado enfriar el amor?
3- ¿Cómo resuena en nuestra alma que el Señor se pregunta si a Su vuelta encontrará fe sobre la tierra?
Por una vez me manejaré con sus reglas de libre expresión y de observancia fundante y categórica de gustos y placeres: la revista me ha causado repugnancia; el modo y la metodología, la intención oculta y el ideario explícito, un rechazo visceral.
Quiero que mis hijos, ante la consigna de cuidarse, inmediatamente piensen en no pecar, en no traicionar la vocación, en no faltar al verdadero amor (y no a su parodia). Si el “cuídense” es sinónimo de colocarse un preservativo, asesorado técnicamente por la sexóloga de turno, especialista en poses y accesorios, para mantener sin riesgos el imperativo de gozar a cualquier costo, entonces nuestros lenguajes son irreconciliables.
Defendamos sin vergüenza la castidad y la pureza, el pudor y la virtud. Dios no nos pide la victoria, sólo salir y ser buen soldado.
En el mes del Sagrado Corazón, imploremos juntos:
¡Salva al pueblo argentino
Escucha su clamor
Salva al pueblo argentino
Sagrado Corazón!
Jordán Abud, Católico Argentino Padre de familia.
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