por Carlos Daniel Lasa
La ideología opera de un modo reductivo en las mentes y los corazones de los hombres de modo tal que genera realidades virtuales que nada tienen que ver con lo auténticamente real.
Esta mentalidad ideológica, enemiga irreconciliable de la verdad, ha construido una realidad idílica y romántica del Che Guevara que está completamente alejada del sujeto histórico real. En los renglones que siguen nos ocuparemos, simplemente, de referir cuál fue el pensamiento del Che Guevara para que se pueda saber, a ciencia cierta, quién fue este famoso personaje. Para ello investigamos su obra escrita y traemos a colación sus propias palabras como para que no queden dudas de lo que realmente pensó Ernesto Guevara.
Filosófica y políticamente, Guevara es marxista. Expresa el Che: «Hay verdades tan evidentes, tan incorporadas al conocimiento de los pueblos que ya es inútil discutirlas. Se debe “ser marxista” con la misma naturalidad con que se es “newtoniano” en física, o “pasteuriano” en biología…»[1]. Y añade: «Es por ello que reconocemos las verdades esenciales del marxismo como incorporadas al acervo cultural y científico de los pueblos y lo tomamos con la naturalidad que nos da algo que ya no necesita discusión»[2]. Observe el lector el modo en que Guevara ha determinado, dogmáticamente, que el marxismo es una verdad cuasi revelada que no puede someterse a discusión alguna.
Al asumir la filosofía de Marx, Guevara suscribe al ideal revolucionario. Marx enseña, en efecto, que la naturaleza no está para ser interpretada sino para ser transformada. A esto último, Guevara lo considera un cambio cualitativo en la historia del pensamiento social[3]. Desde su óptica, la diferencia respecto de Marx es que este último fue un científico que pensó las leyes que gobiernan la revolución; los cubanos fueron aquellos que las aplicaron[4].
Ahora bien, esta revolución no se hace de abajo hacia arriba: es una elite la encargada de concientizar a la masa y de comandarla. Para Guevara, la lucha guerrillera se desarrolla en dos ambientes bien distintos: «…el pueblo, masa todavía dormida a quien había que movilizar, y su vanguardia, la guerrilla, motor impulsor de la movilización, generador de conciencia revolucionaria y de entusiasmo combativo»[5]. En otro lugar expresa: «Nuestra aspiración es que el partido sea de masas, pero cuando las masas hayan alcanzado el nivel de desarrollo de la vanguardia, es decir, cuando estén educadas para el comunismo»[6].
Pero entonces, ¿para qué la revolución? La respuesta es simple: para la creación del hombre nuevo[7], o sea, el equivalente a la promesa de la instauración del reino celeste en la tierra que proclamaba el cristianismo. Resulta interesante, al respecto, la obra de Norman Cohn En pos del Milenio, en la cual muestra cómo los movimientos milenaristas que surgieron entre los poseídos y desarraigados de Europa occidental entre los siglos XI y XVI, instruidos y guiados por presuntos profetas y mesías provenientes, en su mayoría, de la baja clerecía, fueron auténticos precursores de los grandes movimientos revolucionarios del siglo XX[8].
Ya hemos escrito en otro lugar que todo proyecto revolucionario sólo puede anidar en una cabeza que barrunta que el mal no reside en el interior del hombre sino en realidades exteriores al mismo (como lo son, por ejemplo, las estructuras sociales injustas). Entonces, de lo que se trata es de transformar dichas estructuras injustas en justas para poder vivir el paraíso aquí, en la tierra. El hombre nuevo de la gracia, de la vida divina que predica el cristianismo, que logra su plenitud en el Reino celeste, podrá alcanzarse en esta tierra a través de fuerzas puramente humanas. Claro está que, para llegar a esta realidad, será preciso pasar por la revolución que equivale, lisa y llanamente, a muerte…
Refiere Guevara, sin ambages, que el cambio en América Latina debe producirse a través de la lucha armada, la cual «… va haciendo más clara la necesidad del cambio (y permite preverlo) y de la derrota del ejército por las fuerzas populares y su posterior aniquilamiento (como condición imprescindible a toda revolución verdadera)»[9]. La lucha armada no es una opción entre muchas sino el «… instrumento indispensable para aplicar y desarrollar el programa revolucionario»[10]. La violencia constituye un bien, ya que a través de ella se aceleran las condiciones que alumbrarán al reino terrenal. Afirma Guevara: «Es decir, no debemos temer a la violencia, la partera de las sociedades nuevas; sólo que esa violencia debe desatarse exactamente en el momento preciso en que los conductores del pueblo hayan encontrado las circunstancias más favorables»[11].
El auténtico revolucionario tiene una pasión idéntica a la del hombre religioso: sólo varía el objeto de su fe ya que el primero lo pone en Dios, y el segundo lo sitúa en la conquista del hombre nuevo. Y así como el hombre religioso debe renunciar a todo para seguir a Dios, el revolucionario, que dedica su vida entera a esta causa, «… no puede distraer su mente por la preocupación de que a un hijo le falta determinado producto, que los zapatos de los niños estén rotos, que su familia carezca de determinado bien necesario»[12]. Pensar de manera contraria equivaldría a dejarse infiltrar por los gérmenes de la futura corrupción.
La historia misma ha sido testigo de las desgracias que esta «mística» revolucionaria (encarnada, en nuestro caso, en el Che Guevara) ha traído a los pueblos que la abrazaron. La violencia como método de cambio social no es aséptica ya que la misma supone, cuando es empleada, el desprecio de todo valor. Ahora bien, cabe preguntarse: ¿cómo será posible que, procediendo de este modo, se llegase algún día, luego de haber negado todo valor que no sea el de la fuerza, a la entronización de valores en el mundo del paraíso terrestre que predican todos los revolucionarios milenaristas?
Permítasenos citar estas verdaderas, valientes y justas palabras de Oscar del Barco, otrora ideólogo gramsciano que apoyara y alentara movimientos guerrilleros en Argentina: «Creo que parte del fracaso de los movimientos “revolucionarios” que produjeron cientos de millones de muertos en Rusia, Rumania, Yugoslavia, China, Corea, Cuba, etc., se debió principalmente al crimen. Los llamados revolucionarios se convirtieron en asesinos seriales, desde Lenin, Trostsky, Stalin y Mao, hasta Fidel Castro y Ernesto Guevara. No sé si es posible construir una nueva sociedad, pero sé que no es posible construirla sobre el crimen y los campos de exterminio. Por eso las “revoluciones” fracasaron y al ideal de una sociedad libre lo ahogaron en sangre. Es cierto que el capitalismo, como dijo Marx, desde su nacimiento chorrea sangre por todos los poros. Lo que ahora sabemos es que también al menos ese “comunismo” nació y se hundió chorreando sangre por todos sus poros»[13].
Concluimos estas breves reflexiones con una pregunta: ¿cómo es posible que una sociedad, que se autodenomina «democrática» y entroniza los derechos humanos, eleve a la categoría de héroe a un guerrillero que exaltó la violencia como método, y asesinó sin tener sensibilidad alguna para apreciar el valor excelso de cada vida humana?
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Notas
[1] Ernesto Guevara. «Notas para el estudio de la ideología de la revolución cubana». En Ernesto “Che” Guevara. Obras Completas. Bs. As., MACLA, 1997, p. 173.
[2] Ibidem, p. 174.
[3] Cfr. ibidem, p. 174.
[4] Cfr. ibidem, p. 175.
[5] «El socialismo y el hombre en Cuba». En Ernesto “Che” Guevara. Obras Completas, p. 205. Lo destacado es nuestro.
[6] Ibidem, p. 218.
[7] Cfr. ibidem, p. 217.
[8] Cfr. Norman Cohn. En pos del Milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media. Madrid, Alianza Editorial, 1997, 5ª reimpresión.
[9] Ernesto Guevara. «Cuba: ¿caso excepcional o vanguardia en la lucha contra el colonialismo?». En Ernesto “Che” Guevara. Obras Completas, op. cit., p. 230. Lo destacado nos corresponde.
[10] Ibidem, p. 234. Lo destacado es nuestro.
[11] «Guerra de guerrillas: un método» (septiembre de 1963). En Ernesto “Che” Guevara. Obras Completas, p. 381. Lo destacado nos corresponde.
[12] «El socialismo y el hombre en Cuba». En Ernesto “Che” Guevara. Obras Completas p. 220.
[13] Oscar del Barco. No Matar. Sobre la responsabilidad. Córdoba, Ediciones La Intemperie, 2008, 1ª reimpresión, p. 33.
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