por Fabián Ferrante
Alguien debe detenerse un rato a escribir una nota acerca de Elisa Carrió.
Creemos que es una suerte de justicia editorial que ningún periodista de los grandes medios acomete, a causa de aquella vieja historia de los intereses empresariales.
Podemos hacerlo aquí, desde la libertad que nos proporciona ser, apenas, un opinador porteño, sin lazos financieros ni ideológicos, sin intereses que no sean poder tener alguna vez un país como la gente.
Quien es Carrió?
Elisa Carrió no es una dirigente política. Al menos no desde la concepción tradicional de la política en la Argentina. Es una líder social de algunos, con esa falta de masividad que suele acompañar a los que dicen la verdad, y a los decentes.
Carrió es una outsider; juega siempre fuera del establishment tradicional, ese que muestra a la gente lo que la gente está esperando ver, mientras en mesas ratonas intercambia figuritas.
Probablemente sea una de las pocas figuras públicas de las últimas dos décadas que resista cualquier archivo. Y esto no es por casualidad.
Traía, desde muy joven, una formación intelectual infrecuente para nuestros dirigentes. Desde que entró de lleno en la política, el camino recorrido y los baches donde cayó, como todos caemos, le hicieron adquirir lo que le faltaba: El conocimiento brutal de cómo se manejan estas cosas, de que la gente casi nunca cambia su esencia, y de que el trabalenguas siempre traba lenguas, y el asesino siempre te asesina.
Fue la primera que advirtió a la población que Néstor Kirchner se estaba robando el país, aún en tiempos en que Clarín y muchos otros se sentaban a la mesa del difunto ladrón.
Los asustó demasiado cuando metió el segundo lugar en la presidencial del 2007, donde debieron jugar con Lavagna como quinta columna, desde la UCR, y el fraude, siempre dispuesto, para voltearla.
Pero Carrió adolece de ciertas falencias, a la hora de construir poder y pensar en la rosada. Le falta pragmatismo. Adolece de su propio mérito, y es, al mismo tiempo, una macana.
Carrió hoy
Como outsider que se precie de serlo, no agota el tema en la denuncia sobre las intentonas golpistas del kirchnerismo. Acude a la verdad total, esa que el común de la gente no es capáz de recibir y procesar, y que no quiere oir.
En tiempos en que la mayoría sueña con una gran alianza opositora, Carrió explica que tanto la UCR como Lorenzetti se están moviendo entre las sombras con el kirchnerismo. Y eso no garpa. A nadie le gusta enterarse de lo que no se quiere enterar. Y entonces se queda sola en la madrugada del congreso, lejos de la carpa del amor (y del billete).
Pero mata y hace primera, porque va a la legalidad a ultranza; desde siempre acude a la justicia, aún, para tratar de obligarla a hacer lo que esa justicia no quiere hacer. Deja constancia legislativa en las sesiones, y constancia legal deja, en la Justicia.
Las revelaciones de Lanata, para el gran público, la han colocado una vez más como referente de máxima, por encima de cualquier otro dirigente. Porque la gorda apocalíptica que decía que íbamos rumbo al desastre y que se estaban robando una nación, tenía verdad. Algunos ingenuos pensaron que el apocalipsis acontecería en un minuto. Nunca entendieron que era un proceso paulatino, que desemboca en lo que hoy tanto nos indigna. El apocalipsis es hoy. Alguien lo avisó y no la escucharon.
Pero el grave problema es que también tiene razón cuando desliza que la oposición tranza con el kirchnerismo, y está implicada de una u otra manera en la podredumbre. El gran problema es que les toca a Macri, el caballo del comisario, y a la UCR, aquél partido centenario que se murió en el 2001, aunque los propios radicales se empeñen en no enterarse. Y a la muchachada lo que menos le gusta es que les expongan a sus propios jugadores, desnudos, en el vestuario.
Ella les dice que el Pj es el Pj, y pone la historia arriba de la mesa. Esa que muestra a Menem, a Duhalde y a los Kirchner. Con sus decenas de miles de cómplices que tienen o han tenido carnet. Pero la gente se distrae con Scioli o Massa, sin advertir la procedencia ni el entorno.
Qué será de Carrió?
La verdad es que no imagino a Elisa Carrió llegando a ser presidente de la Argentina. Porque lo suyo, al cabo, no es más que una noble utopía. Pretende moralizar a la política inmoral, pero desde el llano. No es que no pueda hacerse, es que toma varias vidas.
La línea de conducta y los patrones deben bajarse desde el poder; primero en forma de ley, para que funcionarios y ciudadanos se acostumbren a transitar el camino correcto sin desbandarse, y terminen por aceptar que es mejor ser decente que ladrón. En ese punto las leyes permanecerán como resguardo, porque el común habrá entendido cómo es la cosa.
Pero para acceder al poder, y desde allí moralizar, resulta imprescindible contar con una dosis de pragmatismo y hasta de hipocresía. No hay otra forma de construir poder en democracia, que no sea mediante acuerdos. Esos que deben hacerse aún con quien nos disgusta un poco.
Carrió carece del pragmatismo que le pueda hacer construir un frente de poder capáz no sólo de ganar sino de gobernar, y esta es una verdad que, aunque no lo admita, conoce hasta el más ferviente de sus seguidores.
"Carrió es rehén de su propia decencia, que la pone en un genuino laberinto. Para poder ser, tiene que sacrificar un poco de lo que es.
No hay modo..."
Esta democracia tiene una deuda de gratitud para con Elisa Carrió. Con el 23% o con el 1.8% siempre fue la única referente de la coherencia. De la verdad.
A veces pensamos qué haríamos sin esta mujer, qué fácil presa seríamos de los relatos armados en las trastiendas, en la mesa chica del poder, del periodismo infame y de la rosca de siempre.
La realidad es que, una vez más, Carrió está sola. Sola en la eterna madrugada de la Argentina, el país donde nunca amanece.
Sola en el único sitio del mundo donde el que dice la verdad es un outsider, y recibe antes un cachetazo, que una bendición.
Acaso sea un destino....
Fuente: El Opinador Porteño (27/4/13)
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