martes, 11 de junio de 2013

El litigio por el discurso.


Por Agustín Laje (*)
A fines del 2011, Ricardo Forster publicó su libro titulado El litigio por la democracia, donde sostuvo que la Argentina vive una disputa entre dos formas irreconciliables de entender el ideal democrático, en la cual, como no podía ser de otra manera, el kirchnerismo se presenta como el intérprete iluminado de la contienda.

Las alcahueterías de Forster son bien conocidas. En efecto, aquél forma parte de ese círculo de intelectuales orgánicos que han renunciado a la función esencial de cualquier intelectual honesto –la crítica independiente–, para abrazar las mieles del poder. 
Con destacada precisión conceptual, el filósofo Tomás Abraham, en su libro La lechuza y el caracol, caracterizó a Forster y a sus amigos de “Carta Abierta” como los “comisarios culturales” del kirchnerismo. No podría definírselos mejor.
Pero más que un “litigio por la democracia”, nuestro país está atravesando un “litigio por el discurso”, en el que el kirchnerismo está sacando considerable ventaja a una oposición que todavía no puede comprender la naturaleza de la disputa a la que se enfrenta. Forster ha dejado muy en claro el ideal democrático-populista (si es que tal cosa existe) en su libro, cuando afirma que “se trata, pues, de abordar la democracia como una lucha por la igualdad”, en oposición a “la República democrática que estableció el capitalismo”. No hay, en rigor de verdad, ninguna innovación en lo que nos dice el mediático intelectual. 
La “democracia como igualdad material” que enfrenta a la “democracia como libertad”, fue el centro de gravedad de la lucha ideológica que el mundo entero vivió durante la Guerra Fría. El bloque comunista asfixió la libertad en nombre de la igualdad, en una historia de opresión y totalitarismo que terminó con la vida de más de 100 millones de seres humanos que padecieron las arbitrariedades de este sistema que, sin embargo, mantuvo en pie a sus “comisarios culturales” que siguieron asegurando que ésa era la “verdadera democracia”.
Vivimos un litigio por el discurso y no por la democracia, ya que esta última, tanto en su teoría como en su práctica, no puede desentenderse de la libertad. Su fundamento moderno es, de hecho, la libertad. La mayoría no tiene legitimidad per se, como la fuerza bruta tampoco la tiene. El número por sí solo nada dice; es una mera manifestación de fuerza, de linchamiento. La mayoría tiene legitimidad para la democracia en tanto y en cuanto garantiza libertades políticas. Ya lo hemos remarcado en otras oportunidades (ver “Las neodictaduras latinoamericanas” y “Los límites de la democracia y las mayorías”).
Litigio por el discurso y no por la democracia, ya que el poder de la palabra y la deformación conceptual es lo que está articulando la disputa que vive la Argentina en estos momentos. Si existen dos formas irreconciliables de entender la democracia, tal como lo plantea el propio Forster, esto implica que una de ellas no debe ser verdaderamente fiel al ideal democrático. Luego, no hay un litigio por la democracia, sino un litigio por imponer un discurso sobre la democracia, capaz de redefinir y a la postre destruir los pilares fundamentales sobre los que se asienta el ideal democrático (libertad individual e igualdad formal), algo que ya pasó en otras épocas de la historia de los totalitarismos y sus “comisarios culturales”.
La virtud y la ventaja del kirchnerismo consisten en comprender la naturaleza de la disputa. No en vano, desde hace al menos cinco años que el gobierno viene construyendo su discurso populista como un discurso democratizador. Populismo es, para el kirchnerismo, la expresión de la democracia latinoamericana, desentendida de su componente republicano que fija límites al poder, y asentada en la legitimidad carismática de un caudillo que, por obra y gracia de su pueblo que lo “bendijo”, está habilitado para comandar los destinos de la nación sin obstáculos ni molestos límites. Y en tanta medida entiende el kirchnerismo el “litigio por el discurso”, que se ha ocupado de conformar un ejército intelectual para darle forma a lo que no tiene cuerpo y para darle sentido a lo que es contradictorio: esto es, que la democracia no tiene nada que ver con la libertad que protege todo sistema republicano.
El amplio y diverso arco de la oposición al kirchnerismo, dependiendo el caso, o no termina de entender “el litigio por el discurso”, o en el fondo coincide en la deformación populista de la democracia que defienden los “socialistas del siglo XXI”. Sobre estos últimos, no tiene mayor sentido ningún análisis. Sobre los primeros, en cambio, debe subrayarse que padecen una llamativa desorientación respecto de la conformación de un discurso con fuerza contrahegemónica que, para lograr tal cosa, debe estar enmarcado en una lucha de carácter ideológico, que es la dimensión en la que se ha edificado el discurso kirchnerista pretendidamente hegemónico.
Pero la oposición sigue actuando como si corrieran los tiempos del mal llamado “fin de las ideologías”, que caracterizó a la década del ’90 y al triunfo del discurso técnico. Pensemos, por ejemplo, en la disputa por la pomposa “democratización de la justicia”, cuyo rótulo impuesto a fuerza de propaganda y repetición ya es de por sí una manifestación del poder discursivo del kirchnerismo. Lo cierto es que la oposición se preocupó más por describir en términos técnicos por qué la reforma judicial atentaba contra la Constitución y contra el sistema republicano, en lugar de hacer una defensa ideológica del constitucionalismo y del republicanismo como mecanismos sin los cuales no podría sobrevivir ninguna democracia moderna. A la postre, quedó instalada la idea de que se enfrentaban “los defensores de la república” por un lado, contra “los defensores de la democracia” por el otro, lo cual redundó en beneficio del kirchnerismo, puesto que el vocablo “democracia” guarda en nuestros tiempos mayor fuerza política y emotiva para el grueso de la gente que el vocablo “república”, nos guste o no.
En este orden de ideas, el litigio por la democracia de Forster no es tal, porque la oposición no ha logrado articular un discurso que, en defensa de la República, termine siendo una defensa explícita de la democracia. ¿Cuál es el punto en el que se toca una cosa con la otra? La conexión está en sus propios fundamentos (tanto de la democracia cuanto de la República) ligados a la realización de la libertad. Quien mejor comprendía esto era Lilita Carrió, que no dudó en designar como “dictadura” y “antidemocrático” a un gobierno que se ponía como objetivo la destrucción de la República. Carrió, de esta forma, se ponía en las antípodas ideológicas del kirchnerismo que, por boca de Diana Conti, esgrimía que “en la democracia la mayoría gobierna en los tres poderes”. Es de lamentar la alianza de la republicana Carrió con el chavista Pino Solanas, quien se encuentra en esa parte de la oposición que no puede construir un discurso ideológicamente distinto al kirchnerismo porque sus disidencias con el gobierno no se dan en ese plano.
Al problema del discurso técnico que no logra hacerse ideológico, debemos adicionar el discurso de carácter moral –cristalizado especialmente a partir de los informes de Lanata– que tampoco logra articularse como discurso ideológico. La insuficiencia del discurso moralista se evidencia en una excusa que espetan cada vez con mayor frecuencia los militantes del kirchnerismo: “Por algunos casos de corrupción, no pueden atacar todo un modelo. Critiquen al modelo y a las ideas, no a las personas”. (El diputado kirchnerista Dante Gullo hace poco espetó: “¿El Gobierno favorece a los amigos? Chocolate por la noticia”). Y en cierta forma, quienes así argumentan, algo de razón tienen: la denuncia de carácter moral debe incidir sobre los pilares ideológicos para que sea verdaderamente efectiva. 
¿Cómo? Pues explicando de qué forma la semilla de la corrupción está en el sistema estatista mismo (tal como lo hizo Nicolás Márquez en una nota de reciente publicación titulada “La corrupción es un sistema político antes que un tema moral”), y proponer modelos de libertad económica y fuertes controles republicanos que siguen aquéllos países en los que la corrupción es prácticamente nula (Nueva Zelanda, Singapur, Chile, Alemania, Barbados, Suiza). Sólo de esta forma el discurso moral puede ser un discurso anti-sistema y, por lo tanto, gozar de fuerza ideológica.
El litigio por el discurso es una batalla político-ideológica que el kirchnerismo empezó a combatir desde hace por lo menos cinco años. La oposición, por el contrario, sigue dormida en lógicas discursivas sin fuerza ideológica. ¿Qué estarán esperando para reaccionar?

(*) Es autor del libro Los Mitos Setentistas, y director del Centro de Estudios LIBRE. En agosto publicará nuevo libro sobre el kirchnerismo, en coautoría con Nicolás Márquez.
agustin_laje@hotmail.com | www.agustinlaje.com.ar | @agustinlaje

Sección: Nota de portada

La Prensa Popular | Edición 206 | Martes 10 de Junio de 2013

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