Por Agustín Laje
A dos días del segundo paro nacional contra el Gobierno, y en el marco un clima social enrarecido por los desbordes de inseguridad que han puesto de manifiesto la ausencia del Estado en materia de Seguridad y Justicia, Cristina Kirchner irrumpió nuevamente en nuestros televisores y radios el martes pasado.
La una vez más insufrible Cadena Nacional no tenía por objeto comunicar medidas económicas racionales para el control de la inflación frente a la que, en definitiva, reaccionan los trabajadores plegados al paro de hoy. Mucho menos tenía el fin de comunicar un nuevo plan de Seguridad que transmitiera tranquilidad a los atemorizados e indefensos vecinos. Nada de eso. Se trató, simplemente, de la apretura que, con su posada voz de maestra jardinera, Cristina encabezaba de lo que se dio en llamar “Encuentro Federal de la Palabra”, una suerte de “feria del libro” en Tecnópolis.
A los adulones de siempre y las marionetas que enrojecen sus manos de tanto aplaudir, se le sumó esta vez una comparsa de “artistas populares” –curioso eufemismo para designar a hacedores de morisquetas de baja estofa– que acompañaron a la presidente con shows de “hip-hop”, “stand-up”, entre otras “expresiones nac&pop”. Semejante circo oficial en el marco de semejante crisis económica y social, contribuye a convencernos una vez más de que el estudio del kirchnerismo está pasando del dominio de los politólogos al campo de los psicólogos sociales.
La verdad sobre el rimbombante “Encuentro Federal de la Palabra” colisiona con la alocución inaugural de Cristina Kirchner que, en resumidas cuentas, hizo de la “palabra” y el “diálogo” fuentes de paz y concordia. En efecto, la génesis del mentado “Encuentro Federal de la Palabra”, al contrario, es la discordia, la fragmentación y la vocación para el monólogo que caracteriza al kirchnerismo.
Lo cierto es que a mediados del año pasado, el Secretario General de la Presidencia Oscar Parrilli empezó a mantener reuniones con Gustavo Canevaro, titular de la Fundación El Libro. Las intenciones estaban cantadas: el kirchnerismo pretendía apropiarse de la 40º edición de la Feria del Libro que tendría lugar en abril del 2014, mudándola del Predio de La Rural a Tecnópolis y, con ello, no sólo capitalizar políticamente un evento que adquiere mayor significancia todos los años y que la tendrá especialmente en su cuadragésima entrega sino, también, arrebatarle el acontecimiento al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y fastidiar a la Sociedad Rural.
Pero las maniobras del kirchnerismo no dieron fruto, y los organizadores de la tradicional “Feria del Libro” decidieron mantenerla en La Rural. ¿Los motivos? Fundamentalmente, factores como la inseguridad, el clima (Villa Martelli, donde se encuentra Tecnópolis, suele inundarse en caso de lluvias), dificultades de acceso, y el tamaño de los predios (La Rural tiene más de 45.000 metros cuadrados mientras que Tecnópolis cerca de 10.000), provocaron la negativa rotunda que se le dio al kirchnerismo. De hecho, el 70% de los expositores –según la revista especializada Ferias y Congresos– se manifestó en contra de trasladarse a Tecnópolis.
El “Encuentro Federal de la Palabra” es, entonces, fruto de una fallida movida política y reflejo de una sociedad fragmentada por quienes hacen de la palabra un instrumento de discordia social.
Con toda la desfachatez que le es connatural, Cristina Kirchner aleccionó durante la apertura del evento en cuestión que “en tiempos que hay quienes quieren volver a la barbarie, tenemos que estar muy fuertes para que sea la palabra y la racionalidad las que primen en nuestra sociedad”. Perdido en la desmemoria colectiva quedó un hecho incontrastable: el kirchnerismo ha sido desde sus orígenes amo y señor de una palabra puesta al servicio de la barbarie; una palabra monopolizada por la prepotencia y la arrogancia que, en virtud del engañoso espejismo de una “democratización mediática”, viene silenciando voces que no se ajustan al monocorde discurso oficial.
¿O acaso ya hemos olvidado la palabra bárbara de Cristina Kirchner defenestrando frente a todo el país por Cadena Nacional al “abuelito amarrete” que se le había ocurrido presentar un amparo frente a la Justicia contra el cepo cambiario porque quería defender su derecho a comprar moneda extranjera para hacerle un regalo al nieto? ¿No recordamos la barbarie que supuso el uso de la palabra por parte de Cristina Kirchner en Harvard, donde ninguneó a distinguidos estudiantes argentinos que osaron hacerle preguntas espontáneas? ¿Y qué hay de aquella vez en que Cristina Kirchner hizo uso de la palabra a través de Cadena Nacional para escarchar –datos de AFIP en mano– al agente inmobiliario que osó en decir que la política cambiaria del gobierno había perjudicado al sector inmobiliario?
Cristina Kirchner no percibe sus contradicciones morales sencillamente porque la ética le está vedada. La autocrítica, en efecto, es desconocida por la barbarie. La misma que en la “feria K” de Tecnópolis habló del valor de la palabra “para difundir amor” es la que ha venido haciendo uso de la palabra con pretensiones monopolísticas desde 2007 hasta la fecha para fragmentar a la sociedad.
En esta sintonía, Cristina acaba de recibir el “Premio Rodolfo Walsh a la Libertad de Expresión”, brindado por supuesto por la ultrakirchnerista Universidad de La Plata, que ya ha premiado con la misma distinción a otros dictadores del Siglo XXI como Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales, y a la apologista del terrorismo internacional Hebe de Bonafini.
Mientras el kirchnerismo prosigue con sus habituales payasadas y contrasentidos, el país se para hoy jueves y un cachetazo nos devuelve de las sandeces del “Encuentro Federal de la Palabra” a la realidad de una Argentina que se cae a pedazos junto a un gobierno con final anunciado.
La Prensa Popular | Edición 272 | Jueves 10 de Abril de 2014
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