viernes, 29 de agosto de 2014

Al país hay que salvarlo entre todos.



Al analizar los problemas sociales que existen en la Argentina,  como puede ser el crecimiento del flagelo de la inseguridad y la crisis casi terminal de la educación pública, la matriz de los conflictos remite a la extremadamente delicada situación económica.
Si hemos llegado al extremo de que haya docentes que actualmente son obligados a promocionar a sus alumnos, porque ni siquiera se puede cumplir con un mínimo de días para el dictado de clases que garanticen conocimientos básicos de la instrucción primaria, es porque en los últimos años se profundizó la crisis de la educación pública. Es cierto que este proceso no se dio de un día para otro: la debacle comenzó a partir de 1976 con el proceso de desindustrialización que puso en marcha Martínez de Hoz, continuó con el menemismo que remató el patrimonio nacional y derivó en el kirchnerismo que -con Néstor y Cristina Fernández- le puso el moño a la política económica entreguista.
La Argentina logró ser pionera en lo que se refiere a la educación pública cuando, al mismo tiempo, existía un sistema productivo que le daba valor agregado a la economía y generaba pleno empleo. Las escuelas funcionaban muy cerca de fábricas y talleres, que garantizaba a cada familia un trabajo digno para que sus hijos pudieran tener la posibilidad de formarse como profesionales o aprender un oficio como mano de obra calificada. Ese proceso, lamentablemente, dejó de existir. Y ello no ocurrió por un castigo divino, una guerra nuclear o una catástrofe climática. Fue el resultado de un cúmulo de errores, cuyos responsables tienen nombre y apellido. 
Resulta imposible que haya paz social, en un país que tiene una aguda recesión desde hace meses, mezclada con una explosiva inflación del 40% anual. En ese contexto, resulta lógico que la CGT, la CTA y los distintos espacios sindicales que no se oponen al gobierno nacional convoquen a un paro nacional para hacer visible ese malestar.
Ahora bien, si el movimiento obrero organizado agota su accionar en meros reclamos puntuales, como puede ser la reapertura de paritarias o pedir la reincorporación de trabajadores, sin atender las causas por las cuales todos los días quiebran empresas en la Argentina, el paro que comenzó hoy a primera hora terminará siendo un absoluto fracaso.
Asimismo, en las páginas de nuestro diario, en los últimos años, escribimos numerosos artículos acerca de la aberración que significa que a un asalariado se le descuente Ganancias, cuando es la patronal la que se sirve de la plusvalía que genera el trabajo y por cual también paga impuestos. Ahora bien, quedarse en el mero reclamo salarial, cuando todos los días se destruyen puestos de trabajo, termina siendo una abstracción. De poco servirá pedir la modificación de este gravamen regresivo, si los trabajadores se siguen quedando sin empleo y la única salida que ofrecen los gobiernos es seguir incrementando los subsidios y las plantillas de trabajadores estatales, lo que conlleva a que se incremente aún más la presión impositiva para sostener esa estructura. Es decir, estamos en un círculo vicioso que ha puesto al país en una situación extremadamente delicada.  
En momentos de crisis como el que estamos viviendo, el capital y el trabajo deberían reconocer un mismo enemigo: la política económica del kirchnerismo, que reparte sopapos para ambos lados y está castigando por igual tanto al que trabaja, como a los que generan trabajo. 
A diferencia de lo que ocurría en el siglo pasado, cuando los sindicatos estaban enclaustrados dentro de sus propios espacios, estamos viviendo actualmente en la era de la globalización. Ello hace que los dirigentes sindicales no puedan alegar ignorancia respecto a los que sucede en el país y en el mundo. Por ende, sus reclamos tendrían que estar acompañados de propuestas superadoras, que deberían ser discutidas, analizadas y consensuadas en mesas de diálogo con otros actores de la vida económica del país como puede ser los dirigentes de la Unión Industrial, de las confederaciones empresarias, de las entidades del campo y de la Iglesia.
En definitiva, si los dirigentes no se anticipan a lo que se viene, es porque no tienen la capacidad de ser dirigentes o, lo que es peor, persiguen intereses inconfesables. Llegó el momento en que cada sector asuma su responsabilidad, postergue sus intereses meramente particulares, y colabore para el bien común. Como decía Perón: “a este país lo salvamos entre todos, o no lo salva nadie”. 


28/8/14



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