sábado, 17 de diciembre de 2016

¿Será que Francisco quiere separar Iglesia-Estado en el Vaticano?

por Pedro Rizo
El pasado 7 de diciembre Francisco volvió a predicar su original ideología, esta vez sobre la "sana laicidad del estado", esto es, hablando en plata "la no confesionalidad".
Como ya ha popularizado en su singular predicación, lo hizo en una entrevista, esta vez en el semanal belga ‘TERTIO’.
Tenía que ser en el reino de los belgas donde se le ocurrieran tales declaraciones. Esa monarquía post-napoleónica nació de una Constitución laica, a la que el rey se sometió, sin otra función que la de sancionar las leyes aprobadas por el Parlamento. Para acallar su conciencia católica el rey Balduino pidió al Gobierno Belga una solución constitucional que le evitara firmar la ley de despenalización del aborto. La prueba de fuego de la "sana laicidad".
Por cierto, preguntémonos : ¿Podemos aceptar el término "sana laicidad"?
Este flirteo con la aparente novedad laica que tanto gusta en estos días a “Llamáme Jorge” (quizás debamos complacerle llamándole Jorge en vez de Santidad), proviene delaïcité, un neologismo adoptado por la Tercera República francesa en la campaña anticlerical que culminó con la aprobación, en 1905, de la Ley de Separación de las Iglesias y del Estado. Un plural -"iglesias"- de camuflaje pues que la ley iba dirigida contra la presencia y esencia históricas de la Iglesia Católica.
Separación que sancionó la “libertad de conciencia” de la Revolución Francesa, en su propósito de acabar con la catolicidad de Francia. "Libertad de conciencia" por la que impusieron la Constitución Civil del Clero, del 12 de julio de 1790. Y aunque la Asamblea Nacional se comprometíó al mantenimiento del culto católico, promovió la intervención directa en la Iglesia francesa que se emancipó de su vínculo natural con Roma. Resultado: el Estado pasó a nombrar los obispos. Como en la China actual.
“Libertad de conciencia” por cuyo Decreto del 27 de mayo, de 1792, se ordenó la deportación de los sacerdotes que no jurasen sumisión al deísmo revolucionario. Que Luis XVI, en postura similar a la recordada de Balduino de Bélgica, se negase a sancionar este decreto, fue razón suficiente para llevarle a la guillotina y para que las logias lanzaran a las turbas revolucionarias a invadir las Tullerías desmantelando la monarquía de San Luis.
Libertad, igualdad y fraternidad que, calculando a la baja, ejecutó a unos 40.000 católicos; de ellos cerca de 15.000 en la guillotina...
Y aún se atrevieron a moralizarnos a los españoles contra la Inquisición. Olvidadizos de que la “oscurantista” Inquisición Española en 350 años de existencia sentenció a muerte -por tanto hubo juicios- a unas 2.500 personas. Si bien, en contrario, sólo podemos aproximarnos a cuántas vidas salvaría al atajar las guerras protestantes. Se estima que la Guerra de los Treinta Años -de revoluciones protestantes por todo Centro Europa (1618 a 1648)- se saldó con aproximadamente cuatro millones de muertos. Porque erradicar la herejía protestante era cuestión de vida o muerte, de paz o de guerra en el Reino.
El Principio Cósmico
Este subterfugio astrológico se suele usar cuando ninguno otro vale. El coste de vidas que la Revolución se cobró en Europa con las Guerras napoleónicas en sólo 16 años, entre 1799 y 1815, se estima de unos tres millones de soldados, sin contar otros tres millones de civiles. (Un millón en España). Se dice pronto, se escribe y se lee pronto, pero espanta pensarlo. Y todavía hay quien celebra la toma de la Bastilla.
Finalmente, en noviembre de 1793, Robespierre condenó el ateísmo sin pretenderlo. En un discurso en el Club de los Jacobinos, en 1794, exigió el culto al Ser Supremo y proclamó la inmortalidad del alma. El Ser Supremo, el Gran Arquitecto, el Bafomet… este es el único culto admitido por la laicidad. Este es el dios maleable, transformista y dúctil –aún no confesado, pero todo llegará- del Ecumenismo… El Principio Cósmico que admite todas las conciencias, excepto las católicas porque su convicción como única religión verdadera molesta; y "debe ser aniquilada".
Pero, ¿qué dice el Magisterio de la Iglesia Católica acerca del laicismo?
Hay que retrotraerse a los documentos pontificios anteriores a la claudicación y rocambolesco apaño actual de la “evolución del Dogma”. La separación de la Iglesia y el Estado, el laicismo, fue condenado por grandes encíclicas y documentos romanos, entre los cuales Mirari Vos, Quanta Cura, Syllabus, Vehementer Nos, Gravissimo Officio Munere, Iamdudum y Quas Primas:
Miriari Vos, Gregorio XVI, el 15 de agosto de 1832:
“La concordia entre el poder civil y la Iglesia, que fue siempre tan favorable y tan saludable para la religión como para los pueblos”
Encíclica Quanta Cura, Pio IX, el 8 de diciembre de 1864 y el Syllabus acompañándola desenmascaran los errores tan del racionalismo, el naturalismo moral, el modernismo, el socialismo, el laicismo…
Encíclica Vehementer Nos, de San Pío X, del 11 de Febrero de 1906.
Encíclica Quas primas, de Pio XI, del 11 de diciembre de 1925, por la que se instituye la festividad de Cristo Rey.
Coincidencia de todas en no parecerse a la actual enseñanza.
Todos los papas, desde Constantino hasta el Concilio Vaticano II, fueron unánimes en condenar el laicismo. Y asi llevamos medio siglo en que se nos quiere vender que hasta hoy la Iglesia se había equivocado; y que solo ahora es “misericordiosa”. Lo cual nos descubre la arrogancia de los pérfidos y nos advierte del abismo abierto entre el antes y el después del malhadado último concilio y sus papas.
"En general, el estado laico es bueno. Es mejor que un estado confesional, porque los estados confesionales terminan mal." (Papa Francisco)
La demagogia de Llamáme Jorge es patente en esta frase: «En general, el estado laico es bueno…» En general. ¡Qué indefinición…! Porque a él se le antoja… Es más, dijo que los estados confesionales terminan mal… ¿Confesionales hindúes, confesionales islámicos...? En realidad Francisco se refería a la confesionalidad católica, porque, no nos despistemos, es la que molesta a la ONU. Y yo estoy de acuerdo en ello: Acaban mal los estados católicos cuando dejan de sustentarse sobre la piedra angular del Evangelio, que les mantiene fuerte y robusto todo el edificio político. Es decir, los estados confesionales acaban mal cuando lo confesado no es defendido por los que deben hacerlo.
La experiencia demuestra que el estado laico es, intrísecamente, un mal principio para un pueblo confesional. Aceptar darle todo el poder y gobierno a unos “representantes” que no representan la confesionalidad nacional de facto, es participar en una traición execrable. Traición que vemos acelerada desde la muerte de Pío XII. Es cosa muy diferente que por el avatar de la historia se acepte la laicidad para conseguir un gobierno factible que aglutine como nación una diversidad de iglesias y creyentes... Cosa que se ha demostrado imposible, aun más si se pretende sustituir con la "nueva religión" del anti-catolicismo, que amamanta el materialismo. En definitiva, el mayor bien para la paz y el progreso de los pueblos es la unidad religiosa. ¿Y cuál mejor para un verdadero Papa?
Dicho de modo contrario al caletre de Bergoglio: Los estados laicos no acaban mal porque ese mal ya se aceptó en su inicio. El mal comienzo del entreguismo en aquellos que aceptan la deserción de su propia esencia. En tales casos ya todo empieza perdido, y termina mal, por supuesto, cuando se admite el sopesar los pros y contras de mantenerse en la fe de sus mayores. Habría que recordar a los botarates doctrinales ─no es insulto porque nos referimos a quienes así se lucen como defensores de la fe─- que los cursos causales directos culpan siempre del delito por muy complejos que parezcan. Es doblemente criminal culpar de la muerte a la pulmonía cuando se dejó a su víctima a bajo cero y desnuda.
«Terminan mal…» Claro, hombre, como la mujer que “acaba mal” por guardar su integridad del violador que la atacó. La Cristiandad terminó mal, sí, a fuerza del terror con un saldo de más de 100 millones de muertes en sólo un siglo…
La Sana Laicidad… y ¡Olé!
Puesta a santificarnos bien podemos esperar de la Nueva Roma, y su Nuevo Obispo, que se nos ensalce la piedad de una “sana eutanasia”, de un “sano aborto”, o de “la misericordia pro-homosexual”. Podemos seguir y proponer la sana patada en los cataplines. El primer intento legal ya es realidad en la “tolerancia con los divorciados y vueltos al amancebamiento”, que con la cabeza muy alta podrán acudir a la parroquia dejando al matrimonio católico como resto de saldo. ¡Qué descalabro moral! ¡Qué ignominia catequética! ¡Qué bochorno de personaje!
Y al no poder apoyarse en ningún otro argumento de convicción que el de su figura, el visible Vicario de Cristo (?) acude al subconsciente colectivo de que “el Magisterio es él”. Y desde cualquier avión o rincón enseña a más de mil millones de católcos (¿más de mil?) diciendo lo que dice… Y se queda tan pancho. ─ Soy el Papa y ¡ya está! Hablo para millones de crédulos huérfanos de instrucción y de Catecismo desde hace 50 años; que no saben en qué consiste la Infabilidad… Así que lo que yo digo va a misa. ¿Que debo defender la sana laicidad para destruir la Cristiandad…? Pues ¡aquí estoy yo! Y no se os ocurra compararme con la oscurantista Iglesia anterior al Vaticano Segundo ─dos mil años equivocada─ que no entendía nada de misericordia ni de amor. ¡Ah, sí! Que también ¡yo soy el Amor”!
La libertad de conciencia como fondo doctrinal.
Tema sólo como apunte para lo estudien doctos fieles. Creo que fue en el CVII que la Declaración Dignitatis Humanae abrió la libertad de conciencia en la Iglesia… No nos extrañemos, pues, si en unos pocos años y como paso final a la meta, se archiva la confesionalidad del Estado Vaticano. Nada que sorprenda desde que el Obispo de Roma retiró su residencia a Santa Marta. “Aquí el papa, allá el Estado”. Porque él, Bergoglio, lo quiso así. Sospecha irreprimible de que su intención sea desvincularse de la Sede y Cátedra de San Pedro. ¡Ah, qué hermoso! Nosotros, la Iglesia de Cristo daremos ejemplo de "sana laicidad"... Y así nos difuminaremos más y mejor entre todas las iglesias y religiones. Todo es posible, y hasta probable, para este gran demoledor de la Cristiandad que no da puntada sin hilo.
Algún día, Dios no lo permita, podríamos ver al Sucesor de San Pedro gobernar el “Sano Estado Laico del Vaticano”. Y en él aprobar leyes tan poco confesionales como la que el reyFelipe de los belgas sancionó el 3 de marzo del 2014: ”El rey Felipe de Bélgica sancionó este lunes la ley de eutanasia infantil que autoriza sin límite de edad poner fin a la vida de un menor en determinados casos, pese a las protestas de parte de la ciudadanía contraria a dicha ley.” (Nota a la Prensa de la Casa Real).
Ante tan preclara y cordial amistad del anterior Arzobispo de Buenos Aires con los “hermanos mayores” (1), los judíos, podemos preguntarnos: ¿Por qué no toma ejemplo del Estado de Israel y de su estricta confesionalidad religiosa…? Miren ustedes que si lo que Francisco nos sugiere es que el Estado de Israel va a acabar mal... ¡Uf!
--- --- --- --
(1) Los cristianos primtivos llamaban “hermanos mayores” a los mártires.


Plano picado y contrapicado (17/12/16)


No hay comentarios:

Publicar un comentario