domingo, 11 de marzo de 2018

Aborto, excomunión e infierno.

      En estos días, minuto a minuto, en nuestra Argentina secuestrada por las logias mundialistas, la ideología de género y la desfachatez de sus gobernantes y de sus supuestos opositores, se suceden las carreras para ver quién es más abortista.

      A punto de desencadenar un legalizado baño de sangre, que solo podrá impedirse por una directa intervención sobrenatural, la inmensa mayoría de los políticos únicamente se muestran interesados en mostrarse bien de avanzada, bien progresistas, bien modernos.  ¿Sabrán que el aborto es un abominable crimen, como bien lo definiera la Iglesia en el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes, 51)…?. ¿Sabrán cómo se llama a quienes procuran un crimen?

    Especialmente patético en este escenario es el presidente Mauricio Macri. Que pasó de decir que, en lo personal, está a favor de la vida pero que habilitaba el debate a sostener, directamente, que no vetará la ley si se logra su aprobación en el Congreso. Híbrida versión de Herodes y Pilatos de siglo XXI; dispuesto a garantizar vía libre al filicidio. Desde la más alta autoridad del país se terminará por decretar el fin de los derechos humanos en la Argentina. Si el niño por nacer podrá ser matado por su propia madre, ¿qué podrá impedir que nos matemos entre nosotros mismos, invocando el derecho a decidir sobre la vida de los demás?

        Macri, aunque no se sabe hacer la señal de la Cruz, se declara católico; y estudió en un colegio católico y en una universidad católica. Es mi deber como cura, entonces, recordarle sus obligaciones como tal. No hago política; hago lo que debo hacer como sacerdote. Y como mi única candidatura es al Cielo y no a ningún puestito ni a mesas de diálogo con quienes no quieren ni oír ni dialogar – lo que, por otra parte, está fuera de toda discusión -, me remito a recordarle a Él las enseñanzas del Evangelio y del Catecismo de la Iglesia Católica.

        Podrá, más de uno, tildarme de ingenuo; habida cuenta de que el presidente, en vez de apelar a la Biblia y al Magisterio bimilenario de la Iglesia, recurre a armonizadores espirituales budistas o a bien pagados brujos y gurúes de la así llamada posverdad. Y que es inútil buscar convencer a quienes solo rinden culto a la diosa Consenso o a las tiránicas y circunstanciales mayorías. No me interesa lo que diga la opinión pública, sino lo que me pueda decir el Señor en el día del Juicio (Mt 25, 31 – 46).

        Deben saber el señor Macri y todos los políticos que procuren el aborto que la Biblia manda, expresamente, “no matar” (Ex 20, 13). Y que el asesinato del inocente clama al Cielo (Gn 4, 10 – 11). Y que “el homicidio voluntario de un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la santidad del Creador. La Ley que lo proscribe posee una validez universal: obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes” (Catecismo de la Iglesia Católica 2261).

        Deben saber el señor Macri y todos los políticos que procuren el aborto que la Iglesia prevé su excomunión automática (Catecismo de la Iglesia Católica, 2272). Y que, por lo tanto, no podrán comulgar y acceder a los demás sacramentos; en tanto y en cuanto no se retracten y pidan públicamente perdón y realicen la correspondiente confesión sacramental. Y que si llegan a comulgar sin haberlo hecho cometerán un sacrilegio y estarán tragando su propia condenación (1 Cor 11, 19).

        Deben saber el señor Macri y todos los políticos que procuren el aborto que los católicos creemos en lo que viene tras nuestra muerte: el juicio, el Cielo o el infierno. Y que a este último van los que mueren en pecado mortal y en enemistad con Dios. Y ese es un estado definitivo; del que no se sale con votaciones, ni con dinero, ni con presiones de las Naciones Unidas…

        Deben saber el señor Macri y todos los políticos que procuren el aborto que una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como lo demuestra la historia. Y que esa alianza entre democracia y relativismo ético quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral (San Juan Pablo II, Centesimus annus, 46).

        Deberíamos preguntarnos, también, en tren de autocrítica, los católicos argentinos, qué hemos hecho para llegar a estos niveles de decadencia nacional. ¿Qué dirigencia ha salido de nuestros colegios y universidades católicos? ¿Quién nos convenció de que es obligatorio elegir siempre el presunto mal menor? ¿En qué capítulo del Evangelio y de la teología moral se  nos manda elegir entre males y no entre bienes?

        San Juan Pablo II Magno, a quien tanto extrañamos, nos enseñó que “una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida” (16 de enero de 1982). Evidentemente esto es lo que ha ocurrido en estas periferias australes…

        ¿Lograremos ser, algún día, un país auténticamente católico; liberado de la oligarquía mundialista, masónica y atea? Solo Dios puede saberlo… En nosotros está dar la batalla en todos los frentes posibles. Partiendo, claro está, de esta durísima e inexcusable realidad. Y teniendo el coraje de ser héroes y santos; o sea, en todo sentido, políticamente incorrectos…

+ Padre Christian VIÑA

La Plata, 11 de marzo de 2018.Cuarto Domingo de Cuaresma
by Como Vara de Almendro

 

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