por Javier Olivera Ravasi
Se acercan las elecciones en nuestro país y en tiempos como éstos, todo es tributo para la sacrosanta democracia; tanto que, no adherir al dogma liberal del sufragio universal o a la soberanía popular como si fuese palabra de Dios, lo pone a uno en el piquete de la inquisición progre mientras que, adherir a una leve participación, en la guillotina de los ortodoxómetras.
Se acercan las elecciones en nuestro país y en tiempos como éstos, todo es tributo para la sacrosanta democracia; tanto que, no adherir al dogma liberal del sufragio universal o a la soberanía popular como si fuese palabra de Dios, lo pone a uno en el piquete de la inquisición progre mientras que, adherir a una leve participación, en la guillotina de los ortodoxómetras.
Pues acá estamos: no creemos en el fetiche de las masas. Nos han criado para que no digamos que el estiércol es rico a pesar de que millones lo deglutan. Pero una cosa es la cosmovisión democrática y otra la forma de elección; una absolutamente inaceptable y, otra que, por vía de excepción y gracias a la ironía de Dios, cada tanto permite que un católico haga algo bueno a pesar de todo.
A pesar de todo…
Porque frente a alguna perspectiva de tomar el poder, por los medios lícitos que fueran, en procura del bien común de la Patria y de la religión, creemos que no se puede uno quedar de brazos cruzados esperando el martirio o la Parusía…
Algunos ya lo han hecho poniendo el hombro sin traicionar sus principios; bástenos ver, para ello, el reciente ejemplo de la joven diputada brasileña Chris Tonietto quien, hace apenas unos meses, se largó con este discurso que ya habíamos traído aquí (ahora lo hizo de nuevo con la solemnidad de Corpus Christi).
Pero la excepción es la excepción. Pocos se lavan el cuerpo sin mojarse la cabeza; pero algunos pueden y deben hacerlo si es que los llama Dios, para quien “nada hay imposible” (cfr. Lc 1,37).
Aunque lo confieso: sobre el tema, "no tengo precepto" (1 Cor 7,25). Todo será cuestión de prudencia luciferina y simplicidad columbana, según afirma el Evangelio.
Fue meditando en estos temas minúsculos que una lectora nos envió este texto olvidado del gran Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría), uno de los más grandes escritores católicos del último siglo.
Venga entonces por si a alguno le sirve para,
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
18/6/2019
Pero ¿cómo han de hacerlo, si en asuntos más trascendentales, ellos mismos son sin proponérselo ni pensarlo siquiera, los mejores colaboradores del diablo en la guerra fría?
¿Qué vemos cuando fundan un partido político y levantan una bandera que quiere ser distinta de las otras y lanzan un programa para que el pueblo se entere de que no son como los otros partidos? Pues lo que ofrecen, palabra más o menos, viene a ser lo mismo que ofrecen los otros: aumento de salarios, ventajas materiales, alimentos baratos, educación democrática…
En ningún artículo una afirmación clara de su fe. Parecieran temerosos de espantar con ella al problemático votante.
A lo sumo, en forma discreta, se declaran partidarios de mantener las tradiciones de la Patria…
¿La palabra “tradición” quiere aquí significar “religión católica”?
Porque en un pueblo de inmigración como el nuestro, donde se están fundiendo tantas razas, son muy pocas las tradiciones verdaderamente nacionales dignas de configurar una bandera política.
Si lo que se quiere significar con la palabra “tradición” es, por ejemplo, la enseñanza religiosa, el matrimonio indisoluble, el mantenimiento en la Constitución de la fórmula del juramento católico del presidente de la República, ¿por qué no declararlo francamente?
Las precauciones con que en los supremos momentos de la lucha política, los católicos buscamos maneras de decir sin decir lo que querríamos decir, pero que no nos atrevemos a decirlo, es una de las características de la confusión liberal en que vivimos. Los amigos de Cristo escondemos o disimulamos su bandera, mientras los amigos del diablo flamean orgullosamente la suya.
Estos desolados artificios son aspectos de la guerra fría y de ello no se puede echar toda la culpa al diablo.
Él hace su oficio preparando los caminos del Anticristo y nosotros no hacemos el nuestro; más bien lo ayudamos[1].
[1] Hugo Wast, Navega hacia alta mar. Cap. 6: “¿No estamos ayudando al diablo?”, Bs.As 1996, Didascalia, pp.146-149.
Que no te la cuenten. 19.6.19
A pesar de todo…
Porque frente a alguna perspectiva de tomar el poder, por los medios lícitos que fueran, en procura del bien común de la Patria y de la religión, creemos que no se puede uno quedar de brazos cruzados esperando el martirio o la Parusía…
Algunos ya lo han hecho poniendo el hombro sin traicionar sus principios; bástenos ver, para ello, el reciente ejemplo de la joven diputada brasileña Chris Tonietto quien, hace apenas unos meses, se largó con este discurso que ya habíamos traído aquí (ahora lo hizo de nuevo con la solemnidad de Corpus Christi).
Pero la excepción es la excepción. Pocos se lavan el cuerpo sin mojarse la cabeza; pero algunos pueden y deben hacerlo si es que los llama Dios, para quien “nada hay imposible” (cfr. Lc 1,37).
Aunque lo confieso: sobre el tema, "no tengo precepto" (1 Cor 7,25). Todo será cuestión de prudencia luciferina y simplicidad columbana, según afirma el Evangelio.
Fue meditando en estos temas minúsculos que una lectora nos envió este texto olvidado del gran Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría), uno de los más grandes escritores católicos del último siglo.
Venga entonces por si a alguno le sirve para,
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
18/6/2019
Pero ¿cómo han de hacerlo, si en asuntos más trascendentales, ellos mismos son sin proponérselo ni pensarlo siquiera, los mejores colaboradores del diablo en la guerra fría?
¿Qué vemos cuando fundan un partido político y levantan una bandera que quiere ser distinta de las otras y lanzan un programa para que el pueblo se entere de que no son como los otros partidos? Pues lo que ofrecen, palabra más o menos, viene a ser lo mismo que ofrecen los otros: aumento de salarios, ventajas materiales, alimentos baratos, educación democrática…
En ningún artículo una afirmación clara de su fe. Parecieran temerosos de espantar con ella al problemático votante.
A lo sumo, en forma discreta, se declaran partidarios de mantener las tradiciones de la Patria…
¿La palabra “tradición” quiere aquí significar “religión católica”?
Porque en un pueblo de inmigración como el nuestro, donde se están fundiendo tantas razas, son muy pocas las tradiciones verdaderamente nacionales dignas de configurar una bandera política.
Si lo que se quiere significar con la palabra “tradición” es, por ejemplo, la enseñanza religiosa, el matrimonio indisoluble, el mantenimiento en la Constitución de la fórmula del juramento católico del presidente de la República, ¿por qué no declararlo francamente?
Las precauciones con que en los supremos momentos de la lucha política, los católicos buscamos maneras de decir sin decir lo que querríamos decir, pero que no nos atrevemos a decirlo, es una de las características de la confusión liberal en que vivimos. Los amigos de Cristo escondemos o disimulamos su bandera, mientras los amigos del diablo flamean orgullosamente la suya.
Estos desolados artificios son aspectos de la guerra fría y de ello no se puede echar toda la culpa al diablo.
Él hace su oficio preparando los caminos del Anticristo y nosotros no hacemos el nuestro; más bien lo ayudamos[1].
[1] Hugo Wast, Navega hacia alta mar. Cap. 6: “¿No estamos ayudando al diablo?”, Bs.As 1996, Didascalia, pp.146-149.
Que no te la cuenten. 19.6.19
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